CONTINUACIÓN

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—Kinko —dice August de mala gana.

—August —responde el enano de igual manera.

—Éste es Jacob —dice August haciendo un reconocimiento de la diminuta habitación—. Va a vivir contigo algún tiempo.

Doy un paso adelante alargando la mano.

—¿Cómo está usted? —digo.

Kinko contempla con frialdad mi mano y se gira hacia August.

—¿Qué es?

—Se llama Jacob.

—He dicho <<qué>>, no <<quién>>.

—Nos va a echar una mano con los animales.

Kinko se levanta de un salto.

—¿Un cuidador de animales? Olvídalo. Yo soy artista. De ninguna manera voy a vivir con un peón.

Se oye un gruñido detrás de él y por primera vez veo a la terrier. Está al fondo del camastro con los pelos de la nuca erizados.

—Soy el director ecuestre y supervisor de los animales —dice August lentamente—, y sólo gracias a mi generosidad se te permite dormir aquí. También le debes a mi generosidad que no esté lleno de peones. Por supuesto, siempre podría cambiar de opinión. Además, este caballero es veterinario, y de Cornell nada menos, lo que le pone bastante por encima de ti en la escala de mi estima. A lo mejor deberías considerar ofrecerle el camastro—la llama de la lámpara parpadea en los ojos de August. Sus labios tiemblan en su resplandor tenebroso.

Tras unos instantes, se vuelve hacia mí y hace una reverencia, chocando los talones.

—Buenas noches, Jacob. Estoy seguro de que Kinko se encargará de que estés cómodo. ¿Verdad, Kinko? El enano le mira furibundo.

August se alisa los dos lados del pelo con las manos. Luego sale, cerrando la puerta a sus espaldas. Me quedo mirando la madera cortada toscamente hasta que oigo sus pasos por encima de nuestras cabezas. Entonces me giro.

Kinko y la perra me miran fijamente. La perra enseña los dientes y gruñe.

Paso la noche sobre una manta de caballo arrugada pegado contra la pared, lo más lejos que puedo del camastro. La manta está húmeda. Quienquiera que se ocupara de ajustar las tablas cuando convirtieron esto en una habitación hizo un trabajo desastroso, y la lluvia ha empapado la manta, que apesta a moho.

Me despierto sobresaltado. Me he rascado los brazos y el cuello hasta dejármelos en carne viva. No sé si ha sido por dormir sobre los pelos de caballo o sobre parásitos, y no quiero saberlo. El cielo que se ve entre los listones desencajados está negro, y el tren sigue moviéndose.

Me ha despertado un sueño, pero no me acuerdo de los detalles. Cierro los ojos y rebusco a ciegas en los rincones de mi cabeza.

Es mi madre. Está de pie en el patio con su vestido azul de flores tendiendo la colada en la cuerda. Sujeta en la boca unas pinzas de madera y tiene más en el delantal que lleva atado a la cintura. Sus dedos se afanan con una sábana. Está cantando bajito en polaco.

Flash.

Me encuentro tendido en suelo mirando hacia arriba, a los pechos colgantes de la stripper. Sus pezones, marrones y como galletas del tamaño de un dólar de plata, se mueven en círculos... Para afuera, para adentro, PLAF. Afuera, adentro, PLAF. Siento una punzada de excitación, luego de remordimiento y luego, náuseas.

Y de repente estoy...

Estoy...

Agua para ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora