Varios

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Escritos para esperar el Año Nuevo

La pesada puerta de madera rechino cuando fue abierta de manera queda, dubitativa, y la luz que provenía de una temblorosa vela, no tardo en iluminar, vagamente, la habitación. El aire, ahora, se encontraba cubierto por una pequeña estela de polvo y Gilbert, casi, pudo ver, como las alimañas en la habitación, se escondían de su presencia, haciendo que su piel se erizara. Inmediatamente, giro sus orbes hacia la mujer que se encontraba a su lado, quien, parecía, en ese momento, estaba tratando de acostumbrarse a la escasa luz que había en el cuarto. Para no llamar la atención de la servidumbre de la casa, y que estos le fueran con el cuento al dueño de la mansión de que había dos de sus tierras fuera de la cama en plena madrugada, el hombre cerró la puerta, tratando de ser lo más silencioso que podía. Aun así, todo allí era en extremo antiguo y las bisagras rechinaron nuevamente, haciendo que tensara su mandíbula. Por un momento, cuando el tablón de madera hubiese reposado contra el marco, observo a (T/N). Ambos guardaron silencio, expectante y, hasta, creyeron que las ratas también habían dejado de corretear, solo para que ellos pudieran cerciorase de que no habían llamado la atención.

Finalmente, ella, simplemente descarto esa posibilidad, sabiendo que no tenían demasiado tiempo. Volteo hacia el centro de la habitación, sabiendo bien lo que vería. Allí, acomodado en una majestuosa y decorada cama, se encontraba, entre flores ya marchitas, el Imperio Ruso, estancado con la imagen de un hombre eternamente joven. Para Gilbert, aquel rostro solo era uno más de los tantos que había visto a lo largo de toda su historia, para (T/N), era su gran preocupación. No sabía cuántos años habían pasado, ya, desde que Ivan había caído dormido, simplemente que los inviernos eran cada vez más duros y que su estomago se achicaba, al igual que el porcentaje de comida. Eran tiempos muy duros, los rostros alargados y los silencios absolutos en aquella gran casa, lo atestiguaban. Aun así, ella estaba allí, como cada mes, esperando, soñando con verlo, finalmente, incorporarse.

-¿Crees que está muerto?- susurro, tratando de no romper la quietud de la habitación, mientras se acercaba hasta la cama. Gibert hizo lo mismo, teniendo, en lo alto, la vela encendida. El hombre evito rodar sus ojos, siempre era la misma pregunta y el siempre tenía la misma respuesta.

-No, si no, se hubiera hecho polvo, o nieve- menciono, de manera áspera, observando como ella comenzaba a quitarle aquellas flores marrones, ya secas por tantos días. El característico sonido de las hojas rompiéndose, lleno la habitación y él se dedico a observar la faz muda de su antiguo contrincante. Ni a él le hubiera deseado un destino tan terrible como el convertirse en una estatua que, aun, respiraba, esperando el momento justo, para levantarse nuevamente. ¿Podría hacerlo? Ya habían pasado muchos años y demasiadas cosas habían cambiado.

(T/N), acaricio, por un momento, los cabellos color mantequilla, de aquel gran hombre, sintiéndolos sedosos. A pesar de sus mimos, el jamás despertaba y hacía tiempo que extrañaba poder ver sus orbes amatistas. Nuevamente lo rogaba silenciosamente. Inspiro, cuando sus dedos pasaron por una de las mejillas del hombre, despertando, apenas un poco, de sus ensoñaciones. Sin distraerse un segundo mas, comenzó a colocar variadas flores alrededor de el, reemplazando las marchitas, por unas nueva, hermosas y rozagantes, pero que, a su opinión, no le hacían ningún tipo de justicia a aquel hombre.

-No son las mismas- afirmo el albino, mirando como ella, con maestría adquirida, colocaba aquellos delicados brotes alrededor de Ivan. (T/N) sonrió un poco, pero n abandono, ni por un momento, su tarea.

-Comienza un año nuevo, todos merecemos algo bonito- menciono, provocando una pequeña risilla del sujeto.

-Hace años que no veo algo bonito- comento, con desdén. La mujer entonces, volvió a verlo, siempre con una pequeña sonrisa en su rostro, tal y como lo había aprendido de Ivan. La última rosa había sido colocada en la mano de aquel hombre, siempre fría e inamovible. La extremidad de la mujer se separo y entonces se incorporo, aferrándose a la bata de noche que llevaba, así también como a la canasta que debía dejar bien oculta.

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora