DIEZ

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August resopla y bufa, y se pone tan rojo que casi parece morado. Luego sale de la tienda, presumiblemente para contárselo a Tío Al.

Marlena y yo nos miramos. Como por un acuerdo tácito, ninguno de los dos le seguimos.

Los hombres van saliendo uno por uno de la carpa. Los animales, ya alimentados y con la sed saciada, se aprestan a pasar la noche. Al final de un día desesperante, llega la calma.

Marlena y yo nos quedamos solos, ofreciendo diversos trozos de comida a la inquisitiva trompa de Rosie. Cuando su extraño dedo como de goma me quita una hebra de heno de los dedos, Marlena se ríe dando un gritito. Rosie sacude la cabeza y abre la boca en una sonrisa.

Me vuelvo y Marlena me está mirando fijamente. En la carpa, los únicos sonidos son los de pasos, gruñidos y lentas masticaciones. Fuera, a lo lejos, alguien toca una armónica; una melodía pegadiza en tiempo de vals que no consigo identificar.

No estoy seguro de cómo ha pasado —¿la he agarrado yo? ¿Lo ha hecho ella?—, pero lo siguiente que sé es que la tengo en mis brazos y estamos bailando, girando y saltando, delante de la cuerda de separación. Mientras damos vueltas alcanzo a ver la trompa levantada de Rosie y su cara sonriente.

Marlena se separa de repente.

Me quedo inmóvil con los brazos todavía en el aire, sin saber qué hacer.

—Eh... —dice Marlena ruborizándose salvajemente y mirando a todas partes menos a mí—. Bueno. En fin. Vamos a esperar a August, ¿de acuerdo?

La miro largo rato. Me dan ganas de besarla. Deseo besarla más de lo que haya deseado ninguna otra cosa en toda mi vida.

—Sí —digo por fin—. Sí. Vale.

Una hora después, August regresa al compartimento. Entra como una fiera y da un portazo. Marlena se dirige inmediatamente a un armario.

—Ese inútil hijo de puta ha pagado dos mil por esa inútil elefanta de mierda —dice lanzando el sombrero a un rincón y arrancándose la chaqueta—. ¡Dos mil putos pavos! —se derrumba en la silla más cercana y oculta la cabeza entre las manos.

Marlena saca una botella de whisky de mezcla, se detiene un instante, mira a August y la vuelve a guardar. En su lugar saca una de whisky de malta.

—Y eso no es lo peor..., qué va—dice August aflojándose la corbata e introduciendo un dedo por el cuello de la camisa—. ¿Quieres saber qué más ha hecho? ¿Mmmmm? Venga, adivina.

Habla mirando a Marlena, que se mantiene imperturbable. Sirve cuatro generosos dedos de whisky en tres vasos.

—¡He dicho que adivines! —ladra August.

—Estoy segura de que no lo adivinaría —dice Marlena con calma. Vuelve a poner el tapón en la botella de whisky.

—Se ha gastado el resto del dinero en un puñetero vagón para la elefanta.

Marlena se gira, prestándole una inesperada atención.

—¿No se ha quedado con ningún artista?

—Por supuesto que sí.

—Pero...

—Sí. Exacto —la interrumpe August.

Marlena le da uno de los vasos, me hace un gesto para que coja el mío y luego toma asiento.

Doy un sorbo y espero todo lo que puedo.

—Vale, muy bien, puede que vosotros dos sepáis de qué demonios estáis hablando, pero yo no. ¿Os importaría ponerme al día?

August resopla con las mejillas hinchadas y se retira un mechón de pelo que le ha caído sobre la frente. Se inclina adelante con los codos apoyados en las rodillas. Luego levanta la cara, de manera que sus ojos se clavan en los míos.

—Significa, Jacob, que hemos contratado más gente que nos sabemos dónde meter. Significa, Jacob, que Tío Al ha elegido uno de los vagones litera de los trabajadores y lo ha convertido en coche cama para artistas. Y como ha contratado a dos mujeres, hay que dividirlo en dos compartimentos. Significa, Jacob, que para acomodar a menos de una docena de artistas, ahora sesenta y cuatro trabajadores van a tener que dormir en los vagones de plataforma, debajo de los carromatos.

—Eso es una estupidez —digo—. Sólo tendría que acomodar en literas a los que las necesitasen.

—No puede hacer eso —dice Marlena.

—¿Por qué no?

—Porque no se pueden mezclar trabajadores y artistas.

—¿Y no es eso precisamente lo que estamos haciendo Kinko y yo?

—¡Ja! —August gruñe y se endereza en su silla con una mueca irónica tallada en la cara—. Por favor, cuéntanoslo... Me muero por saberlo. ¿Qué tal os va? —estira la cabeza y sonríe.

Marlena toma aire y cruza las piernas. Unos instantes después, su zapato de cuero rojo empieza a balancearse arriba y abajo.

Yo apuro el whisky de golpe y me largo.

Era mucho whisky, y empieza a hacer efecto a medio camino entre el compartimento y los vagones. Y no soy el único bajo la influencia del alcohol: ahora que se han cerrado las <<negociaciones>>, todo el mundo que trabaja en El Espectáculo Más Deslumbrante del Mundo de los Hermanos Benzini se está relajando. Las celebraciones recorren toda la gama, desde soirées animadas por el jazz que suena en la radio y explosiones de carcajadas, a grupos desperdigados de hombres desaliñados que se apiñan a cierta distancia del tren y se pasan diversos tipos de productos tóxicos. Veo a Camel, que me saluda con una mano antes de pasar la botella de alcohol de quemar.

Oigo un roce entre la hierba alta y me detengo a investigar. Veo las piernas desnudas de una mujer separadas, con unas piernas de hombre entre ellas. Él gruñe y jadea como un macho cabrío. Tiene los pantalones por las rodillas y sus nalgas peludas bombean arriba y abajo. Ella le agarra la camisa con los puños, gimiendo con cada empellón. Tardo unos instantes en darme cuenta de lo que estoy viendo... Y cuando lo hago, retiro la mirada y me alejo con paso inseguro.

A medida de que me acerco al vagón de los caballos, veo que hay gente sentada en la puerta y deambulando alrededor.

Agua para ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora