En Meadville, August decide que ésa es la noche.
Cuando nos da la buena noticia, Tío Al se queda sin palabras. Se lleva las manos al pecho y levanta la mirada a las estrellas con los ojos llenos de lágrimas. Luego, mientras sus acólitos se agachan para protegerse, alarga los brazos y agarra a August del hombro. Le da un masculino apretón de manos, y a continuación, como es evidente que está demasiado emocionado para hablar, le da otro.
Estoy examinando una pezuña rajada en la tienda del herrero cuando August me manda a buscar.
—¿August? —digo situando la cara junto a la abertura de la tienda camerino de Marlena. La lona se hincha ligeramente, sacudida por el viento—. ¿Querías verme?
—¡Jacob! —exclama con voz atronadora—. ¡Me alegro de que hayas podido venir! ¡Entra, por favor! ¡Entra, muchacho!
Marlena lleva la ropa de actuar. Está sentada delante del tocador con un pie apoyado en su canto para atar la larga cinta rosa de una de sus zapatillas alrededor del tobillo. August se sienta a su lado, con la chistera y el frac. Da vueltas a un bastón con contera de plata. Tiene la empeñadura doblada, como la pica de domar elefantes.
—Por favor, siéntate —dice levantándose de su silla y dando unos golpecitos en el asiento.
Titubeo durante una fracción de segundo y luego cruzo la tienda. Una vez me he sentado, August se planta delante de mí. Yo miro a Marlena.
—Marlena, Jacob, queridísima mía y mi querido amigo —dice August quitándose el sombrero y contemplándonos con los ojos humedecidos—. Esta última semana ha sido increíble en muchos sentidos. Creo que no sería exagerado calificarla de viaje del alma. Hace tan sólo dos semanas este circo estaba al borde de la ruina. La supervivencia, y más aún, creo que en este clima financiero puedo decir que las vidas, las vidas mismas, de todos los componentes de este espectáculo estaban en peligro. ¿Y queréis saber por qué? Sus ojos brillantes se desplazan de Marlena a mí, de mí a Marlena.
—¿Por qué? —pregunta Marlena dócilmente mientras levanta la otra pierna y se enrolla la ancha cinta de satén alrededor del tobillo.
—Porque nos metimos en un agujero al comprar un animal que, supuestamente, iba a ser la salvación del circo. Y porque además tuvimos que comprar un vagón nuevo para transportarlo. Y porque entonces descubrimos que, al parecer, el animal no sabía nada, pero se lo comía todo. Y porque alimentarla significaba que no podíamos alimentar al resto de los empleados, y tuvimos que dejar que se fueran algunos de ellos.
Levanto la cabeza de golpe ante esta manipulada referencia a las luces rojas, pero August mira por encima de mí, a una de las paredes. Se queda callado un rato incómodamente largo, casi como si hubiera olvidado que estamos aquí. De repente vuelve en sí con un estremecimiento.
—Pero nos hemos salvado —dice bajando la mirada sobre mí con ojos amorosos—, y la razón por la que nos hemos salvado es que hemos recibido una bendición doble. El destino nos sonreía el día de junio en que condujo a Jacob hasta nuestro tren. No sólo nos entregó un veterinario con título de una gran universidad, el veterinario adecuado para un gran espectáculo como el nuestro, sino que era además un veterinario tan devoto de su deber que hizo un descubrimiento de lo más asombroso. Un descubrimiento que acabaría por salvar al circo.
—No, en serio, lo único que yo...
—Ni una palabra, Jacob. No voy a permitir que lo niegues. Desde la primera vez que te puse los ojos encima tuve una corazonada contigo. ¿Verdad, cariño? —August se vuelve hacia Marlena y la señala con un dedo.
Ella asiente en silencio. Con la segunda zapatilla asegurada, quita el pie del canto de tocador y cruza las piernas. Las puntas de sus dedos empiezan a balancearse de inmediato.
August se queda mirándola fijamente.
—Pero Jacob no hizo solo todo el trabajo —continúa—. Tú, mi bella e inteligente amada, has estado brillante. Y Rosie, porque, de entre todos nosotros, es a ella a la que menos debemos olvidar en esta ecuación, tan paciente, tan dispuesta... —hace una pausa y aspira tan fuerte que las aletas de su nariz se dilatan. Cuando sigue, la voz se le quiebra—. Porque es un animal bello y magnífico, con el corazón repleto de perdón y la capacidad de comprender los malentendidos. Porque gracias a vosotros tres, El Espectáculo Más Deslumbrante del Mundo de los Hermanos Benzini está a punto de elevarse hasta nuevas cotas de grandeza. Realmente estamos uniéndonos a las filas de los mayores circos, y nada de esto habría sido posible sin vosotros.
Nos sonríe radiante, con las mejillas tan arreboladas que me da miedo que vaya a romper a llorar.
—¡Oh! Casi se me olvida —exclama dando palmas. Corre hacia un baúl y rebusca en su interior. Saca dos cajas pequeñas. Una es cuadrada y la otra rectangular y plana. Las dos están envueltas en papel de regalo—. Para ti, querida —dice entregándole la plana a Marlena.
—¡Oh, Auggie! ¡No tenías por qué hacerlo!
—¿Y tú qué sabes? —dice con una sonrisa—. A lo mejor es un juego de plumas.
Marlena rasga el papel, descubriendo un estuche de terciopelo azul. Le mira insegura y abre la tapa con bisagras. Una gargantilla de diamantes refulge sobre el forro de satén rojo.
—Oh, Auggie —dice. Desplaza la mirada de la gargantilla a August con el ceño fruncido en un gesto de preocupación—. Auggie, es maravillosa. Pero no creo que nos podamos permitir...
—Calla —le dice inclinándose para tomarla de una mano. Le da un beso en la palma—. Esta noche anuncia una nueva era. Nada es demasiado bueno para esta noche.
Ella saca el collar y deja que cuelgue entre sus dedos. Es evidente que está impresionada.
August se gira y me entrega la caja cuadrada.
Retiro la cinta y abro el papel con cuidado. La caja que contiene también es de terciopelo azul. Se me hace un nudo en la garganta.
—Venga ya —dice August impaciente—. ¡Ábrelo! ¡No seas tímido!
La tapa se abre con un chasquido. Es un reloj de bolsillo de oro.
—August... —digo.
—¿Te gusta?
—Es precioso. Pero no lo puedo aceptar.
—Sí, claro que puedes. ¡Y lo vas a aceptar! —dice agarrando a Marlena de la mano y poniéndola de pie. Le quita el collar de la mano.
—No, no puedo —digo—. Es un gesto magnífico. Pero es demasiado.
—Puedes y lo vas a aceptar —dice con firmeza—. Soy tu jefe y es una orden directa. Y además, ¿por qué no ibas a aceptar ese regalo? Creo recordar que no hace mucho te desprendiste de uno por un amigo.
Cierro los ojos con fuerza. Cuando los vuelvo a abrir, Marlena está de espaldas a August, recogiéndose el pelo mientras él le abrocha el collar alrededor del cuello.
—Ya está —dice.
Ella se da la vuelta y se inclina ante el espejo de su tocador. Sus dedos se acercan cautelosos a los diamantes que adornan su garganta.
—¿Debo entender que te gusta? —pregunta.
—Ni siquiera sé qué decir. Es la cosa más bonita... ¡Oh! —exclama de repente—. ¡Casi se me olvida! Yo también tengo una sorpresa.
Abre el tercer cajón de su tocador y escarba en él, echando a un lado vaporosas piezas de tejido. Luego saca un gran retal de algo color rosa. Lo agarra por las puntas y le da una ligera sacudida, de una manera que brilla, reflejando mil puntos de luz.
—Bueno, ¿qué te parece? ¿Qué os parece? —dice con una gran sonrisa.
—Es... es... ¿Qué es? —pregunta August.
—Es un tocado para Rosie —dice sujetándolo contra su pecho con la barbilla y desplegando el resto delante de su cuerpo—. ¿Veis? Esta parte se engancha a la parte de atrás del arnés y éstas a los lados, y esta parte le cae por encima de la frente. Lo he hecho yo. Llevo dos semanas trabajando en él. Hace juego con el mío —levanta la mirada. Tiene una mancha colorada en cada una de sus mejillas.
August le mira fijamente. Su mandíbula inferior se mueve un poco, pero no emite sonido alguno. Luego estira los brazos y la envuelve con ellos.
Yo tengo que retirar la mirada.
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Agua para Elefantes
RomanceEn los difíciles años treinta Jacob lo ha perdido todo: familia, amigos, futuro... y decide enrolarse como veterinario en un circo ambulante. Envueltos por el fascinante espectáculo de los Benzini transcurren años de penuria en los que Jacob también...