Francia

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Imagina...

(T/N) movió su muñeca, en forma de círculos, haciendo que el brandy que tenía en su copa, siguiera aquel ritmo. Inspiro suavemente, dejando que sus fosas nasales se llenaran con el aroma de la bebida alcohólica. Llevo el contenedor a sus labios, a punto de darle el trago final, pero, de repente, un gran estruendo se escucho por la casa. No pudo evitar sonreír, para luego suspirar. Aquello había sido más rápido de lo que había pensado.

Tomo lo que quedaba del brandy y dejo la copa sobre la mesa, mientras que se levantaba. Se inclino y, de un soplido, apago la solitaria vela, única testigo de la cena romántica de hacia minutos. Tarareo una bonita canción que había escuchado por la radio, al mismo tiempo que caminaba hacia el baño. Se acomodo el cabello y abrió la puerta. Dentro de la bañera, se hallaba un hombre desnudo y despatarrado, de marcadas facciones, se podia ver, a leguas, que era alemán. Su cabeza colgaba en un Angulo biológicamente imposible, pero macabro. De su nuca, salían raudales de sangre y, de su boca, abierta, estaba llena de vomito. Al parecer, le había puesto demasiado cianuro.

Suspiro, para luego cerrar la canilla del agua caliente que, aun, seguía corriendo. Sin dejar su perfecta tranquilidad, abandono el lugar, sin tocar nada más. Cerró la puerta y se encamino hasta al piso de arriba. Sus tacos, resonaban por el piso de madera, siendo el único sonido que envolvía el lugar. Pasó hacia la habitación y encendió la luz. Sabía que debía esperar, apenas, unos pocos minutos para que él se hiciera presente.

Con toda la calma del mundo, se dirigió hasta su tocador, donde pudo ver que su labial rojo se había corrido.

—Que horrible, parezco una loca— murmuro para sí misma, mientras comenzaba a limpiarlo. Cuando pudo hacerlo, tomo la barra de labios y volvió a repasar, con sumo cuidado, sus labiales, marcándolos de un potente rojo. A ella le encantaba y, a los hombres, también. Había, hacia mucho tiempo, confirmado su teoría que los hombres caían, fácilmente, ante un labial así, que ante un escote. Guiño uno de sus ojos, observando cómo su reflejo le devolvía el accionar y soltó una risilla. Elevo sus manos y comenzó a quitar las pinzas de su cabello, dejándolo suelto.

—Esta noche te ves mortalmente hermosa— la voz de un hombre, hizo que girara su cuerpo, encontrándose al recién llegado. Francia le observaba desde el umbral de la puerta, dudando si debía cruzar o no. No se sentía cómodo en aquel lugar. Podía ver, de reojo, la cama matrimonial del cuarto, la cual gritaba las variadas noches que ella había pasado con aquel militar de alto rango. De hecho, (T/N) había estado tanto tiempo con aquel hombre, que había comenzado a dudar de la misión, pero, cuando menos se lo esperaba, ella les conseguía la información que tanto deseaban.

La mujer sonrió, de manera altanera, haciendo que el hombre suspire. Odiaría a cualquier mujer que hiciera aquello, pero, en ella, se veía sumamente adorable. Su rostro de niña, no concordaba con sus accionar.

—Gracias, tío Francis— menciono y volvió su atención al tocador. Su mano derecha se movió, lánguida, mostrando una de las paredes de la habitación—. La caja de seguridad está detrás del papel tapiz, rómpelo. La contraseña es 1942— y, diciendo esto, volvió a su cuidadosa tarea. Francis se dedico a verla, un poco más, embobado, hasta que, finalmente, se dirigió hasta la ubicación antes mencionada. Sin demasiado cuidado, quito la capa protectora, encontrándose con una pequeña tapa, junto con una rueda para marcar los números. Coloco la contraseña y escucho un breve sonido, dando a entender que la caja estaba abierta. Tomo los documentos que se encontraban allí. Rápidamente se cercioro de que era lo que estuvieran buscando. Estaba por cerrar aquel cubículo, cuando algo oscuro y cuadrado, le llamo la atención.

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora