CONTINUACIÓN

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Deambulo por ahí toda la mañana, buscando a Marlena como un loco. No la encuentro por ninguna parte.

Tío Al se pasea con sus pantalones de cuadros blancos y negros y su chaleco escarlata, dando pescozones a todo aquel que no sea lo bastante rápido para retirarse de su camino. En un momento dado me ve y frena en seco. Nos enfrentamos separados por ochenta metros. Le miro insistentemente, intentando canalizar todo mi odio a través de mis ojos. Al cabo de unos segundos, sus labios dibujan una sonrisa fría. Luego hace un giro seco a la derecha y sigue su camino con sus acólitos pisándole los talones.

Cuando suben la bandera de la cantina a la hora de comer, observo desde lejos. Marlena está en la cola de la comida vestida con ropa de calle. Sus ojos examinan la multitud; sé que me está buscando y espero que sepa que me encuentro bien. Prácticamente nada más sentarse, August aparece de la nada y se sienta enfrente de ella. No lleva comida. Dice algo y luego alarga la mano y agarra a Marlena de la muñeca. Ella retrocede y se le derrama el café. Los que les rodean se vuelven para mirarles. Él la suelta y se levanta tan rápido que el banco cae al suelo. Luego se marcha a toda prisa. En cuanto se va, corro a la cantina.

Marlena sube la mirada, me ve y palidece.

-¡Jacob! -exclama sin aliento.

Levanto el banco y me siento en el borde.

-¿Te ha hecho daño? ¿Estás bien? -digo.

-Estoy bien. Pero ¿qué tal estás tú? He oído que... -las palabras se atascan en su garganta y se cubre la boca con la mano.

-Nos marchamos hoy mismo. Te estaré observando. Sal de la explanada cuando puedas y yo te seguiré.

Me mira, pálida.

-¿Y qué hacemos respecto a Camel y Walter?

-Regresaremos a ver qué podemos averiguar.

-Necesito un par de horas.

-¿Para qué?

Tío Al aparece en la entrada de la cantina y chasca los dedos por el aire. Earl se acerca a él desde el otro lado de la tienda.

-Tenemos algún dinero en la habitación. Entraré por él cuando no esté -dice Marlena.

-No. No merece la pena arriesgarse -digo.

-Tendré cuidado.

-¡No!

-Vamos, Jacob -dice Earl agarrándome del brazo-. El jefe quiere que te vayas de aquí.

-Dame sólo un segundo, Earl -le digo.

Él suspira profundamente.

-Vale. Resístete un poco. Pero sólo un par de segundos, y después tengo que sacarte de aquí.

-Marlena -digo a la desesperada-, tienes que prometerme que no vas a ir allí.

-Tengo que hacerlo. La mitad del dinero es mío, y si no lo cojo no tendremos ni un centavo nuestro.

Me suelto de la mano de Earl y me planto delante de él. De su pecho, en realidad.

-Dime en dónde está y yo iré por él -murmuro mientras le clavo el dedo a Earl en el pecho.

-Dentro del banco de la ventana -susurra Marlena apresurada. Se levanta y rodea la mesa para colocarse a mi lado-. El banco se abre. Está en una lata de café. Pero probablemente sería más fácil para mí...

-Bueno, tengo que sacarte ya -dice Earl. Me da la vuelta y me retuerce el brazo detrás de la espalda. Me empuja hacia delante de manera que quedo doblado por la mitad.

Giro la cabeza hacia Marlena.

-Yo lo cojo. Tú no te acerques a ese vagón. ¡Prométemelo!

Me debato un poco y Earl me lo permite.

-¡Te he dicho que me lo prometas! -siseo.

-Te lo prometo -dice Marlena-. ¡Ten cuidado!

-¡Suéltame, hijo de puta! -le grito a Earl. Para disimular, naturalmente.

Él y yo hacemos una gran interpretación de mi expulsión de la carpa. Me pregunto si alguien se dará cuenta de que no me dobla el brazo lo suficiente como para hacerme daño. Pero compensa ese detalle lanzándome a unos tres metros por encima de la hierba.

Me paso toda la tarde espiando por las esquinas, escondiéndome detrás de las cortinas de las tiendas y acuclillándome bajo los carromatos. Pero ni una sola vez consigo acercarme al vagón 48 sin que me vean. Además, no he visto a August desde el almuerzo, o sea que es muy posible que esté allí. Así que sigo haciendo tiempo.

No hay función de la tarde. A eso de las tres Tío Al se encarama a una caja en medio de la explanada e informa a todo el mundo de que más vale que el pase de la noche sea el mejor de sus vidas. No dice qué pasará si no es así, y nadie lo pregunta.

Así que se organiza un desfile improvisado, tras el cual se lleva a los animales a la carpa y los encargados de los dulces y de los otros puestos ponen en marcha sus negocios. La muchedumbre que ha seguido el desfile desde la ciudad se agolpa en el paseo, y al poco rato Cecil se está trabajando a los clientes delante de la feria.



Me encuentro pegado a la lona de la carpa de las fieras por fuera, y abro una de sus costuras para asomarme al interior.

Dentro, veo a August que trae a Rosie. Balancea el bastón de contera de plata bajo su vientre y detrás de sus patas traseras, amenazándola con él. La elefanta le sigue obedientemente, pero sus ojos están cargados de hostilidad. La conduce a su lugar habitual y le encadena la pata a la estaca. Ella mira la espalda encorvada del hombre con las orejas pegadas y luego, como si decidiera cambiar su actitud, bambolea la trompa y tantea el espacio que tiene delante. Encuentra un tentempié en el suelo y lo recoge. Curva la trompa hacia dentro y palpa el objeto con ella, comprobando su textura. Luego se lo lanza a la boca.

Los caballos de Marlena ya están puestos en fila, pero ella no está allí todavía. La mayoría de los palurdos ya han pasado camino de la gran carpa. Ella ya tendría que estar aquí. Vamos, vamos, ¿dónde estás?

Se me ocurre que, a pesar de su promesa, ha debido de ir a su compartimento. Maldita sea, maldita sea, maldita sea. August sigue ocupado con la cadena de Rosie, pero no tardará mucho en percatarse de la ausencia de Marlena y ponerse a investigar.

Agua para ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora