Siento un tirón en la manga. Me vuelvo con los puños cerrados.
Grady levanta las dos manos en gesto de rendición.
-Eh, cuidado, compañero. Tómatelo con calma.
Dejo caer los puños.
-Estoy un poco nervioso. Eso es todo.
-Sí, ya. No te faltan motivos -dice mirando alrededor-. Oye, ¿has comido algo? He visto que te han echado de la cantina.
-No -contesto.
-Vamos. Nos acercaremos al puesto de comidas.
-No. No puedo. Estoy sin blanca -digo, loco por que se vaya. Me giro hacia la costura y separo sus bordes. Marlena sigue sin aparecer.
-Yo me ocupo de eso -dice Grady.
-Estoy bien, de verdad -sigo dándole la espalda con la esperanza de que entienda la indirecta y se marche.
-Oye, tenemos que hablar -dice en voz baja-. Estaremos más seguros en el paseo.
Giro la cabeza y le miro a los ojos.
Le sigo hasta el paseo. Desde el interior de la gran carpa la banda ataca la música de la Gran Parada.
Nos unimos a la cola del puesto de comidas. El hombre que atiende el mostrador vuelve y prepara hamburguesas a la velocidad de la luz para los escasos pero ávidos rezagados.
Grady y yo nos abrimos paso hasta el principio de la cola. Él levanta dos dedos.
-Un par de hamburguesas, Sammy. Cuando puedas.
Al cabo de unos segundos, el hombre de detrás del mostrador nos pasa dos platos de hojalata. Yo me hago con uno y Grady con el otro. Al mismo tiempo le da un billete enrollado.
-Lárgate -dice el cocinero rechazándolo con una mano-. Aquí tu dinero no vale nada.
-Gracias, Sammy -dice Grady guardándose el dinero-. Te lo agradezco de veras.
Se dirige a una castigada mesa de madera y pasa las piernas por encima del banco. Yo doy la vuelta por el otro lado.
-Bueno, ¿qué sucede? -digo pasando los dedos por encima de un nudo de la madera.
Grady lanza miradas furtivas alrededor.
-Algunos de los chicos que tiraron anoche han conseguido volver -dice. Levanta su hamburguesa y espera mientras tres gotas de grasa caen al plato.
-¿Qué? ¿Están aquí ahora? -digo estirándome para inspeccionar el paseo. Con la sola excepción de un puñado de hombres que esperan junto a la feria, probablemente a que se les conduzca ante Barbara, todos los palurdos están dentro de la gran carpa.
-Baja la voz -dice Grady-. Sí, cinco de ellos.
-¿Walter está...? -el corazón me late a toda velocidad. Tan pronto como pronuncio su nombre los ojos de Grady parpadean y tengo la respuesta-. Oh, Dios -digo volviendo la cabeza. Contengo las lágrimas y trago saliva. Tardo unos instantes en recuperarme-. ¿Qué pasó?
Grady deja su hamburguesa en el plato. Pasan cinco segundos de silencio antes de que responda y, cuando lo hace habla suavemente, sin inflexión.
-Los tiraron en el puente, a todos ellos. Camel se golpeó la cabeza con los peñascos. Murió inmediatamente. Walter se destrozó las piernas. Tuvieron que abandonarle -traga saliva y añade-: Creen que no superará la noche.
La mirada se me pierde en la distancia. Una mosca se posa en mi mano. La espanto.
-¿Qué les pasó a los demás?
-Sobrevivieron. Un par de ellos decidieron desaparecer y el resto nos alcanzaron -sus ojos se mueven de un lado a otro-. Bill es uno de ellos.
-¿Qué van a hacer? -pregunto.
-No me lo ha dicho -responde Grady-. Pero de un modo u otro, piensan vengarse de Tío Al. Y yo les voy a ayudar en lo que pueda.
-¿Por qué me lo cuentas?
-Para darte la oportunidad de que te protejas. Te portaste muy bien con Camel y no lo podemos olvidar -se inclina hacia delante, de manera que el pecho se pega al canto de la mesa-. Además -continúa quedamente-, me da la impresión de que en este momento tienes mucho que perder.
Levanto la mirada sorprendido. Mi mira a los ojos directamente, con una ceja arqueada.
Oh, Dios mío. Lo sabe. Y si lo sabe él, lo sabe todo el mundo. Tenemos que irnos ya, en este mismo instante.
Una ovación atronadora estalla en la gran carpa y la banda ataca sin preámbulos el vals de Gounod. Me vuelvo hacia la carpa de las fieras. Es un acto reflejo, porque Marlena estará preparándose para montar a Rosie, si no ya está sobre su cabeza.
-Tengo que irme -digo.
-Siéntate -dice Grady-. Come. Si estás pensando en largarte, puede que pase algún tiempo antes de que vuelvas a ver comida.
Planta los codos en la áspera madera gris de la mesa y levanta su hamburguesa.
Yo miro la mía, dudando que pueda tragarla.
Me dispongo a comerla, pero antes de que pueda agarrarla la música cesa de golpe. Se oye una alarmante colisión de metales que remata el tañido hueco de unos platillos. Sale disparado de la gran carpa y sobrevuela la explanada sin dejar rastro.
Grady se queda paralizado, encorvado sobre su hamburguesa.
Miro a izquierda y derecha. Nadie mueve un músculo, todo los ojos están fijos en la gran carpa. Unas cuantas hebras de heno ruedan perezosas sobre la tierra pisoteada.
-¿Qué es eso? ¿Qué pasa? -pregunto.
-Shhhh -dice Grady bruscamente.
La banda vuelve a tocar, interpretando esta vez Barras y estrellas.
-¡Dios! ¡Mierda! -Grady se levanta de un salto y retrocede, derribando el banco.
-¿Qué? ¿Qué pasa?
-¡La Marcha del Desastre! -chilla, se gira y sale corriendo.
Todas las personas relacionadas con el circo corren hacia la carpa. Me levanto del banco y me quedo de pie junto a él, estupefacto, sin entender lo que pasa. Me vuelvo apresurado al cocinero, que lucha con su delantal.
-¿De qué demonios habla? -grito.
-La Marcha del Desastre -dice mientras se arranca el delantal por encima de la cabeza-. Significa que algo ha salido mal... Muy mal.
Alguien me da un golpe en el hombro al pasar por mi lado. Se trata de Diamond Joe.
-¡Jacob... es la carpa de las fieras! -grita volviéndose a medias-. Los animales están sueltos. ¡Vamos, vamos, vamos!
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Agua para Elefantes
RomanceEn los difíciles años treinta Jacob lo ha perdido todo: familia, amigos, futuro... y decide enrolarse como veterinario en un circo ambulante. Envueltos por el fascinante espectáculo de los Benzini transcurren años de penuria en los que Jacob también...