CAPÍTULO 28

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–Tienes manía de quedarte en la habitación cuando todo el mundo se ha ido ya.–comentó, con algo de amargura.

El chico arrugó la frente.

–¿Cómo te las apañas para meterte en tantos líos en tan poco tiempo?–se burló.– Si Sergio se enterase no sé cómo se lo tomaría.

A pesar de ser una burla, Clara se percató de que el chico esperaba una respuesta.

–Ahora entenderás porque soy de hablar poco y de aislarme.–contestó alicaída.

Porque siempre se metía en líos y porque podía ver a los muertos. Él se acercó a la cama y se sentó a su lado. Su proximidad la hizo ponerse nerviosa.

–Aislarse nunca es bueno Clara.

Su voz fue un mero susurro aterciopelado. La chica se estremeció, sin saber si era por la frase que le había dicho o por la forma que adquiría su nombre en sus carnosos labios. Ella ladeó la cabeza, dejando que su ondulado cabello cayese como una cortina de luz entre ambos.

Notó como él le colocaba el pelo detrás de la oreja.

Ella resopló y lo miró. Él agarró su mano al ver que tenía los ojos algo húmedos. Los nervios estaban avisando con superarla. Clara era de esas chicas que cuando se ponían nerviosas no podían parar de llorar.

–Relájate que todo va a ir bien.– le dijo.– Jaime puede ser peligroso, pero no creo que te agredan o te hagan algo malo, como mucho querrán darte un susto. De todas formas, no voy a dejar que te pase nada malo.

Ella miró al suelo. A pesar de conocerla de ese día, sin saber porque no soportó verla triste al igual que no había soportado varias cosas de ella esa tarde.

–Tú también deberías de acabar tu frase.–dijo al cabo de unos segundos.

Diego pilló al vuelo que se refería a lo que le había dicho Miguel. Me dijiste que me protegerías...–había dicho ella, De Jaime...–había completado Miguel.

–Yo ya la he acabado.

Clara se sorprendió tanto que lo miró al tiempo que otra lágrima caía por su mejilla. Él la atrapó al vuelo, contemplando esos ojos negros. Ella no supo que decir, así que optó por callarse mientras sentía su mano entrelazada con la suya en el colchón. Algo muy cálido inundaba su pecho ante aquel roce. Por primera vez en días, se sentía bien. Y era extraño después de todo lo que había pasado.

–¿Por qué tanto esmero en protegerme?–preguntó inocentemente.

–¿Por qué tienes ese instinto suicida tan latente?

De nuevo contestando con preguntas. Ella le dedicó una triste sonrisa, cansada.

–No lo sé...

–Deja de llorar.– le pidió él, ignorando aquella pregunta a la que ni él mismo encontraba la respuesta.

Diego sabía que Miguel la protegería porque él mismo se lo había pedido, pero, ¿qué había de él? ¿Por qué la protegía? ¿Por qué estaba en una habitación con ella sola pudiendo estar con sus amigos en otra?

–Se me ha metido algo en el ojo.–contestó ella.

Hasta ella misma tuvo que reírse al ver lo mala que era su escusa. Él se unió a sus risas. Ambos sintieron una agradable sensación en su interior. Sin saber cómo, una especie de lazo los había envuelto a ambos, uniendo sus destinos de una manera en la que ninguno de los dos habría pensado jamás. Uno de esos lazos invisibles que sólo los forman emociones y sentimientos. Era extraña la forma en la que comienzan algunas cosas. Cómo un simple gesto, o una simple palabra puede cambiar la relación con una persona por completo.

Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora