CONTINUACIÓN

103 4 0
                                    

—¡Jacob! —grita—. ¡Jacob!

Lucho por acercarme a ella, chocando contra los cuerpos.

Agarro una mano en el mar de carne y sé que es Marlena por la expresión de su cara. La sujeto con fuerza mientras busco a August entre la multitud. Sólo veo desconocidos.

Marlena y yo nos distanciamos en la puerta. Segundos más tarde me veo arrastrado hacia un callejón. La gente chilla y se apiña en los coches. Los motores se encienden, las bocinas braman y los neumáticos chirrían.

—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Todos fuera de aquí!

—¡Vámonos!

Marlena aparece de la nada y me agarra la mano. Corremos como locos entre el aullido de las sirenas y el estruendo de los silbatos. Cuando nos llega el sonido de un disparo, obligo a Marlena a entrar por una callejuela más estrecha.

—Espera —dice sin resuello, reduciendo el paso y saltando a la pata coja para quitarse un zapato. Se apoya en mi brazo y se quita el otro—. Ya está —dice sujetando ambos zapatos en una mano.

Corremos zigzagueando por callejas y callejones desiertos hasta que ya no oímos las sirenas, el gentío y las ruedas chirriantes. Al final nos detenemos bajo una escalera de incendios de hierro, exhaustos.

—Dios mío —dice Marlena—. Dios mío, qué cerca hemos estado. Me pregunto si August habrá escapado.

—Espero que sí —digo respirando con dificultad. Me inclino y apoyo las manos en las rodillas.

Al cabo de unos instantes, levanto la mirada hacia Marlena. Me mira fijamente, respirando por la boca. Rompe a reír frenética.

—¿Qué? —pregunto.

—No, nada —dice ella—. Nada—sigue riendo, pero parece peligrosamente cercana a las lágrimas.

—¿Qué pasa? —digo.

—Bah —dice ella sorbiendo y llevándose un dedo al lagrimal de un ojo—. Es que esta vida es una locura, nada más. ¿Tienes un pañuelo?

Me palpo los bolsillos y doy con uno. Lo toma y se seca la frente; luego se lo pasa por el resto de la cara.

—Ay, estoy hecha un desastre. ¡Y fíjate en mis medias! —exclama señalando sus pies descalzos. Los dedos le asoman por las punteras destrozadas—. ¡Oh, y son de seda! —su voz es aguda y poco natural.

—¿Marlena? —digo suavemente—. ¿Te encuentras bien?

Se aprieta el puño contra la boca y gime. Voy a agarrarla del brazo, pero se gira. Supongo que se va a poner de cara a la pared, pero sigue girando y se pone a dar vueltas como un derviche. A la tercera vuelta la agarro por los hombros y pego mi boca a la suya. Ella se encara y toma aire entre mis labios. Un instante después se relaja. Sube los dedos hasta mi cara. Luego se separa de golpe, retrocede varios pasos y me mira con los ojos desencajados.

—Jacob —dice con la voz quebrada—. Dios mío... Jacob.

—Marlena —doy un paso adelante y me paro—. Lo siento. No debería haber hecho eso.

Me observa con una mano sobre la boca. Sus ojos son pozos oscuros. Luego se apoya en la pared para ponerse los zapatos con la mirada clavada en el asfalto.

—Marlena, por favor —extiendo las manos, implorante.

Encaja el segundo zapato y sale corriendo. Avanza tambaleante e insegura.

—¡Marlena! —digo corriendo algunos pasos tras ella.

Ella aumenta la velocidad y se lleva una mano a la cara para ocultarla de mi vista.

Me detengo.

—¡Marlena! ¡Por favor!

La sigo con la mirada hasta que dobla la esquina. Su mano sigue cubriéndole la cara, por si acaso voy tras ella.





Tardo varias horas en encontrar el camino de vuelta al circo.

Paso por delante de piernas que salen de puertas y carteles que anuncian colas del pan. Paso por delante de escaparates con letreros de CERRADO, y está claro que no es sólo por el descanso nocturno. Paso por delante de carteles que dicen NO SE NECESITA PERSONAL y carteles en ventanas de segundos pisos que dicen SE ENTRENA PARA LA LUCHA DE CLASES. Paso por delante de una tienda de ultramarinos que dice:

¿NO TIENE DINERO?
¿QUÉ TIENE?
¡ACEPTAMOS CUALQUIER COSA!

Paso por delante de un dispensador de prensa, y el titular dice PRETTY BOY FLOYD VUELVE A GANAR: SE LLEVA 4.000 DÓLARES MIENTRAS LA GENTE LE VITOREA.

A menos de dos kilómetros de la explanada, atravieso un campamento de vagabundos. Hay una hoguera en el centro con la gente tirada alrededor. Algunos están despiertos, sentados y con la mirada perdida en el fuego. Otros están tumbados sobre ropas dobladas. Paso lo bastante cerca para ver sus caras y para comprobar que la mayoría son jóvenes, más jóvenes que yo. También hay algunas chicas, y una pareja está copulando. Ni siquiera se han escondido entre los matorrales, sólo están un poco más lejos de la hoguera que los demás. Uno o dos de los chicos les observan con poco interés. Los que están dormidos se han quitado los zapatos, pero los tienen atados a los tobillos.

Hay un hombre mayor sentado junto al fuego, la mandíbula cubierta de una barba corta, o costras, o ambas cosas. Tiene la cara hundida de las personas sin dientes. Nos miramos a los ojos y mantenemos la mirada un buen rato. No sé por qué me mira con esa hostilidad hasta que recuerdo que voy vestido de un frac. Él no puede saber que tal vez eso sea lo único que nos separe. Rechazo una ilógica necesidad de darle explicaciones y sigo mi camino.

Cuando llego por fin a la explanada, me paro y observo la carpa de las fieras. Es inmensa y destaca contra el cielo nocturno. Unos minutos más tarde me encuentro delante de la elefanta. Sólo puedo distinguir su silueta, y eso después de que mis ojos se hayan acostumbrado a la oscuridad. Está dormida, con su enorme cuerpo inmóvil excepto por su respiración lenta y reposada. Tengo ganas de tocarla, de poner mi mano sobre su piel rugosa y caliente, pero no quiero despertarla.

Bobo está tumbado en un rincón de su jaula, con un brazo por encima de la cabeza y el otro sobre su pecho. Suspira profundamente, chasquea los labios y se da media vuelta. Tan humano.

Al cabo de un rato regreso al vagón de los caballos y me tumbo en el jergón. Queenie y Walter no se despiertan con mi llegada.

Agua para ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora