VEINTITRÉS

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Primer día después de la estampida.

Todavía estamos localizando y recuperando animales. Hemos encontrado a muchos, pero los que se han dejado atrapar no son los que más preocupan a los vecinos. La mayoría de los felinos siguen sueltos, lo mismo que el oso.

Nada más comer nos llaman desde un y restaurante de la zona. Cuando llegamos nos encontramos a Leo escondido debajo del fregadero de la cocina, tiritando de miedo. A su lado, pegado a la pared, hay un pinche de cocina aterrorizado. Hombre y león, mano a mano.

También ha desaparecido Tío Al, pero a nadie le pilla por sorpresa. La explanada es un hervidero de policías. Encontraron y retiraron el cuerpo de August la noche pasada y están llevando a cabo la investigación. Es sólo una formalidad, ya que es evidente que fue arrollado. Los rumores dicen que Tío Al va a permanecer alejado hasta que esté seguro de que no se le va a acusar de nada.



Segundo día después de la estampida.

La carpa de las fieras se va completando animal por animal. El sheriff regresa al circo con unos inspectores de ferrocarriles y deja caer algunos comentarios sobre las leyes contra el vagabundeo. Quiere que nos marchemos de su territorio. Pregunta quién es el responsable.

Por la noche, la cantina se queda sin comida.



Tercer día después de la estampida.

A última hora de la mañana, el tren del circo de los Hermanos Nesci se detiene en una vía muerta junto a la nuestra. El sheriff y los inspectores de ferrocarriles regresan y saludan al director como si fuera una visita de la realeza. Recorren la explanada juntos y acaban estrechándose las manos afectuosamente y riendo a grandes carcajadas.

Cuando los hombres de los Hermanos Nesci empiezan a meter a los animales y el equipamiento de los Hermanos Benzini en sus carpas y su tren, ni el más ferviente optimista de entre nosotros puede seguir negando lo evidente.

Tío Al se ha fugado. Todos y cada uno de nosotros estamos sin trabajo.



Piensa, Jacob. Piensa.

Tenemos dinero suficiente para salir de aquí, pero ¿de qué nos serviría sin un sitio al que ir? Esperamos un hijo. Necesitamos un plan. Necesito encontrar un trabajo.

Me acerco a la oficina de correos y llamo al decano Wilkins. Me daba miedo que no se acordara de mí, pero parace alegrarse de tener noticias mías. Me dice que muy a menudo se ha preguntado adónde habría ido y si me encontraría bien y, por cierto, ¿dónde he estado los últimos tres meses y medio?

Respiro profundamente y, cuando todavía estoy pensando lo difícil que va a ser explicarlo todo, las palabras empiezan a brotar de mi boca. Surgen solas, compitiendo por tener prioridad, y a veces me salen tan embrolladas que tengo que volver atrás y retomar un hilo diferente. Cuando al fin me callo, el decano Wilkins permanece tanto tiempo en silencio que me pregunto si se habrá cortado la comunicación.

-¿Decano Wilkins? ¿Sigue usted ahí?-digo. Me separo el auricular de la oreja y lo observo. Pienso en darle unos golpes contra la pared, pero no lo hago porque la empleada me está mirando. De hecho, me está mirando fascinada porque ha escuchado todo lo que estaba contando. Me giro hacia la pared y me vuelvo a poner el auricular en la oreja.

El decano Wilkins carraspea, tartamudea unos segundos y luego dice que sí, que sin lugar a dudas estará encantado de que regrese y haga los exámenes.


Cuando vuelvo a la explanada, Rosie se encuentra a cierta distancia de la carpa de la carpa de las fieras con el director gerente de los Hermanos Nesci, el sheriff y un inspector de ferrocarriles. Acelero el paso.

-¿Qué diablos pasa aquí? -pregunto deteniéndome junto al flanco de Rosie.

El sheriff me mira.

-¿Es usted el responsable de este circo?

-No -le digo.

-Pues esto no es asunto suyo -dice él.

-Esta elefanta es mía. Eso lo convierte en mi asunto.

-Este animal es parte de los bienes incautados al circo de los Hermanos Benzini y, como sheriff, estoy autorizado en nombre de la...

-Y una mierda. Es mía.

Se va reuniendo una multitud, formada principalmente por peones desocupados de los Hermanos Benzini. El sheriff y el inspector intercambian miradas nerviosas.

Greg da un paso adelante. Nos miramos a los ojos. Luego se dirige al sheriff.

-Es cierto. Le pertenece. Es domador ambulante. Ha estado viajando con nosotros, pero la elefanta es suya.

-Supongo que podrán probarlo.

La cara se me enciende. Greg mira al sheriff con abierta hostilidad. Al cabo de un par de segundos empieza a apretar los dientes.

-En ese caso -dice el sheriff con una sonrisa tensa-, déjenos que cumplamos nuestro deber.

Me encaro con el director gerente de los Hermanos Nesci. Él abre los ojos sorprendido.

-No le interesa -digo-. Es más simple que el asa de un cubo. Yo puedo hacer que haga un par de cosas, pero usted no sacará nada de ella.

Él arquea las cejas.

-¿Eh?

-Adelante, intente que haga algo -le insto.

Me mira cómo si me hubieran salido cuernos.

-En serio -le digo-. ¿Tiene un domador de elefantes? Intente que haga algo con ella. Es una inútil, una estúpida.

Sigue mirándome unos instantes. Luego gira la cabeza.

-Dick -rezonga-, haz que haga algo.

Un hombre con una pica en las manos se adelanta. Miro a Rosie a los ojos. Por favor, Rosie. Entiende lo que está pasando aquí. Por favor.

-¿Cómo se llama? -dice Dick mirándome por encima del hombro.

-Gertrude.

Se vuelve hacia Rosie.

-Gertrude, ven aquí. Ven aquí, ya -su voz es alta, autoritaria.

Rosie resopla y se pone a balancear la trompa.

-Gertrude, ven aquí ahora mismo -repite.

Rosie parpadea. Barre el suelo con la trompa y se queda quieta. Curva la punta y recoge polvo del suelo ayudándose con una pata. Luego la gira por el aire, lanzando el polvo que ha recogido por encima de su espalda y rociando a la gente que la rodea. Algunos de los presentes ríen.

-Gertrude, levanta la pata -dice Dick adelantándose hasta colocarse a su lado. Le da unos golpecitos con la pica en la parte de atrás de la pata-. ¡Levanta!

Rosie sonríe y le hurga en los bolsillos. Sus cuatro patas permanecen firmes en el suelo.

El domador retira la trompa y se gira hacia su jefe.

-Tiene razón. No sabe nada de nada. ¿Cómo habéis conseguido sacarla aquí fuera?

-La ha traído este sujeto -dice el director señalando a Greg. Él se gira hacia mí-. ¿Y qué es lo que hace?

-Está en la carpa de las fieras y le dan dulces.

-¿Nada más? -pregunta incrédulo.

-No -respondo.

-No me extraña que se haya arruinado el circo -dice sacudiendo la cabeza. Se gira hacia el sheriff-. Bueno, ¿qué más tiene?

No oigo nada más porque los oídos me zumban.

¿Qué demonios he hecho?

Agua para ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora