Capítulo 28

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Un escalofrío recorre al pelirrojo de pies a cabeza en el momento en que determina aquel par de ojos rojos entre la oscuridad del lugar. Tarda algunos segundos en adaptarse a la poca luz existente, entonces logra distinguir al dueño de aquellos círculos escarlata que tanto le inquietan.

Lentamente se dibuja una figura grande e imponente que por un momento a Kanato le parece aterradora, la forma en que lo observa, la posición en la que se encuentra, esto sumado a la energía que pareciera que emanara de él causa que el pelirrojo comience a temblar; aun así, se las arregla para mantener una mirada determinada todo el tiempo. Dándole la cara a la última persona que quería encontrarse este día.

Aparta la vista por un momento para ver el objeto que sostiene con una mano. Es la pistola que precisamente venía a buscar, mientras que con la otra mano no deja de mover una de las balas entre sus dedos. Entonces, por primera vez desde que hizo contacto visual, Aizel parpadea y redirige su mirada hacia el arma que tiene.

—Una sola de estas cosas puede hacer que un vampiro vea el infierno ¿Sabes? — la voz grave y profunda de Aizel finalmente rompe el silencio. Mira detenidamente la bala de no más de un centímetro mientras habla-Aunque, por otro lado, si le dan a uno de ustedes con estas haría el mismo daño que el de una hecha de pintura ¿No es increíble? Los humanos me sorprenden cada vez más con lo que inventan.

El vampiro mueve el arma de un lado a otro; cuando se calla, la detiene, apuntando a Kanato justo en la cabeza. Éste último no mueve un músculo pretendiendo estar en calma, aunque cuando el vampiro pone su índice en el gatillo, su pulso se acelera tanto que teme que pueda escucharlo, lo cual efectivamente ocurre. Sí, es cierto que los daños que recibiría un humano son insignificantes en comparación a los de un vampiro, sin embargo, dependiendo del lugar del impacto, puede llegar a ser mortal.

El gatillo es disparado y no ocurre nada además de la aparición del sonido provocado por el movimiento mismo.

"No está cargada" piensa Kanato y se relaja considerablemente.

—¿A qué has venido? —pregunta, cauteloso.

Aizel suspira.

—Si crees que estoy aquí para asesinarte, te equivocas. Si quisiera matarlos a ti o a ese grupo de idiotas que ahora están corriendo por toda la ciudad, lo habría hecho hace mucho tiempo —dice con el tono sereno que es normal en él.

—¿Entonces qué es lo que quieres? —la impaciencia se filtra en su tono de voz, por alguna razón, el vampiro le provoca una sensación de peligro abrumadora.

No hay respuesta, solo un par de penetrantes ojos rojos que desaparecen de un momento a otro. Kanato no tiene tiempo para reaccionar, todo lo que puede ver es como la figura desaparece frente a sus ojos. Un escalofrío le recorre el cuerpo en cuanto siente la presencia de Aizel a sus espaldas. Antes de que pueda siquiera pensar en hacer algo, es tomado con fuerza del antebrazo por una mano grande y fría que inmediatamente comienza a tirar en dirección a la ventana.

—Espera. ¿Qué haces? —El pelirrojo tartamudea en un estado de pánico, recibiendo únicamente silencio como respuesta, lo cual solamente lo altera aún más.

El vampiro se aproxima, casi arrastrando al cazador, a la ventana que ya se encontraba abierta. Entonces toma un leve impulso para salir volando con un Kanato aterrado con él.

En el momento que dejan de tocar el piso, Kanato da un grito estridente, no le importa que lo oigan, solo intenta aferrarse con toda su fuerza al brazo del vampiro que lo mantiene en el aire mientras sigue pidiendo que lo deje ir.

Pasados un par de minutos de vuelo, el pelirrojo ya está bastante más calmado que al principio, aunque todavía no siente una pizca de seguridad. Ya siendo un poco más consciente de su alrededor se da cuenta de que Aizel en ningún momento ha aflojado su agarre, tampoco parece importarle en absoluto la reacción que tuvo hace escasos momentos, solo sigue con la vista al frente y una expresión neutral.

V talesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora