Walter y yo nos subimos al vagón de los caballos.
Queenie sale detrás de los baúles, donde Camel ronca. Menea la cola y luego se detiene, olisqueando el aire.
—Siéntate —ordena Walter señalando el camastro.
Queenie se sienta en medio del suelo. Yo lo hago en el borde del camastro. Ahora que mi adrenalina se va disolviendo, empiezo a darme cuenta del lamentable estado en que me encuentro. Tengo las manos laceradas, respiro con un sonido como si llevara puesta un cámara de gas y veo a través de la rendija que dejan los párpados hinchados de mi ojo derecho. Cuando me toco la cara, la mano se retira empapada en sangre.
Walter se inclina sobre un baúl abierto. Cuando se da la vuelta tiene en las manos una garrafa de whisky ilegal y un pañuelo. Se pone delante de mí y quita el corcho.
—¿Eh? ¿Eres tú, Walter? —dice Camel desde el otro lado de los baúles. Siempre le despertará el sonido de la botella al abrirse.
—Estás hecho un asco —dice Walter sin hacer el menor caso a Camel. Pega el pañuelo al gollete de la garrafa y la pone boca abajo. Acerca el trapo húmedo a mi cara—. Estate quieto. Esto te va a escocer.
Eso ha sido el eufemismo del siglo: cuando la tela entra en contacto con mi cara salto hacia atrás con un quejido.
Walter espera con el pañuelo en el aire.
—¿Necesitas morder algo? —se agacha para recoger el tapón de corcho—. Toma.
—No —digo apretando los dientes—. Sólo dame un segundo —me abrazo el pecho balanceándome adelante y atrás.
—Tengo una idea mejor —dice Walter. Me pasa la garrafa—. Adelante. Cuando lo tragas quema como un demonio, pero después de unos sorbos no notas demasiado. ¿Qué demonios ha pasado, si puede saberse?
Agarro la garrafa y utilizo las dos manos magulladas para llevármela a la boca. Me siento torpe, como si llevara guantes de boxear. Walter me ayuda. El alcohol me quema los labios heridos, se abre camino por mi garganta y explota en el estómago. Tomo aire y me retiro la garrafa tan rápido que el líquido salpica por el gollete.
—Ya. No es del más suave —dice Walter.
—Chicos, ¿me vais a sacar de aquí y a invitarme o qué? —protesta Camel.
—¡Calla, Camel! —dice Walter.
—¡Eh, oye! Ésa no es forma de hablarle a un pobre anciano...
—¡He dicho que te calles, Camel! Estoy intentando resolver un problema. Sigue —dice ofreciéndome la garrafa otra vez—. Bebe un poco más.
—¿Qué clase de problema? —insiste Camel.
—Jacob está hecho una pena.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Ha habido un <<Eh, palurdo>>?
—No —contesta Walter—. Peor.
—¿Qué es un <<Eh, palurdo>>? —farfullo a través de mis labios inflamados.
—Bebe —dice dándome la garrafa otra vez—. Una pelea entre ellos y nosotros. Entre los del circo y los palurdos. ¿Estás listo?
Le doy otro trago al licor ilegal que, a pesar de lo que Walter aseguraba, sigue quemando como gas mostaza. Dejo la garrafa en el suelo y cierro los ojos.
—Sí, eso creo.
Walter me agarra de la barbilla con una mano y la gira a izquierda y derecha, evaluando los daños.
—Joder, Jacob. ¿Qué coño ha pasado? —dice rebuscando entre mi pelo en la parte de atrás de la cabeza. Al parecer, ha encontrado una nueva atrocidad.
—Ha maltratado a Marlena.
—¿Quieres decir físicamente?
—Sí.
—¿Por qué?
—Se volvió loco. No sé de qué otra manera describirlo.
—Tienes cristales por todo el pelo. Estate quieto —sus dedos examinan mi cuero cabelludo, levantando y separando el pelo—. ¿Y por qué se volvió loco? —dice dejando esquirlas de cristal encima del libro más cercano.
—No tengo ni puñetera idea.
—Y una mierda que no. ¿Has hecho el tonto con ella?
—No. Nada de eso —digo, aunque estoy bastante seguro de que me ruborizaría si no tuviera ya la cara como carne picada.
—Espero que no —dice Walter—. Por tu bien, espero que no.
Se oyen roces y golpes a mi derecha. Intento mirar, pero Walter me sujeta la barbilla con fuerza.
—Camel, ¿qué puñetas estás haciendo? —brama echando su cálido aliento en mi cara.
—Quiero ver si Jacob se encuentra bien.
—Por lo que más quieras —dice Walter—. No te muevas, ¿de acuerdo? No me sorprendería que tuviéramos visita en cualquier momento. Puede que vengan por Jacob, pero no creas que no te llevarían a ti también.
Cuando Walter ha terminado de limpiarme los cortes y de quitarme los cristales del pelo, me arrastro hasta el jergón e intento encontrar un reposo confortable para mi cabeza, que está adolorida por delante y por detrás. Tengo el ojo derecho inflamado y no lo puedo abrir. Queenie se acerca a investigar, olisqueando cautelosamente. Retrocede unos pasos y se tumba sin quitarme la vista de encima.
Walter vuelve a guardar la garrafa en el baúl y se queda encorvado, revolviendo en el fondo. Al enderezarse lleva en la mano un cuchillo enorme.
Cierra la puerta interior y la atranca con un taco de madera. Luego se sienta con la espalda contra la pared y el cuchillo a su lado.
Poco tiempo después oímos el ruido de los cascos de los caballos en la rampa. Pete, Otis y Diamond Joe hablan en susurros en la otra parte del vagón, pero nadie llama a la puerta ni intenta abrirla. Al cabo de un rato, oímos cómo desmontan la rampa y cierran la puerta corredera de fuera.
Cuando el tren arranca por fin, Walter suspira ostensiblemente. Yo le miro. Deja caer la cabeza entre las piernas y se queda así unos instantes. Luego se pone de pie y guarda el enorme cuchillo detrás del baúl.
—Eres un cabrón con suerte —dice desencajando el taco de madera. Abre la puerta y se dirige a la fila de baúles que ocultan a Camel.
—¿Yo? —digo entre los vapores del licor ilegal.
—Sí, tú. Por ahora.
Walter separa los baúles de la pared y saca a Camel.
Luego lo lleva a rastras hasta el otro extremo del vagón para ocuparse de sus abluciones vespertinas.
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Agua para Elefantes
RomanceEn los difíciles años treinta Jacob lo ha perdido todo: familia, amigos, futuro... y decide enrolarse como veterinario en un circo ambulante. Envueltos por el fascinante espectáculo de los Benzini transcurren años de penuria en los que Jacob también...