CONTINUACIÓN

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Dos de los hombres están del todo quietos, mirándome fijamente por encima de las cartas desplegadas. El cuarto se pone de pie y se acerca a mí.

Es un gorila grande como un castillo con una espesa barba negra. Lleva la ropa sucia y parece que alguien le ha dado un bocado al ala de su sombrero. Me levanto como puedo y retrocedo tambaleándome, para descubrir que no tengo donde retroceder. Giro la cabeza y descubro que me encuentro contra uno de los múltiples fondos de la lona. Cuando vuelvo a mirar hacia delante la cara del hombre está pegada a la mía y su aliento apesta a alcohol.

-En este tren no tenemos sitio para vagabundos, hermano. Ya puedes volver a saltar.

-Espera un momento, Blackie -dice el viejo de la jarra-. No vayas a hacer algo precipitado, ¿me oyes?

-No es precipitado -dice Blackie lanzándose a mi cuello. Yo me agacho y esquivo su brazo. Me lanza la otra mano y levanto la mía para detenerle. Los huesos de nuestros brazos chocan con un chasquido.

-¡Uuuuuuu! -aúlla el viejo-. Ten cuidado, compañero. No se te ocurra jugar con Blackie.

-A mí me parece que es Blackie el que quiere jugar conmigo -grito mientras intercepto otro golpe.

Blackie ataca. Caigo encima de un rollo de lona y antes de que mi cabeza se golpee me he levantado otra vez. Un segundo después me ha retorcido el brazo por la espalda, los pies me cuelgan sobre el quicio de la puerta abierta y tengo delante una fila de pinos que, en mi opinión, pasa demasiado deprisa.

-¡Blackie! -le ladra el viejo-. ¡Blackie! ¡Déjale! ¡Te he dicho que le dejes! ¡Y dentro del tren!

Blackie me tuerce el brazo en dirección a la nuca y me sacude.

-¡Blackie, ya te lo he dicho! -grita el viejo-. No necesitamos meternos en líos. ¡Déjale!

Blackie me suspende un poco más desde la puerta y luego se gira y me tira encima de los rollos de la lona. Vuelve con el resto de los hombres, pilla la jarra de barro y pasa a mi lado para subirse a las pilas de las lonas y retirarse a l rincón más lejano del vagón. Le miro fijamente mientras me froto el brazo maltratado.

-No te enfades, chaval -dice el viejo-. Tirar a la gente del tren es uno de los privilegios del trabajo de Blackie, y hacía tiempo que no se le presentaba una ocasión. Venga -dice dando unas palmaditas en el suelo-. Siéntate aquí.

Le lanzo otra mirada a Blackie.

-Venga, hombre -insiste el viejo-. No seas tímido. Blackie se va a comportar, ¿verdad, Blackie?

Blackie suelta un gruñido y da otro trago.

Me levanto y voy con cautela a donde están los demás.

El viejo alarga su mano derecha hacia mí. Yo dudo y acabo por estrecharla.

-Soy Camel -me dice-. Y este de aquí es Grady. Ése es Bill. Y creo que ya has hecho migas con Blackie -sonríe exhibiendo un escaso puñado de dientes.

-Hola a todos -digo.

-Grady, trae esa jarra, ¿quieres? -dice Camel.

Grady me mira de arriba abajo y yo le mantengo la mirada. Al cabo de unos instantes se levanta y va en silencio hasta Blackie.

Camel se levanta con esfuerzo, tan anquilosado que, en un momento dado, yo le sujeto del codo. Una vez que está de pie alza la lámpara de queroseno y me estudia la cara. Observa mi ropa y me analiza de la cabeza a los pies.

-¿Ves lo que te decía, Blackie? -exclama enfadado-. Éste no es ningún vagabundo. Blackie ven aquí y echa un vistazo. Aprende la diferencia.

Blackie gruñe, da un último trago y le pasa la jarra a Grady.

Camel me mira con los ojos entornados.

-¿Cómo has dicho que te llamabas?

-Jacob Jankowski.

-Eres pelirrojo.

-Eso me han dicho.

-¿De dónde eres?

Hago una pausa. ¿Soy de Norwich o de Ithaca? ¿Uno es de donde procede o de donde tiene sus raíces?

-De ningún sitio.

El rostro de Camel se endurece. Se balancea ligeramente sobre sus piernas flexionadas, arrojando una luz irregular de la lámpara vacilante.

-¿Has hecho algo, chico? ¿Estás huyendo?

-No -digo-. Nada de eso.

Me observa sin pestañear un buen rato más y luego asiente con la cabeza.

-Muy bien. No es asunto mío. ¿Para dónde vas?

-No estoy seguro.

-¿Estás sin trabajo?

-Sí, señor. Supongo que sí.

-No es ningún deshonor -dice-. ¿Qué sabes hacer?

-Casi todo -digo yo.

Grady se acerca con la jarra y se la pasa a Camel. La limpia con la manga y me la pasa.

-Toma. Pégale un lingotazo.

Bueno, no es que sea virgen en el alcohol, pero el whisky ilegal es otra historia. Me quema el pecho y la cabeza como si fuera el fuego del infierno. Recupero la respiración y contengo las lágrimas, mirando a Camel fijamente a los ojos a pesar de que mis pulmones amenazan con inflamarse.

Camel me observa y sacude despacio la cabeza.

-Llegaremos a Utica por la mañana. Allí te acompañaré a ver al Tío Al.

-¿A quién? ¿Para qué?

-A Alan Bunkel, Jefe de Pista Sin Igual. Amo y Señor de los Universos Conocidos y Desconocidos.

Debo tener cara de pasmado, porque Camel suelta una carcajada sin dientes.

-Chaval, no me digas que no te has dado cuenta.

-¿Cuenta de qué? -pregunto.

-Increíble, chicos -exclama mirando a los demás-. ¡De verdad que no se ha dado cuenta!

Grady y Bill sonríen de medio lado. Sólo a Blackie parece no hacerle gracia. Me mira con odio y se baja el sombrero sobre la cara.

Camel se vuelve hacia mí, carraspea y habla lentamente, saboreando cada palabra.

-No has saltado a un tren cualquiera, chico. Te has subido al Escuadrón Volador de El Espectáculo Más Deslumbrante del Mundo de los Hermanos Benzini.

-¿El qué? -digo.

Camel se ríe tan fuerte que se dobla por la mitad.

-Ah, esto es genial. Realmente genial -dice sorbiendo y secándose las lágrimas con el dorso de la mano-. Ay, Dios. Has caído de culo en un circo, chico.

Le miro y parpadeo.

-Eso de ahí es la gran carpa -dice levantando la gran carpa de queroseno y señalando con un dedo torcido los inmensos rollos de lona-. Una de las carretas de la carpa se cayó de la rampa y acabó hecha trizas. Por eso está aquí. Puedes buscarte un sitio para dormir. Faltan unas cuantas horas para que lleguemos. Pero no te pongas demasido cerca de la puerta.  A veces cogemos las curvas muy cerradas.

Agua para ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora