CONTINUACIÓN

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Como no se me ocurre nada mejor, voy a la carpa de las fieras a hacer lo de siempre. Corto, mezclo y peso comida. Reviso un diente infectado del yak y le agarro la mano a Bobo para que me acompañe mientras visito al resto de los animales.

Ya he llegado hasta la limpieza del estiércol cuando Diamond Joe aparece detrás de mí.

-Tío Al quiere verte.

Me quedo mirándole un instante; luego dejo la pala en la paja.

Tío Al está en el coche restaurante, sentado delante de un plato con un filete y patatas fritas. Fuma un puro y hace aros de humo. Su séquito está detrás, de pie, con caras serias.

Me quito el sombrero.

-¿Querías verme?

-Ah, Jacob -dice inclinándose hacia delante-. Me alegro de verte. ¿Ya has colocado a Marlena?

-Está en un habitación, si es a eso a lo que te refieres.

-En parte sí.

-Entonces no estoy seguro de lo que quieres decir.

Se queda en silencio un instante. Luego deja el puro y junta las manos formando un campanario con los dedos.

-Es muy sencillo. No me puedo permitir perder a ninguno de los dos.

-Ella no tiene intención de dejar el circo, que yo sepa.

-Y él tampoco. Intenta imaginar cómo pueden ser las cosas si los dos se quedan pero no vuelven a estar juntos. August está sencillamente destrozado por el dolor.

-Espero que no estés sugiriendo que vuelva con él.

Al sonríe y ladea la cabeza.

-Le ha pegado, Al. Le ha pegado.

Tío Al se frota la barbilla y medita.

-Bueno, sí. Eso no me preocupa demasiado, la verdad -señala la silla que tiene enfrente-. Siéntate.

Me acerco a la silla y me siento.

Tío Al inclina la cabeza a un lado y me examina.

-¿O sea que había algo de verdad?

-¿En qué?

Tamborilea con los dedos sobre la mesa y frunce los labios.

-¿Marlena y tú estáis...? Mmmm, cómo lo diría...

-No.

-Mmmm -dice continuando con su examen-. Bien. No lo creía. Pero bien. En ese caso puedes ayudarme.

-¿Qué? -digo.

-Yo me dedico a él y tú te dedicas a ella.

-No pienso hacerlo.

-Sí, tú estás en una situación incómoda. Eres amigo de los dos.

-No soy amigo de August.

Al suspira y adopta una expresión de inmensa paciencia.

-Tienes que comprender a August. Lo hace de vez en cuando. No es culpa suya -se inclina hacia delante, fijándose en mi cara-. Dios mío, creo que será mejor que llame a un médico para que te eche un vistazo.

-No necesito a un médico. Y por supuesto que es culpa suya.

Me mira fijamente y vuelve a apoyarse en el respaldo de la silla.

-Está enfermo, Jacob.

No digo nada.

-Es un esnizofónico paragónico.

-¡¿Es qué?!

-Esnizofónico paragónico -repite Tío Al.

-¿Quieres decir <<esquizofrénico paranoico>>?

-Eso. Como se diga. Pero la cuestión es que está como una cabra. Claro que también es genial, así que intentamos obviarlo. Naturalmente, para Marlena es más difícil que para los demás. Por eso tenemos que darle todo nuestro apoyo.

Sacudo la cabeza pasmado.

-¿Alguna vez escuchas lo que dices?

-No puedo perder a ninguno de los dos. Y si no vuelven a estar juntos, August va a ser imposible de controlar.

-Le pegó -repito.

-Sí, lo sé; es muy desagradable. Pero es su marido, ¿no?

Me pongo el sombrero en la cabeza y me levanto.

-¿A dónde crees que vas?

-Vuelvo al trabajo -digo-. No me voy a quedar aquí sentado oyéndote decir que August puede pegarle porque es mujer. O que no es culpa suya porque está loco. Si está loco, con más motivo tendría Marlena que alejarse de él.

-Si quieres seguir teniendo un trabajo al que volver, será mejor que te sientes otra vez.

-¿Sabes una cosa? Me importa un pito tu trabajo -digo dirigiéndome a la puerta-. Hasta la vista. Ojalá pudiera decir que ha sido un placer.

-¿Y qué va a ser de tu amiguito?

Me quedo congelado con la mano en el picaporte.

-Ese mierdecilla del perro -dice como reflexionando-. Y ese otro también... esto, ¿cómo se llama? -chasca los dedos e intenta recordar el nombre.

Me giro muy lentamente. Sé por dónde va.

-Ya sabes a quién me refiero. Ese tullido inútil que lleva semanas comiéndose mi comida y ocupando un espacio en mi tren sin dar un palo al agua. ¿Qué va a ser de él?

Le miro con la cara encendida por el odio.

-¿De verdad creías que podías tener un refugiado escondido sin que yo me enterara? ¿Sin que él se enterara? -su expresión es rígida, sus ojos fríos.

De repente se suaviza. Sonríe con afecto. Levanta las manos con un gesto de súplica.

-Te has equivocado conmigo, ¿sabes? La gente de este circo es mi familia. Me importan sinceramente todos y cada uno de ellos. Pero lo que yo entiendo, y tú no pareces entender todavía, es que a veces un individuo tiene que sacrificarse por el bien de todos los demás. Y lo que necesita esta familia es que Marlena y August arreglen sus diferencias. ¿Nos entendemos?

Miro sus ojos brillantes y pienso en lo mucho que me gustaría hundir una hacha entre ellos.

-Sí, señor -digo por fin-. Creo que nos entendemos.

Agua para ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora