El chirrido de los frenos de aire me saca del trance. Antes de que el tren haya parado del todo salto a la grava y corro hacia los coches cama. Subo los escalones de hierro del primero, lo bastante destartalado como para albergar trabajadores, y abro la puerta con tal violencia que rebota y se vuelve a cerrar. La abro otra vez y entro.
-¡Earl! ¡Earl! ¿Dónde estás? -la voz me sale gutural por el odio y la rabia-. ¡Earl!
Recorro a zancadas el pasillo asomándome a las literas. Ninguna de las caras que me miran sorprendidas es la de Earl.
Al siguiente vagón.
-¡Earl! ¿Estás aquí?
Me detengo y giro hacia el asombrado ocupante de una de las literas.
-¿Dónde coño está? ¿Está aquí?
-¿Te refieres a Earl el de seguridad?
-Sí. A ese mismo me refiero.
Señala con el pulgar por encima de su hombro.
-Dos vagones más allá.
Atravieso otro vagón tratando de esquivar los miembros que asoman de las literas inferiores, los brazos que se salen de sus límites.
Abro la puerta corredera de golpe.
-¡Earl! ¿Dónde coño estás? ¡Sé que estás aquí!
Hay un silencio de asombro en el que los hombres de ambos lados del vagón se asoman de sus literas para ver quién es el intruso vocinglero. Cuando he recorrido tres cuartas partes del coche veo a Earl. Me lanzó sobre él.
-¡Hijo de la gran puta! -exclamo intentando agarrarle por el cuello-. ¿Cómo has podido hacerlo? ¿Cómo has podido?
Earl se levanta de la litera de un salto y me retiene las manos a los lados.
-Uf... tranquilo, Jacob. Cálmate. ¿Qué te pasa?
-¡Sabes muy bien de qué estoy hablando, no me jodas! -chillo retorciendo los antebrazos hacia fuera para liberarme.
Me lanzo sobre él pero, antes de que pueda darme cuenta, ya me tiene otra vez a la distancia de su brazo.
-¿Cómo has podido hacerlo? -las lágrimas corren por mi cara-. ¿Cómo has podido? ¡Creía que eras amigo de Camel! ¿Y qué coño te había hecho Walter en toda su vida?
Earl se pone pálido. Se queda inmóvil, todavía con sus manos cerradas alrededor de mis muñecas. La impresión que se refleja en su cara es tan auténtica que dejo de luchar.
Los dos nos miramos horrorizados. Pasan los segundos. Un murmullo de pánico recorre el resto del vagón.
Earl me suelta y dice:
-Sígueme.
Los dos bajamos del tren, y cuando ya nos hemos alejado al menos una docena de metros se vuelve hacia mí.
-¿Han desaparecido?
Le observo detenidamente, buscando repuestas en su cara. No encuentro ninguna.
-Sí.
Earl toma aire. Cierra los ojos. Durante un instante creo que va a llorar.
-¿Me estás diciendo que no sabías nada? -pregunto.
-¡Qué va, coño! ¿Qué te crees que soy? Nunca haría una cosa como ésa. Mierda. Joder. El pobre viejo. Espera un momento... -dice clavando los ojos en mí de repente-. ¿Dónde estabas tú?
-Por ahí -le digo.
Earl me mira unos instantes y luego baja los ojos al suelo. Se pone las manos en las caderas y suspira, moviendo la cabeza y pensando.
-Muy bien -dice-. Voy a averiguar a cuántos otros pobres incautos han tirado, pero déjame que te diga una cosa: a los artistas no los tiran por muy despreciables que sean. Si Walter ha desaparecido es que iban por ti. Y si yo fuera tú, me pondría a andar ahora mismo y no volvería la vista atrás.
-¿Y si no lo puedo hacer?
Me mira con dureza. Mueve las mandíbulas de un lado a otro. Me observa largo rato.
-Estarás a salvo en la explanada a plena luz del día -dice por fin-. Si esta noche vuelves a subirte al tren ni te acerques al vagón de los caballos. Muévete por los vagones de plataforma y métete debajo de los carromatos. No dejes que te pillen y no bajes la guardia. Y lárgate del circo tan pronto como puedas.
-Lo haré. Puedes creerme. Pero hay un par de cabos sueltos que tengo que resolver antes.
Earl me echa una última y prolongada mirada.
-Intentaré ponerme en contacto contigo más tarde -dice. Luego se encamina a grandes pasos hacia la cantina, donde los hombres del Escuadrón Volador se están congregando en pequeños grupos con ojos inquietos y expresiones atemorizadas.
Aparte de Camel y Walter, han desaparecido otros ocho hombres, tres del tren principal y los demás del Escuadrón Volador, lo que significa que Blackie y sus secuaces se dividieron en cuadrillas para cubrir diferentes partes del tren. Al estar el circo al borde de la ruina, lo más probable es que a los trabajadores les hubieran dado luz roja de todas formas, pero no encima de un puente. Eso estaba reservado para mí.
Se me pasa por la cabeza que la conciencia me impidió matar a August al mismo tiempo que alguien intentaba cumplir sus órdenes de matarme.
Me pregunto qué habrá sentido al despertarse junto al cuchillo. Espero que comprenda que, aunque empezó como una amenaza, se ha transformado en una promesa. Se lo debo a todos y cada uno de los hombres que han sido arrojados del tren.
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Agua para Elefantes
RomanceEn los difíciles años treinta Jacob lo ha perdido todo: familia, amigos, futuro... y decide enrolarse como veterinario en un circo ambulante. Envueltos por el fascinante espectáculo de los Benzini transcurren años de penuria en los que Jacob también...