CAPÍTULO 2

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El despertador sonó a las 06:00, como estaba programado para sonar ese día. Odiaba madrugar, no me gustaba en absoluto. No podía soportar ese horrible y estridente pitido que emitía la máquina, pero me limité a pulsar el botón y soltar un suspiro antes que estrellar el aparato contra el suelo.

Estiré mis músculos con pereza mientras bostezaba descaradamente.

Unos cinco minutos después, cuando tuve valor suficiente para abrir los ojos y levantarme, me quité la sábana de encima y fui directamente a la ducha.
No me demoré mucho, quizás quince minutos.

Al salir, abrí el armario y me puse las únicas prendas que dejé preparadas solamente para ese día. Todo lo demás se encontraba aplastado en mis maletas.

Era algo simple y casual. Una blusa holgada color crema que defensa a la vista mi ombligo y unos pantalones negros, ligeramente pegados a mis piernas. Me calcé con unos botines oscuros con apenas dos o tres centímetros de tacón y complementé el look con un par de pendientes en forma de aritos.

— ¡Nos vamos pronto!— gritó mi madre desde abajo, dejándome claro que debía acabar pronto o sino se iría sin mí, como muchas veces me había amenazado ya.

— ¡Ya voy!— contesté del mismo modo.

Agarré mis maletas y bajé a desayunar, intentando no caer por las escaleras por los nervios que se apoderaban de mi cuerpo.

Mi madre me saludó desde la cocina con un gesto, estaba frente a la tostadora, sorbiendo de una taza con lo que supuse que sería café.

— He hecho tostadas para desayunar— habló ella, poniéndome el plato encima de la mesa con una alegre sonrisa.

— Gracias, mamá— me senté, dejando que aquel delicioso y dulce olor me embriagara— Huele que alimenta— la felicité, degustando el sencillo pero delicioso desayuno que había preparado.

—De nada, cielo— rió, revoloteando mi cabello con gracia— Por cierto, quería decirte algo más— se sentó a mi lado, susurrando con un aire serio.

— Dime, ¿qué es esta vez?— respondí, llenando mis mejillas de pan y mermelada de fresa como si no hubiera un mañana.

— Como te sabrás, después de la boda Young Jun y yo  nos iremos de luna de miel, así que te quedarás con sus hijos— me miró dulcemete— Espero que no sea una molestia para ti.

Después de ver mi cara de asombro y cierto miedo, volvió a hablar, aclarándome aquello que tanto temía.

— Tranquila, no son niños pequeños, todos rondan tu edad— soltó una carcajada.

Tampoco podía culparla, me imaginaba que al ver mi expresión de puro terror era comprensible que se riera.

— Espero que sean simpáticos— suspiré aliviada y le di un sorbo a la taza de café con leche entre mis manos.

Decidí mirar todo aquello por el lado positivo, sinceramente no quería amargarme el día pensando en cosas negativas, así que debía empezar a aceptar que mi vida ahora sería diferente y eso no necesariamente significaba que fuera peor.

— Claro que lo son— asintió, feliz por mi reacción.

— Eso espero— me acabé las tostadas y tomé la taza que aún seguía medio llena.

Miraba a mi madre mientras terminaba de desayunar. Parecía nerviosa pero emocionada, como un niño pequeño en su primer día de colegio. Se paseaba de un lado a otro, comprobando que no faltara nada.

— Bae nos vendrá a buscar en quince minutos— avisó mientras arrastraba las últimas maletas hasta dejarlas frente a la puerta de entrada.

— Vale. Me arreglo y vuelvo— dejé los utensilios en el fregadero y me levanté de la silla.

Subí las escaleras apresuradamente, dirigiéndome hacia el baño para poder peinarme y maquillarme en ese cuarto de hora que me quedaba.

— De acuerdo. No tardes— me advirtió una vez más entre risitas, concentrada en sus tareas.

No me demoré mucho, apenas me corregí alguna que otra rojez del rostro y las ojeras. Me rizé las pestañas y terminé dándole algo de color a mis labios y mejillas, a parte del ligero dorado de la sombra de ojos. Me peiné, deshaciendo los nudos de mi cabello, lo hidraté con un poco de aceite de coco y volví a bajar mientras me planteaba si el rumbo que acababa de tomar mi vida iba a cambiar las cosas tanto como imaginaba.

— ¡Ya estoy!— informé de camino a la puerta, arrastrando las maletas con ahora algo más de emoción que el día anterior.

— Vamos, nos está esperando— dijo mamá, regalándome una enorme sonrisa mientras la ayudaba a transportar el equipaje.

Cuando al fin dejamos todas y cada una de las cajas en el camión de mudanza con ayuda de un par de hombres corpulentos, empezamos a caminar en la dirección que mi madre tenía apuntada en su teléfono. Según lo que me dijo, debíamos caminar tan solo un par de metros. En la calle contigua a nuestra casa, donde los coches ajenos al vecindario sí tenían acceso a la manzana, nos esperaba su prometido, que nos llevaría hasta nuestro nuevo hogar.

No sabía si estaba emocionada, nerviosa o atemorizada. Quizás era una mezcla de todo lo anterior, pero no podía echarme atrás. Debía afrontar lo que sería mi futuro a partir de ese momento.

Pobre de mi yo pasado, toda inocente, que no sabía lo que me esperaba de ahí en adelante.

Blood Tears | BTS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora