—¡Damas-s-s-s-s-s-s y caballeros-s-s-s-s-s-s! ¡Quedan vein-n-n-n-n-nte minutos para que comience el gran espectáculo! ¡Más que suficiente para que puedan disfrutar de las asombrosas, de las increíbles, las fa-a-a-a-ascinantes maravillas que les hemos traído desde los cuatro puntos cardinales y todavía conseguir un buen asiento para el gran espectáculo! ¡Tiempo de sobra para ver las rarezas, los fenómenos de la naturaleza, las atracciones! ¡Nuestra colección es las más impresionante del mundo, damas y caballeros! ¡Del mundo, como se lo digo!
Cecil se ha subido a una tarima en un lateral de la entrada de la feria. Pasea de un lado a otro, haciendo gestos ampulosos. Unas cincuenta personas se han reunido formando un grupo disgregado. No están muy entregados, más distraídos que atentos.
—¡Pasen por aquí y vean a la bellísima, la enorme Lucinda la Linda, la mujer gorda más guapa del mundo! ¡Cuatrocientos kilos de rolliza perfección, damas y caballeros! ¡Pasen y vean al avestruz humano, que se puede tragar y devolver cualquier cosa que le den! ¡Hagan la prueba! ¡Carteras, relojes, hasta bombillas! ¡Elijan ustedes, que él lo regurgitará! ¡Y no se pierdan a Frank Otto, el hombre más tatuado del mundo! Fue hecho prisionero en las umbrías selvas de Borneo y acusado de un crimen que no cometió, y ¿cuál fue su castigo? ¡Pues, amigos, su castigo lo lleva escrito por todo el cuerpo en tinta indeleble!
La multitud, picada en el interés, se va haciendo más densa. Jimmy, Wade y yo nos mezclamos con las últimas filas.
—Y ahora —dice Cecil girándose de un lado a otro. Se lleva un dedo a los labios y hace un gruñido grotesco: una mueca exagerada que le sube la comisura de la boca hacia el ojo. Levanta una mano para pedir silencio—. Y ahora..., pido perdón a las señoras, porque esto es sólo para los caballeros, ¡sólo para los caballeros! Como estamos en compañía de damas, y en aras de la delicadeza, tan sólo puedo decir esto una vez. Caballeros, si son ustedes norteamericanos de sangre caliente, si corre por sus venas sangre masculina, tenemos algo que no querrán perderse. Si siguen ustedes a aquel sujeto de allí, ese de allí, de ahí mismo, verán algo tan asombroso, tan impactante, que les garantizo que...
Se detiene, cierra los ojos y levanta una de las manos. Luego sacude la cabeza en un gesto de remordimiento.
—Pero no —continúa—. En aras de la decencia, y debido a que nos encontramos en presencia de damas, no puedo decir más que eso. No puedo decir nada más, caballeros. Salvo esto: ¡no se lo querrán perder! Simplemente, entreguénle sus cuartos de dólar a aquel sujeto de allí y él les llevará a verlo. Nunca se arrepentirán del cuarto que han gastado hoy aquí, nunca olvidarán lo que van a ver. Se pasarán el resto de sus vidas hablando de esto, amigos. El resto de sus vidas.
Cecil se yergue y se ajusta el chaleco de cuadros tirando del bajo con ambas manos. Su rostro adopta una expresión diferente y hace un ostensible gesto hacia una entrada que se ve en la dirección contraria.
—Y, señoras, si ustedes son tan amables de venir por aquí, también tenemos maravillas y curiosidades idóneas para sus delicadas sensibilidades. Un caballero nunca olvidaría a las damas. Sobre todo a unas damas tan adorables como son ustedes —acto seguido, sonríe y cierra los ojos. Las mujeres miran nerviosas a los hombres que van desapareciendo.
Surge un forcejeo. Una mujer agarra con fuerza a su marido de una manga y le golpea con la otra mano. Él hace muecas y frunce el ceño mientras se agacha para evitar los golpes. Cuando por fin logra zafarse, se alisa las solapas y mira furioso a su mujer, que ahora está indignada. Cuando él se aleja para pagar su cuarto de dólar, alguien cacárea como una gallina. Una carcajada recorre la muchedumbre.
Las demás mujeres, tal vez porque no quieran dar un espectáculo, miran poco convencidas cómo sus maridos se separan de ellas para ponerse a la cola. Cecil se percata de esto y baja de la tarima. Todo él preocupación y atenciones galantes, las arrastra suavemente hacia asuntos más agradables.
Se toca el lóbulo de la oreja izquierda y yo empujo con cuidado hacia delante. Las mujeres se acercan más a Cecil y yo me siento como un perro pastor.
—Si vienen por aquí —continúa Cecil—, les mostraré a las damas algo que no han visto nunca. Algo tan inusual, tan extraordinario que nunca soñaron que pudiera existir, y sin embargo es una cosa de la que podrán hablar el domingo en la iglesia, o con el abuelo y la abuela durante la cena. Además, pueden traer a sus pequeños, es un entretenimiento puramente familiar. ¡Vean a un caballo que tiene la cabeza donde debería tener la cola! Y no les digo ninguna mentira, señoras. Una criatura viva que tiene la cola donde debería tener la cabeza. Veánlo con sus propios ojos. Cuando se lo cuenten a sus hombres, pueden que ae arrepientan de no haberse quedado con las encantadoras señoras. Sí, sí, queridas mías. Seguro que se arrepienten.
A estas alturas me encuentro rodeado. Los hombres han desaparecido y yo me dejo arrastrar por la corriente de creyentes y de señoras, de muchachitos y del restos de norteamericanos sin sangre caliente.
El caballo con la cola donde debería estar la cabeza es exactamente eso: un caballo que han colocado en un establo con la cola sobre el cubo de la comida.
—Ah, menuda tontería —dice una señora.
—¡Bueno, vaya cosa! —exclama otra, pero la mayoría reacciona con una risa de alivio porque, si esto es el caballo con la cola donde debería tener la cabeza, tampoco el espectáculo de los hombres será gran cosa.
Fuera de la carpa se oye un alboroto.
—¡Malditos hijos de puta! ¡Por supuesto que quiero que me devuelvan mi dinero! ¿Creen que voy a pagar un cuarto de dólar para ver un maldito par de ligueros? ¿No hablaban de norteamericanos de sangre caliente? Bueno, ¡pues éste sí que es de sangre caliente! ¡Quiero que me devuelvan mi jodido dinero!
—Perdone, señora —digo, metiendo el hombro entre las dos mujeres que van delante de mí.
—¡Eh, oiga! ¿Qué prisa tiene?
—Disculpen. Lo siento mucho—digo abriéndome paso.
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Agua para Elefantes
RomanceEn los difíciles años treinta Jacob lo ha perdido todo: familia, amigos, futuro... y decide enrolarse como veterinario en un circo ambulante. Envueltos por el fascinante espectáculo de los Benzini transcurren años de penuria en los que Jacob también...