TRES

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Me despierta el chirrido prolongado de los frenos. Estoy mucho más hundido entre los rollos de lona de lo que estaba cuando me quedé dormido, y me siento desorientado. Tardo un segundo en caer en la cuenta de dónde me encuentro.

El tren frena a trompicones y resopla. Blackie, Bill y Grady se ponen en pie y salen por la puerta sin decir palabra. Una vez se han ido, Camel se acerca caminando con dificultad. Se agacha a mi lado y me empuja.

-Venga, chaval -dice-. Tienes que salir de aquí antes de que lleguen los hombres de la lona. Voy a intentar colocarte con Joe el Loco esta mañana.

-¿Joe el Loco? -digo mientras me siento. Me pican las espinillas y el cuello me duele como un hijo de puta.

-El jefazo de los caballos -dice Camel-. Bueno, del ganado de carga. August no le deja ni acercarse a los animales de pista. La verdad es que seguramente sea Marlena la que no se lo permite, pero no hay ninguna diferencia. Y tampoco te lo permitirá a ti. Con Joe el Loco por lo menos tienes una oportunidad. Hemos tenido una racha de mal tiempo y terrenos llenos de barro y algunos de sus hombres se hartaron de trabajar como esclavos y se largaron. Se ha quedado un poco escaso de personal.

-¿Por qué le llaman Joe el Loco?

-No lo sé exactamente -dice Camel-. Se escarba dentro de las orejas y examina sus hallazgos-. Creo que pasó algún tiempo en el manicomio, pero no sé por qué. Y tampoco te sugeriría que lo preguntaras -se limpia el dedo en los pantalones  y se dirige tranquilamente hacia la puerta.

>>Bueno, ¡vamos allá! -dice volviéndose a mirarme-. ¡No tenemos todo el día! -se apoya en el marco de la puerta y desciende con cuidado sobre la gravilla.

Me pego una última y violenta rascada a las piernas, me ato los zapatos y le sigo.

Nos encontramos junto a una gran explanada cubierta de hierba. Más allá se ven algunos edificios de ladrillo desperdigados, iluminados a contra luz por el resplandor previo del amanecer. Cientos de hombres desaseados y sin afeitar bajan del tren y lo rodean, como las hormigas al caramelo, maldiciendo, rascándose y encendiendo cigarrillos. Rampas y pasarelas caen al suelo con estrépito y yuntas de seis y ocho caballos se materializan de la nada y ocupan el terreno. Aparece un caballo tras otro, percherones de cola cortada que bajan la rampa con ruidosas pisadas resoplando y piafando, con sus arreos ya puestos. Unos hombres sujetan las puertas correderas a ambos lados de las rampas e impiden que los caballos se acerquen demasiado a los bordes.

Un grupo de hombres se acerca a nosotros con las cabezas gachas.

-Buenos días, Camel -dice el cabezilla según pasa a nuestro lado y sube al vagón. Los demás se suben detrás de él. Rodean un faro de lona y lo llevan en el vilo hacia la entrada, jadeando por el esfuerzo. Lo mueven más o menos cincuenta centímetros y cae levantando una nube de polvo.

-Buenos días, Will -dice Camel-. Oye, ¿tienes un pito para un anciano?

-Claro que sí -el hombre se incorpora y se tantea los bolsillos del pecho. Mete los dedos en uno de ellos y saca un cigarrillo torcido-. Es Bull Durham -dice y se estira para ofrecérselo-. Lo siento.

-La picadura me va bien -dice Camel-. Gracias, Will. Muy agradecido.

Will me señala con un pulgar.

-¿Quién es ése?

-Un novato. Se llama Jacob Jankowski.

Will me mira y luego se gira y escupe por la puerta.

-¿Cómo de nuevo? -dice sin dejar de dirigirse a Camel.

-Totalmente nuevo.

-¿Ya le has colocado?

-No.

-Vale, pues has tenido suerte -se toca el sombrero mirándome-. No te duermas, chaval, si sabes lo que quiero decir -y desaparece en el interior.

-¿Qué quiere decir? -pregunto, pero Camel se aleja. Acelero el paso para alcanzarle.

Ahora hay cientos de caballos entre los hombres desaseados. A primera la vista la escena parece caótica, pero para cuando Camel enciende el cigarrillo se han formado varias docenas de equipos que se arriman a los vagones de plataforma y empiezan a empujar los carromatos hacia las pasarelas. En cuanto las ruedas delanteras de una carreta tocan la pendiente de madera, el hombre que tira de su eje se retira de su trayectoria de un salto. Y hace muy bien. La carreta, cargada con un gran peso, desciende la pasarela a toda velocidad y no se detiene hasta un par de metros más allá.

A la luz del día puedo ver lo que anoche no podía: las carretas están pintadas de escarlata, con rebordes dorados y ruedas con radios, y todas ostentan el nombre de EL ESPECTÁCULO MÁS DESLUMBRANTE DEL MUNDO DE LOS HERMANOS BENZINI. Tan pronto como se enganchan las yuntas a las carretas, los percherones tiran de sus arreos y arrastran a sus pesados lastres por el terreno.

-Cuidado -dice Camel agarrándome del brazo y tirando de mí hacia él. Se sujeta el sombrero con la otra mano y aprisiona el cigarrillo entre los dientes.

Tres hombres a caballo pasan al galope. Giran y atraviesan el terreno a lo largo, luego recorren su perímetro y, finalmente, lo vuelven a atravesar en dirección contraria. El que va al mando mueve la cabeza  de un lado al otro, examinando el terreno a fondo. Lleva las dos riendas con una mano y con la otra saca de una bolsa de cuero estacas con banderines que clava en la tierra.

-¿Qué está haciendo? -pregunto.

-Delimitando el terreno -contesta Camel. Se detiene delante de un vagón de animales-. ¡Joe! ¡Eh, Joe!

Una cabeza se asoma por la puerta.

-Tengo aquí a un novatillo. Recién salido del cascarón. ¿Crees que te puede servir para algo?

Una figura desciende por la rampa. Se levanta el ala de su sombrero con una mano a la que le faltan tres dedos. Me estudia detenidamente, lanza por la boca una bola de oscuro jugo de tabaco y vuelve a entrar.

Camel me da unas palmaditas de felicitación en el brazo.

-Ya has sido aceptado, chaval.

-¿Ah, sí?

-Sí. Ahora vete a palear mierda. Te veré más tarde.

El vagón de ganado es un caos inenarrable. Me pongo a trabajar con chico llamado Charlie que tiene la cara suave como una niña. Ni siquiera le ha cambiado la voz. Después de haber sacado por la puerta a paletadas lo que parece una tonelada de estiércol, hago una pausa y contemplo toda la mierda que queda todavía.

-¿Pero cuántos caballos meten aquí?

-Veintisiete.

-Dios. Deben de ir tan apretados que no podrán ni moverse.

-Ésa es la idea -dice Charlie. Una vez que se ha subido el último caballo, ninguno de ellos puede bajarse.

De repente, las grupas de caballos que vi anoche adquieren sentido.

Joe aparece en el umbral de la puerta.

-Ya han izado la bandera -gruñe.

Charlie suelta la pala y se dirige hacia la puerta.

-¿Qué pasa? ¿A dónde vas? -pregunto.

-Han izado la bandera de la cantina.

Sacudo la cabeza.

-Lo siento. Sigo sin entender.

-Manduca -dice él.

Eso sí que lo entiendo. Yo también tiro la pala.


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