Walter y yo estamos descansando entre la función de la tarde y la de la noche cuando oímos unos golpes suaves en la puerta.
Él se levanta tropezando con la caja de madera y maldiciendo al tiempo que evita que la lámpara de petróleo se estrelle contra el suelo. Yo me acerco a la puerta y echo un vistazo nervioso a los baúles dispuestos en fila contra la pared del fondo.
Walter coloca la lámpara y me hace un gesto de cabeza casi imperceptible.
Abro la puerta.
—¡Marlena! —digo abriéndola más de lo que pretendía—. ¿Qué haces levantada? Quiero decir... ¿Te encuentras bien? ¿Quieres sentarte?
—No —dice. Su cara está a unos centímetros de la mía—. Estoy bien. Pero me gustaría hablar contigo un momento. ¿Estás solo?
—Eh, no. No exactamente —digo mirando a Walter, que sacude la cabeza y agita las manos frenéticamente.
—¿Puedes venir al compartimento? —dice Marlena—. No será más que un momento.
—Sí, claro.
Se da la vuelta y va andando cautelosamente hasta la puerta. No lleva zapatos, sino zapatillas. Se sienta en el quicio y baja con cuidado. La observo un instante, aliviado de ver que, aunque se mueve con precaución, no cojea de un modo alarmante.
Cierro la puerta.
—Joder, tú —dice Walter sacudiendo la cabeza—. Casi me da un ataque al corazón. Mierda, tío. ¿Qué coño estamos haciendo?
—Eh, Camel —digo—. ¿Estás bien ahí detrás?
—Sí —se oye una voz débil al otro lado de los baúles—. ¿Crees que ha visto algo?
—No. Estás seguro. Por ahora. Pero vamos a tener que ser muy prudentes.
Marlena está en el sillón de terciopelo con las piernas cruzadas. Cuando entro la veo inclinada hacia delante, masajeándose el arco de un pie. Al verme lo deja y se echa para atrás.
—Jacob. Gracias por venir.
—Faltaría más —digo. Me quito el sombrero y lo sujeto azorado contra el pecho.
—Siéntate, por favor.
—Gracias —digo sentándome en el borde de la silla más próxima. Miro alrededor—. ¿Dónde está August?
—Tío Al y él tienen una reunión con los responsables de los ferrocarriles.
—Ah —digo—. ¿Algo serio?
—Sólo rumores. Alguien ha ido contando que damos luz roja a la gente. Estoy segura de que lo aclararán.
—Rumores. Sí —digo. Me pongo el sombrero sobre las piernas y juego con el ala mientras espero.
—Bueno... mmm... Estaba preocupada por ti —dice.
—¿Ah, sí?
—¿Estás bien? —me pregunta en voz baja.
—Sí. Claro que sí —contesto. Entonces me doy cuenta de lo que está preguntando—. Oh, Dios... No, no es lo que crees. El médico no era para mí. Quería que echara un vistazo a una amistad y no era... no era para eso.
—Ah —dice ella soltando una risita nerviosa—. Me alegro mucho. Lo siento, Jacob. No era mi intención avergonzarte. Es que estaba preocupada.
—Estoy bien. En serio.
—¿Y tu amistad?
Contengo la respiración un momento.
—No tan bien.
—¿Se pondrá buena?
—¿Buena? —la miro, pillado con la guardia baja.
Marlena retira la mirada y se retuerce los dedos en el regazo.
—Había supuesto que era Barbara.
Toso y luego me atraganto.
—Oh, Jacob... Madre mía. Estoy liándolo todo. No es asunto mío. De verdad. Perdóname, por favor.
—No. Apenas conozco a Barbara—me sonrojo de tal manera que el cuero cabelludo me pica.
—No pasa nada. Ya sé que es...—Marlena se retuerce los dedos abochornada y deja la frase sin terminar—. Bueno, a pesar de eso, no es mala persona. Es muy noble, de verdad, aunque quisieras...
—Marlena —digo con fuerza suficiente para que deje de hablar. Me aclaro la garganta para seguir—: No hay nada entre Barbara y yo. Apenas la conozco. No creo que hayamos hablado más de una docena de palabras en toda nuestra vida.
—Oh —dice—. Es que Auggie dijo que...
Permanecemos sentados en un incómodo silencio casi medio minuto.
—¿O sea que ya tienes mejor los pies? —pregunto.
—Sí, gracias —se agarra las manos con tal fuerza que tiene los nudillos blancos. Traga saliva y se mira el regazo—. Hay otra cosa de la que quería hablar contigo. De lo que pasó en el callejón. En Chicago.
—Aquello fue todo por mi culpa—me apresuro a decir—. No logro entender lo que me pasó. Enajenación temporal o algo así. Lo siento mucho. Puedo asegurarte que no volverá a pasar nunca.
—Oh —dice en voz baja.
La miro, confundido. A no ser que me equivoque de medio a medio, creo que he conseguido ofenderla.
—No estoy diciendo que... No es que seas... Es que...
—¿Estás diciendo que no querías besarme?
Levanto las manos y el sombrero se me cae.
—Marlena, ayúdame, por favor. No sé qué quieres que diga.
—Porque sería más fácil si no hubieras querido.
—Si no hubiera querido, ¿qué?
—Si no hubieras querido besarme —dice suavemente.
Muevo la mandíbula, pero pasan varios segundos antes de articular palabra.
—Marlena, ¿qué insinúas?
—No... no estoy segura del todo—dice—. Ya no sé ni qué pensar. No he podido dejar de pensar en ti. Sé que lo que siento está mal, pero no sé... Bueno, supongo que me preguntaba...
Cuando levanto los ojos, su cara está roja como una cereza. Se agarra y suelta las manos alternativamente, sin retirar la mirada del regazo.
—Marlena —digo levantándome y dando un paso adelante.
—Creo que deberías irte —dice ella.
Me quedo mirándola unos segundos.
—Por favor —dice sin levantar los ojos.
Y yo me voy, a pesar de que todos los huesos de mi cuerpo gritan que no lo haga.
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Agua para Elefantes
RomanceEn los difíciles años treinta Jacob lo ha perdido todo: familia, amigos, futuro... y decide enrolarse como veterinario en un circo ambulante. Envueltos por el fascinante espectáculo de los Benzini transcurren años de penuria en los que Jacob también...