CONTINUACIÓN

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Cuando vuelvo Marlena ya está allí, luciendo el vestido de seda con abalorios que le regaló August aquella noche que cenamos en su compartimento. El collar de diamantes resplandece en su cuello.

Rosie mastica feliz otra sandía; por lo menos es la segunda, pero todavía queda media docena en el rincón. Marlena le ha quitado el tocado a Rosie, y ahora cuelga de la silla que hay delante del tocador, que se ha convertido en una mesita de servicio repleta de fuentes de plata y botellas de vino. Huelo la carne de buey tostada y el estómago se me retuerce de hambre.

Marlena, acalorada, rebusca en uno de los cajones de su tocador.

—¡Oh, Jacob! —dice mirando por encima de su hombro—. Bien. Empezaba a preocuparme. Va a presentarse en cualquier momento. Oh, cielos. Y no lo encuentro —se endereza de repente y deja el cajón abierto. Pañuelos de seda se derraman por el borde—. ¿Puedes hacerme un favor?

—Por supuesto —digo.

Saca una botella de champán de una cubierta de tres patas. El hielo que contiene se desliza y tintinea. El agua chorrea de su base cuando me lo da.

—¿Puedes abrirlo justo cuando entre? Y también grita ¡sorpresa!

—Claro —digo agarrando la botella. Le quito el alambre y espero con los pulgares apoyados en el corcho. Rosie acerca su trompa e intenta hacerse un hueco entre mis manos y la botella. Marlena sigue hurgando en el cajón.

—¿Qué es esto?

Levanto la mirada. August está delante de nosotros.

—¡Oh! —exclama Marlena dando la vuelta—. ¡Sorpresa!

—¡Sorpresa! —grito esquivando a Rosie y empujando el corcho. Rebota en la lona y aterriza en la hierba. El champán rebosa por encima de mis dedos y me río. Marlena se acerca inmediatamente con dos copas de flauta para intentar detener la riada. Para cuando conseguimos coordinar, he derramado un tercio de la botella, que Rosie sigue intentado arrebatarme.

Miro para abajo. Los zapatos de seda de Marlena están oscurecidos por el champán.

—¡Oh, lo siento! —digo entre risas.

—¡No, no! No seas tonto —dice ella—. Tenemos otra botella.

—He preguntado <<¿qué es esto?>>.

Marlena y yo nos quedamos paralizados, todavía con las manos entrelazadas. Ella alza la mirada con una repentina expresión de preocupación en los ojos. Muestra las dos copas casi vacías en las manos.

—Es una sorpresa. Una celebración.

August nos mira fijamente. Lleva la corbata deshecha, la chaqueta abierta. Su cara es del todo inexpresiva.

—Una sorpresa, sí —dice. Se quita el sombrero y le da vueltas en las manos, examinándolo. El pelo le sube como una ola desde la frente. De repente levanta la cara, con una ceja arqueada—. O eso creéis vosotros.

—¿Cómo dices? —pregunta Marlena con la voz imperturbable.

Con un golpe de muñeca, August lanza la chistera a un rincón. Luego se quita la chaqueta, lenta, metódicamente. Se acerca al tocador y sacude la chaqueta como si la fuera a dejar en el respaldo de la silla. Cuando ve el tocado de Rosie se detiene. Entonces pliega la chaqueta y la deja encima del asiento. Sus ojos se desplazan al cajón abierto con los pañuelos desbordando por encima.

—¿Os he pillado en un mal momento? —dice dirigiendo la mirada a nosotros. Suena igual que si le estuviera pidiendo a alguien que le pasara la sal.

—Cariño, no sé de qué estás hablando —dice Marlena suavemente.

August se inclina y saca un chal naranja largo y casi transparente del cajón. A continuación se lo pasa alrededor de los dedos.

—Así que estabais pasando un ratito divertido con los pañuelos, ¿no? —tira de un extremo del chal y se lo pasa otra vez entre los dedos—. Eres una chica muy traviesa. Pero supongo que eso ya lo sabía.

Marlena le observa sin decir palabra.

—Bueno —dice—. ¿Es una celebración poscoital? ¿Os he dado tiempo suficiente? ¿O debería irme un rato y volver luego? Debo decir que la elefanta es una novedad. Me da miedo pensarlo.

—En nombre de Dios, ¿de qué estás hablando? —dice Marlena.

—Dos copas —comenta mientras señala las manos de la mujer.

—¿Qué? —ella levanta las copas tan deprisa que su contenido cae en la hierba—. ¿Te refieres a éstas? La tercera está precisamente...

—¿Crees que soy idiota?

—August... —digo.

—¡Cierra la boca! ¡Cierra la puta boca, joder!

La cara se le ha puesto amoratada. Los ojos hinchados. Tiembla de rabia.

Marlena y yo nos quedamos completamente quietos, mudos de asombro. Y entonces la cara de August sufre otra transformación, fundida con algo que podría parecer regodeo. No deja de jugar con el chal, incluso lo mira y sonríe. Luego lo dobla con meticulosidad y lo vuelve a dejar en el cajón. Cuando se levanta sacude la cabeza lentamente.

—Vosotros... Vosotros... Vosotros... —levanta una mano y remueve el aire con los dedos. Pero entones calla; el bastón de contera de plata ha llamado su atención. Está apoyado en la pared cerca de la mesa, donde yo lo dejé. Se acerca a paso lento y lo empuña.

Oigo un líquido que golpea el suelo a mis espaldas. Rosie está meando en la hierba, con las orejas pegadas al cuerpo y la trompa recogida bajo la cara.

August blande el bastón y golpea con su empuñadura de plata contra la palma de la mano.

—¿Cuánto tiempo creíais que me lo podríais ocultar? —hace una breve pausa y luego me mira a los ojos—. ¿Eh?

—August —digo—. No tengo ni idea de que...

—¡He dicho que cierres la boca! —se gira y golpea con el bastón la mesita auxiliar arrojando fuentes, cubiertos y botellas al suelo. Acto seguido levanta un pie y, de una patada, lo tira todo. La mesa cae de lado y vuelan porcelanas y alimentos.

Agua para ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora