VEINTIDÓS

92 6 0
                                    

-Shhh, no te muevas.

No me muevo, pero mi cabeza baila y rebota con los movimientos del tren. El silbato de la locomotora suena lastimero, un sonido distante que de algún modo logra atravesar el insistente zumbido de mis oídos. Todo mi cuerpo parece de plomo.

Noto en la frente algo frío y húmedo. Abro los ojos y veo un despliegue de colores y formas cambiantes. Cuatro brazos borrosos se mueven sobre mi cabeza y luego se unen en un sólo miembro rechoncho. Tengo una arcada, mis labios forman involuntariamente un túnel. Giro la cabeza, pero no sale nada.

-No abras los ojos -dice Walter-. Estate quieto.

-Hrrmph -mascullo. Dejo que la cabeza caiga a un lado y el trapo se desliza. Un momento después me lo vuelven a poner.

-Te has llevado un buen golpe. Me alegro de que hayas vuelto.

-¿Se está recuperando? -dice Camel-. Eh, Jacob, ¿todavía sigues con nosotros?

Tengo la sensación de estar saliendo de una mina profunda, me cuesta saber dónde estoy. Parece que me encuentro tumbado en el jergón. El tren ya está en movimiento. Pero ¿cómo he llegado aquí y por qué estaba dormido?

¡Marlena!

Abro los ojos de golpe. Hago un esfuerzo para levantarme.

-¿No te he dicho que te estés quieto? -me riñe Walter.

-¡Marlena! ¿Dónde está Marlena? -resuello y caigo de nuevo en la almohada. La cabeza me da vueltas. Es como si tuviera el cerebro suelto. Cuando abro los ojos es todavía peor, así que los cierro otra vez. Eliminando todo estímulo visual, la oscuridad parace más grande que mi cabeza, como si mi cavidad craneal se hubiera dado la vuelta de dentro afuera.

Walter está de rodillas a mi lado. Me quita el trapo de la frente, lo sumerge en agua y lo escurre. El agua cae de nuevo en la palangana con un sonido claro y cristalino, un repiqueteo familiar. El zumbido empieza a ceder, reemplazado por un dolor palpitante que cruza de un oído al otro por la parte de atrás del cráneo.

Walter vuelve a ponerme el trapo en la cara. Me limpia la frente, las mejillas, y el mentón, dejándome la piel húmeda. La sensación de frescor me despeja y permite que me concentre en el exterior de mi cabeza.

-¿Dónde está? ¿Le ha hecho daño?

-No lo sé.

Abro los ojos otra vez y el mundo se balancea violentamente. Me apoyo en los codos con dificultad, y en esta ocasión Walter no me empuja. En vez de eso, se inclina hacia mí y me observa los ojos.

-Mierda. Tienes las pupilas de diferente tamaño. ¿Te apetece beber algo? -dice.

-Eh... sí -jadeo. Me cuesta encontrar las palabras. Sé lo que quiero expresar, pero es como si el camino entre mi cerebro y mi boca estuviera relleno de algodón.

Walter cruza la habitación y una chapa de botella rebota en el suelo. Vuelve a mi lado y me pone una botella en los labios. Es zarzaparrilla.

-Me temo que no tengo nada mejor -dice pesaroso.

-Malditos polis -gruñe Camel-. ¿Estás bien, Jacob?

Quisiera contestar, pero mantenerme incorporado requiere toda mi atención.

-Walter, ¿está bien? -esta vez el tono de Camel es bastante más preocupado.

-Creo que sí -dice Walter. Deja la botella en el suelo-. ¿Quieres probar a sentarte? ¿O prefieres esperar unos minutos?

-Tengo que ir a buscar a Marlena.

-Olvídalo, Jacob. Ahora mismo no puedes hacer nada.

-Tengo que ir. ¿Y si él...? -la voz se me quiebra. Ni siquiera puedo acabar la frase. Walter me ayuda a sentarme.

-No puedes hacer nada ahora.

-Eso no lo puedo aceptar.

Walter se gira enfadado.

-Por el amor de Dios, ¿quieres escucharme por una vez en tu vida?

Su cólera me deja callado. Doblo las rodillas y me inclino de manera que apoyo la cabeza en los brazos. La siento pesada, enorme, al menos tan grande como mi cuerpo.

-Que estemos en un tren en marcha y tú sufras una contusión es lo menos grave. Estamos metidos en un lío. Y en este momento lo único que puedes hacer es empeorar las cosas. Joder, si no te hubieran dejado sin sentido y no tuviéramos todavía a Camel aquí, esta noche yo no habría vuelto a subir a este tren.

Bajo la mirada al jergón entre las piernas e intento concentrarme en los profundos pliegues del tejido. Las cosas empiezan a calmarse, ya no se mueven tanto. A cada minuto que pasa, más y más partes de mi cerebro se van poniendo en funcionamiento.

-Mira -continúa Walter con una voz más suave-, nos faltan tres días para entregar a Camel. Y mientras tanto tenemos que arreglarnos lo mejor que podamos. Eso significa vigilarnos las espaldas y no hacer ninguna tontería.

-¿Entregar a Camel? -dice el aludido-. ¿Es así como pensáis de mí?

-¡Por el momento, sí! -brama Walter-. Y tendrías que estar agradecido, porque ¿qué coño crees que pasaría si nos largáramos ahora mismo? ¿Mmmmm?

No surge ninguna respuesta del camastro.

Walter hace una pausa y suspira.

-Mira, lo que ha pasado con Marlena es horrible, pero ¡por el amor de Dios!, si nos vamos antes de Providence, Camel no tiene nada que hacer. Marlena va a tener que cuidar de sí misma los próximos tres días. Joder, que ya lo ha hecho durante cuatro años. Creo que puede aguantar tres días más.

-Está embarazada, Walter.

-¿Qué?

Se produce un largo silencio. Levanto la mirada. Walter arruga la frente.

-¿Estás seguro?

-Eso dice.

Me mira a los ojos largo rato. Intento mantenerle la mirada, pero mis ojos se desvían rítmicamente hacia los lados.

-Un motivo más para tener mucho cuidado. ¡Jacob, mírame!

-¡Ya lo intento! -digo.

-Vamos a largarnos de aquí. Pero para que todos lo logremos, hay que hacer las cosas bien. No podemos hacer nada, ¡nada!, hasta que se vaya Camel. Cuanto antes te hagas a la idea, mejor.

Desde el camastro se oye un sollozo. Walter gira la cabeza.

-¡Cállate, Camel! No aceptarían que volvieras si no te hubieran perdonado. ¿O preferirías que te dieran luz roja?

-No estoy muy seguro -gime.

Walter se vuelve hacia mí.

-Mírame, Jacob. Mírame -cuando le miro continúa-. Ella le tendrá a raya. Te aseguro que le tendrá a raya. Es la única que sabe hacerlo. Sabe lo que se juega. Sólo son tres días.

-¿Y luego qué? Como tú mismo has dicho todo el tiempo, no tenemos adónde ir.

Gira la cara, enfurecido. Luego vuelve a mirarme.

-Jacob, ¿de verdad entiendes la situación en la que nos encontramos? Porque a veces me lo pregunto.

-¡Claro que sí! Pero es que no me gusta ninguna de las opciones.

-A mí tampoco. Pero como te he dicho, eso tendremos que resolverlo más tarde. En este momento tenemos que concentrarnos en salir vivos de aquí.

Agua para ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora