Cuatro horas y seis botellas después, August y Marlena bailan al ritmo de Maybe It's the Moon mientras yo me relajo en un sillón tapizado, con la pierna derecha echada por encima de su brazo. August hace girar a Marlena y la detiene al final de su brazo estirado. Se tambalea y tiene el pelo revuelto. Su pajarita cae a ambos lados del cuello y lleva los primeros botones de la camisa desabrochados. Mira a Marlena con tal intensidad que parece otro hombre.
—¿Qué te pasa? —pregunta ella—. ¿Auggie? ¿Te encuentras bien?
Él sigue mirándola a la cara con la cabeza inclinada, como si estuviera analizando. Las comisuras de sus labios se curvan. Empieza a asentir con la cabeza, lentamente, sin apenas moverla.
Marlena abre mucho los ojos. Intenta retroceder, pero él la agarra de la barbilla con fuerza.
Me incorporo en el sillón, repentinamente alerta.
August la mira unos instantes más con los ojos brillantes y acerados. Luego su expresión vuelve a transformarse, y por un momento se pone tan sentimental que creo que va a echarse a llorar. La acerca hacia él por la barbilla y la besa en los labios. Después se marcha a la habitación y se desploma boca abajo en la cama.
—Perdóname un momento —dice Marlena.
Entra en el dormitorio y le hace rodar hasta que queda en medio de la cama. Le quita los zapatos y los deja caer al suelo. Luego sale, corre las cortinas de terciopelo e inmediatamente cambia de idea. Las vuelve a abrir, apaga la radio y se sienta enfrente de mí.
Un ronquido de proporciones mayestáticas resuena en el dormitorio.
La cabeza me da vueltas. Estoy completamente borracho.
—¿Qué demonios ha sido eso?—pregunto.
—¿Qué? —Marlena se quita los zapatos, cruza las piernas y se inclina para frotarse el empeine del pie. Los dedos de August le han dejado unas marcas rojas en la barbilla.
—Eso —le espeto—. Lo que acaba de pasar. Cuando estabais bailando.
Levanta la mirada con dureza. Su rostro se contrae, y por un momento creo que va a llorar. Luego se gira hacia la ventana y se lleva un dedo a los labios. Permanece en silencio durante casi medio minuto.
—Hay que entender una cosa de Auggie —dice—, y no sé exactamente cómo explicarla.
Me inclino hacia ella.
—Inténtalo.
—Es... voluble. Puede ser el hombre más encantador del mundo. Como esta noche.
Espero a que continúe.
—¿Y...?
Se recuesta en el sillón.
—Y, bueno, tiene... sus momentos. Como hoy.
—¿Qué ha pasado hoy?
—Casi te ha dado de comer a una fiera.
—Ah. Eso. No puedo decir que me encantara, pero no corrí ningún peligro. Rex no tiene dientes.
—No, pero pesa ciento ochenta kilos y tiene zarpas —dice con calma.
Dejo la copa de vino en la mesa mientras asimilo la gravedad de lo que acaba de decir. Marlena hace una pausa y luego levanta los ojos para buscar los míos.
—Jankowski es un nombre polaco, ¿verdad?
—Sí, claro.
—A los polacos no les suelen caer bien los judíos, por lo general.
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Agua para Elefantes
Roman d'amourEn los difíciles años treinta Jacob lo ha perdido todo: familia, amigos, futuro... y decide enrolarse como veterinario en un circo ambulante. Envueltos por el fascinante espectáculo de los Benzini transcurren años de penuria en los que Jacob también...