Rosie apoya un pie en un cubo mientras le limo las uñas. Tiene cinco en cada pie, como un humano. Estoy arreglándole uno de los delanteros cuando de repente noto que ha cesado toda la actividad en la carpa de las fieras. Los trabajadores están paralizados, mirando hacia la entrada con los ojos muy abiertos.
Levanto los ojos. August se acerca y se planta frente a mí. El cabello le cae sobre la cara y se lo echa para atrás con una mano inflamada. Tiene el labio superior de un azul purpúreo y agrietado como una salchicha asada. La nariz, aplastada y torcida hacia un lado, está manchada de sangre. Sostiene un cigarrillo encendido.
—Dios santo —dice. Intenta sonreír, pero el labio partido se lo impide. Da una calada al cigarrillo—. Es difícil decir quién se llevó la peor parte, ¿eh, muchacho?
—¿Qué quieres? —digo inclinándome y limando el borde de una uña descomunal.
—No seguirás enfadado, ¿verdad?
No contesto.
Me observa trabajar durante un instante.
—Mira, sé que perdí los papeles. A veces mi imaginación se desborda.
—Ah, ¿fue eso lo que pasó?
—Oye —dice echando el humo—. Esperaba que pudiéramos olvidar lo que ha pasado. Así que, ¿qué me dices? ¿Amigos otra vez? —alarga la mano.
Me levanto muy tieso, con los dos brazos a los lados.
—Le has pegado, August.
El resto de los hombres observan sin decir palabra. August parece desconcertado. Mueve la boca. Retira la mano y se pasa el cigarrillo a ésta. Tiene las manos amoratadas, las uñas rotas.
—Sí. Lo sé.
Retrocedo y reviso las uñas de Rosie.
—Potóz noge. ¡Potóz noge, Rosie!
Ella levanta su enorme pie y lo baja al suelo. De una patada desplazo el cubo boca abajo hacia su otra pata delantera.
—Noge! Noge! —Rosie cambia el peso de su cuerpo y coloca el otro pie en el centro del cubo—. Teraz do przodu —le digo empujándole la pata por detrás hasta que las uñas quedan fuera del canto del cubo—. Buena chica —digo dándole unas palmaditas en el flanco. Ella levanta la trompa y abre la boca en una sonrisa. Meto la mano y le acaricio la lengua.
—¿Sabes dónde está? —pregunta August.
Me encorvo y examino las uñas de Rosie, pasando las manos por debajo de su pie.
—Necesito verla —continúa.
Empiezo a limar. Una fina nube de polvo de uñas invade el aire.
—Muy bien. Como quieras —dice con voz penetrante—. Pero es mi mujer y la voy a encontrar. Aunque tenga que ir de hotel en hotel, la voy a encontrar.
Le miro en el preciso instante en que lanza el cigarrillo. Traza un arco por el aire y cae en la boca abierta de Rosie, chisporroteando sobre su lengua. Ella ruge aterrada, echa la cabeza hacia atrás y se hurga en el interior de la boca con la trompa.
August se marcha. Yo me giro hacia Rosie. Ella me mira con un aire de tristeza indescriptible en la cara. Sus ojos de color ámbar están llenos de lágrimas.
Tenía que haber supuesto que recorrería los hoteles. Pero no lo pensé, y está en el segundo hotel al que fuimos. No podría ser más fácil de encontrar.
Sé que me vigilan, así que me tomo mi tiempo. A la primera oportunidad me escapo de la explanada y voy corriendo al hotel. Espero un minuto a la vuelta de la esquina, observando, para asegurarme de que nadie me ha seguido. Cuando he recuperado el aliento, me quito el sombrero, me seco la frente y entro en el edificio.
El empleado me mira. Es nuevo. Tiene ojos de adormilado.
—¿Qué es lo que quiere? —dice como si me hubiera visto antes, como si los tomates pochos apaleados cruzaran esta puerta todos los días.
—He venido a ver a la señorita L'Arche —digo recordando que Marlena se ha registrado con su nombre de soltera—. Marlena L'Arche.
—No hay nadie con ese nombre —dice.
—Sí, claro que sí —digo—. Yo estaba con ella cuando se registró esta mañana.
—Lo siento, pero se equivoca usted.
Le miro durante un instante y salgo corriendo escaleras arriba.
—¡Eh, amigo! ¡Vuelva aquí ahora mismo!
Subo los escalones de dos en dos.
—Si sube esas escaleras llamaré a la policía —grita.
—¡Hágalo!
—¡Lo voy a hacer! ¡Les voy a llamar ahora mismo!
—¡Bien!
Llamo a la puerta con los nudillos que tengo menos doloridos.
—¿Marlena?
Un segundo después el empleado me agarra, me da la vuelta y me aplasta contra la pared. Me retiene por las solapas y pega su cara a la mía.
—Ya se lo he dicho: no está aquí.
—No te preocupes, Albert. Es un amigo mío —Marlena ha salido al pasillo detrás de nosotros.
Él se contiene, jadeando su aliento cálido sobre mí. Abre los ojos confundido.
—¿Qué? —dice.
—¿Albert? —pregunto yo igualmente despistado—. ¿Albert?
—Pero ¿y antes? —balbucea Albert.
—Éste no es el mismo. Es otro hombre.
—¿Ha venido August? —digo atando cabos—. ¿Estás bien?
Albert se vuelve de uno a otro, y vuelta otra vez.
—Es un amigo. El que se peleó con él —le explica Marlena.
Albert me suelta. Hace un torpe intento de alisarme la chaqueta y extiende la mano.
—Lo siento, chico. Te pareces un montón al otro tipo.
—Bah, no pasa nada —digo estrechándole la mano. Él la aprieta y yo me estremezco—. Viene por ti —le digo a Marlena—. Tenemos que sacarte de aquí.
—No seas bobo —dice Marlena.
—Ya ha venido —dice Albert—. Le dije dije que no estaba aquí, y al parecer se lo creyó. Por eso me sorprendió que tú... él... eh..., apareciera otra vez.
Abajo suena el timbre de recepción. Albert y yo nos miramos a los ojos. Yo meto a Marlena en la habitación y él baja corriendo.
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Agua para Elefantes
RomanceEn los difíciles años treinta Jacob lo ha perdido todo: familia, amigos, futuro... y decide enrolarse como veterinario en un circo ambulante. Envueltos por el fascinante espectáculo de los Benzini transcurren años de penuria en los que Jacob también...