Mientras hago la cola de la cantina mi cabeza no para de dar vueltas. Walter tiene toda la razón: yo he provocado todo este desastre y yo tengo que solucionarlo. Pero que me aspen si sé cómo. Ninguno de nosotros dispone de un hogar al que regresar. Y poco importa que Walter no pueda saltar a los trenes; el infierno se congelará antes de que yo permita que Marlena pase ni una sola noche en esa jungla de los vagabundos. Estoy tan preocupado que casi he llegado a la mesa sin haber levantado la cabeza. Marlena ya está allí.
-Hola -digo ocupando mi sitio.
-Hola -dice ella tras una breve pausa, e inmediatamente intuyo que algo va mal.
-¿Qué tienes? ¿Qué ha pasado?
-Nada.
-¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño?
-No. Estoy bien -susurra mirando el plato.
-No es verdad. ¿Qué te pasa? ¿Qué te ha hecho? -digo. Algunos comensales empiezan a observarnos.
-Nada -sisea-. Y baja la voz.
Estiro el cuerpo y, en un alarde de contención, me pongo la servilleta sobre las piernas. Tomo los cubiertos y corto con cuidado la chuleta de cerdo.
-Marlena, por favor, háblame -digo en voz baja.
Me esfuerzo por poner la misma cara que si estuviéramos hablando del tiempo. Poco a poco, los que nos rodean vuelven a concentrarse en sus platos.
-Voy con retraso -dice ella.
-¿Cómo dices?
-Voy con retraso.
-¿Para qué?
Levanta la cabeza y se pone de un rojo intenso.
-Creo que voy a tener un niño.
Cuando Earl viene a buscarme, ni siquiera me sorprende. Está siendo un día completo.
Tío Al está sentado en su silla con la cara demacrada y expresión agria. Hoy no hay coñac. Muerde el extremo de un puro y golpea repetidamente con la punta del bastón en la alfombra.
-Han pasado casi tres semanas, Jacob.
-Lo sé -digo. La voz me tiembla. Todavía estoy asimilando la noticia de Marlena.
-Me has decepcionado. Creía que nos entendíamos.
-Y así era. Así es -me agito inquieto-. Mira, estoy haciendo todo lo que está en mi mano, pero August no colabora. Ella habría vuelto a su lado hace mucho tiempo si la hubiera dejado en paz un rato.
-He hecho lo que he podido -dice Tío Al. Se retira el puro de los labios, lo mira y se quita una hebra de tabaco de la lengua. La lanza hacia la pared, donde queda pegada.
-Pues no ha sido suficiente -digo-. La sigue por todas partes. Le grita. Vocifera junto a su ventana. Ella le tiene miedo. Hacer que Earl le siga y le separe cada vez que se pasa de la raya no es suficiente. ¿Volverías tú con él sí fueras Marlena?
Tío Al me mira fijamente. De repente me doy cuenta de que estaba gritando.
-Lo siento -digo-. Te juro que voy a insistir, pero necesito que consigas que la deje en paz unos cuantos días más...
-No -dice él suavemente-. Ahora lo vamos a hacer a mi manera.
-¿Qué?
-He dicho que lo vamos a hacer a mi manera. Ya puedes marcharte -señala la puerta con un movimiento de la punta de los dedos-. Vete.
Le miro parpadeando como un estúpido.
-¿Qué quieres decir con <<a tu manera>>?
Sin darme ni cuenta, los brazos de Earl me rodean como un fleje de acero. Me levanta de la silla y me saca por la puerta.
-¿Qué quieres decir con eso, Al? -grito por encima del hombro de Earl-. Quiero saber qué quieres decir. ¿Qué es lo que vas a hacer?
Earl me trata con mucha más suavidad una vez que ha cerrado la puerta. Cuando por fin me deja sobre la gravilla, me sacude la chaqueta.
-Perdona, amigo -dice-. Lo he intentado, de veras.
-¡Earl!
Se para y da la vuelta con una expresión sombría.
-¿Qué se le ha ocurrido?
Me mira pero no dice nada.
-Earl, por favor, te lo ruego. ¿Qué va a hacer?
-Lo siento, Jacob -dice. Y vuelve a subirse al tren.
Las siete menos cuarto, quince minutos para que empiece el espectáculo. El público deambula por la tienda de las fieras, observando a los animales de camino a la gran carpa. Yo estoy junto a Rosie, atento mientras ella acepta caramelos de regalo, chicles y hasta limonada de la gente. Por el rabillo del ojo veo que un hombre alto se acerca a mí a grandes pasos. Es Diamond Joe.
-Tienes que largarte corriendo -dice pasando por encima del cordón.
-¿Por qué? ¿Qué pasa?
-August viene hacia aquí. Esta noche va a actuar la elefanta.
-¿Qué? ¿Quieres decir con Marlena?
-Sí. Y no quiere verte. Está de un humor de perros. Venga, vete.
Busco a Marlena por la carpa. Está delante de los caballos, charlando con una familia de cinco miembros. Sus ojos se posan en mí y a partir de ese momento, al ver mi expresión, me vuelve a mirar a intervalos regulares.
Le paso a Diamond Joe el bastón con contera de plata que se utiliza ahora como pica y salto el cordón de separación. Veo que la chistera de August se acerca por mi izquierda y yo me dirijo a la derecha, por delante de la fila de cebras. Me detengo junto a Marlena.
-¿Sabías que esta noche ibas a actuar con Rosie? -le pregunto.
-Perdonen -les dice sonriente a la familia con la que habla. Gira y se acerca a mí-. Sí. Tío Al me ha hecho llamar. Me ha contado que el circo está al borde de la ruina.
-Pero, ¿puedes hacerlo? O sea, en tu... mmm...
-Estoy bien. No tengo que hacer ningún gran esfuerzo.
-¿Y si te caes?
-No me voy a caer. Además, no tengo elección. Tío Al me ha dicho... Ah, demonios, ahí está August. Será mejor que desaparezcas.
-No quiero.
-No me va a pasar nada. No va a hacerme nada con los palurdos alrededor. Tienes que irte. Por favor.
Miro por encima de mi hombro. August se aproxima mirándonos con la cabeza gacha, como un toro furioso.
-Por favor -dice Marlena desesperada.
ESTÁS LEYENDO
Agua para Elefantes
RomantizmEn los difíciles años treinta Jacob lo ha perdido todo: familia, amigos, futuro... y decide enrolarse como veterinario en un circo ambulante. Envueltos por el fascinante espectáculo de los Benzini transcurren años de penuria en los que Jacob también...