Inglaterra

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Imagina haberte enamorado del pirata Arthur 

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(T/N) reprimió un bostezo, como por séptima vez. El monótono tono de voz de aquel Duque le estaba adormeciendo. Carrapeo levemente, para no interrumpirlo y tomo un poco de su bebida. No tenia ni la menor idea de que era, pero sabia horrible. Trago fuertemente para quitarse aquel sabor del paladar y movio el abanico, un poco mas rápido. Sentia las gotas de sudor correr por el dorso de su cuello, hasta ocultarse en su escote. Observo, disimuladamente, las ventanas, comprobando que todas estaban cerradas. ¡Se iba a morir!

—¿Y usted que piensa, Lady (T/A)?— pregunto el hombre, haciendo que ella se sobresaltara levemente. ¡No le estaba prestando atención! De inmediato, asintió con su cabeza, recordando que, minutos atras, habia estado hablando del ultimo viaje a Escocia que el habia realizado, para visitar a su lejana abuela. Que emoción.

—Pienso que es un gesto muy lindo de su parte, mi señor— comento, sonriendo. Le hubiera encantado por excusarse y salir de aquel infierno que era ese cortejo, pero su madre le habia dado un ultimátum: O se casaba, o se hacia monja. Esta era ya, su cuarta temporada y si seguía por la quinta, ya la verían como florero o chaperona de sus hermanas. Le encantaba el prospecto de estar soltera, asi viviría de sus pinturas, pero no quería pasar su vida en un convento... Prefería casarse.

El Duque estaba por hablar, pero se vio interrumpido por unos fuertes golpes. Aquello hizo que los allí presentes se voltearan a ver como la gruesa puerta de madera, era destruida. Las mujeres chillaron al ver a varios hombres invadiendo la inmesa sala. Ellos portaban armas y vestían ropas andrajosas.

—¡Arrasen con todo!— grito una voz masculina, haciendo que ella se estremeciera— ¡No dejen nada!— aquello fue lo único que (T/N) necesito. Rápidamente se volteó a ver donde, se encontraban sus hermanas, pero, a la única que vio fue a la menor, temblando de miedo detrás de una estatua. Con rapidez se dirigió hacia ella, evadiendo el desastre que los recién llegados habían hecho.

—¡Marie!— exclamo, al mismo tiempo que tomaba su mano. La niña le miro, con los ojos desorbitados. Pobre, era su primera reunión de aquella clase, seguramente no querría volver jamás. Comenzó a tironear de su mano, hasta que ella respondió y, sin más, abandonaron el salón. A su lado, otras damas, y caballeros, se arremolinaban, intentando escapar. Sus ojos solo captaban borrones de colores, mientras pasaban por los pasillos. No sabia donde estaba su madre, ni el resto de sus hermanas, solo esperaba que estuvieran bien. Al ver una puerta, la abrió y, sin pensarlo dos veces, se metió en aquella habitación. Tenia una bonita cama, junto con otros muebles.

—Hermana...— susurro la menor, hacienda que ella se sobresaltara.

—Metete debajo de la cama y no salgas hasta que te diga...— murmuró, mientras escuchaba como cientos de pasos sonaban en el piso de madera del pasillo. A rastras, logro meter a su hermana debajo del mueble, justo a tiempo, antes de que la puerta se abriera. Con el corazón en la boca, se giró, pensando en enfrentar a quien sea, no tenía idea de cómo, pero ya se le ocurriría algo. Vio como hombre rubio le apuntaba con una espada y, estaba segura que si daba un paso más, se la clavaria en la garganta. Los ojos verdes la inspeccionaban de arriba abajo y lo único que (T/N) suplicaba era que no descubriera a su hermana.

—¿Pesando en escapar, señorita?— pregunto el hombre.

—No sería humana si no lo hiciera— menciono, con voz firme, algo que le sorprendió, tanto a ella como a él.

—No está llorando, eso es muy interesante— susurro el rubio, al mismo tiempo que bajaba el filo de su espalda hasta presionar la piel de su pecho que quedaba al descubierto con aquel escote. La chica sentia las lagrimas a punto de salir. Todo menos eso.

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora