Rumania

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Imagina ser la hermana de Vladmir

Vladmir la abrazaba con fuerza, mientras que respiraba agitadamente. Sus manos se hundían en la carne y su nariz se pegaba al cuello de la mujer, disfrutando de su calidez. Cerro sus ojos, sintiendo miles de lagrimas caer, desapareciendo en el cabello de la chica. Sus oídos captaban un profundo silencio, aunque no sabía si era porque la batalla había cesado o porque, como un cobarde, había buscado refugio en las mazmorras del castillo.

—Lo siento, (T/N), lo siento— susurraba, con voz aguda, para luego hipar fuertemente. No podían culparlo de estar llorando, no era más que un pre-adolescente sobreprotegido por su hermana—Por favor perdóname, por favor perdóname...— balbuceo, al mismo tiempo que comenzaba a mecerse de adelante hacia atrás. Era consciente del sonido de variadas pisadas, en su dirección, pero, simplemente, no podía mandar a su cuerpo para salir de allí. Lo deseaba cerrar los ojos y que ella lo envolviera en un abrazo, como siempre solía hacer cuando tenía miedo. Pero ya no había nada, solo el aroma a humedad, mezclado con el de la sal y el hierro, característico de la sangre.

Pudo escuchar voces ahogadas y, finalmente, como la pesada puerta de hierro, era movida. La luz de varias antorchas, iluminaron, pobremente, el lugar, haciendo que sus ojos dolieran.

Sadik, retuvo la respiración unos momentos. Por suerte, solo habían pasado unas pocas horas desde que lo buscaban, de lo contrario, no quería imaginar el estado del cadáver. Dando unos cuantos pasos hacia adelante, hablo de manera suave, mientras se inclinaba hasta donde el pequeño Vladmir, abrazaba compulsivamente a la chica.

—Vamos, deja de estrujarla. Puedo ver que ya le has roto varios hues...— pero antes de poder decir algo más, vio, por el rabillo del ojo, el resplandor de la punta de la espalda ajena, dirigirse hacia él. Con rapidez, se aparto, notando como había cortado parte de sus ropajes. Los pocos hombres que lo acompañaban, quisieron avanzar, pero él los detuvo con un movimiento de su mano. No debían meterse.

—¡Cállate! ¡Tú la mataste!— el grito resonó dentro del calabozo, mientras que los ojos carmín del muchacho, se dirigían hacia el mayor. Imperio Otomano hizo todo para reprimir un escalofrío. A veces olvidaba que los nietos de Roma, eran increíblemente sanguinarios— ¡Tú y tus ansias de conquistar! ¡Maldito seas, Imperio Otomano!— exclamo, para luego volver a abrazar a aquel cadáver, esta vez, clavando sus uñas. Podía sentir el líquido caliente pasar entre sus dedos. Era lo único que le quedaba. Oculto su rostro en el pecho ajeno, notando como la cabeza de la mujer, colgaba macabramente, junto con sus extremidades. Sin poder evitarlo, rasgo la piel de su hermano, con sus afilados dientes, empapando sus labios de la sangre de su familiar.

—Tu hermana jamás quiso apartarse— gruño el moreno. Recordaba la expresión decidida de aquella muchacha, mientras empuñaba una espada, junto a su ejército. Debía decir que, aunque, su terreno era muy pequeños, le dio una gran batalla, pero un Imperio como el no podía perder, por lo que, en pocos días, (T/N), se encontraba desolada—. Dijo que te protegería hasta el final y lo cumplió. Dijo que valías mucho más que ella— diciendo esto, se incorporo, al mismo tiempo que escuchaba los sollozos del chico. No quería presencia más aquella escena. El olor a sangre lo mareaba y la imagen del cuerpo de la mujer, con la piel desgarrada, junto con sus cristalinos ojos, le daba asco—. Se un hombre y no hagas que el sacrifico de tu hermana haya sido en vano...— aquello, fue lo último que menciono el hombre, antes de salir de aquella mazmorra.

Vladmir nunca quiso enterrarla y Sadik se lo permitió. La vistió con un hermoso vestido blanco y la adorno con bellísimas flores, las cuales, apenas, si servían para cubrir el olor a putrefacción que invadía aquel sombrío lugar. Los gusanos, junto con las moscas, se adherían al cuerpo sin vida, consumiendo la carne, dejando ver, en varias, partes, los huesos; pero, aun así, Rumania jamás la vio fea.

Es, hasta el día de hoy, que el besa la esquelética mano, dándole las gracias y, prometiéndole que, algún día, la haría regresar.

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora