PRÓLOGO

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PRÓLOGO

La intensa y profunda oscuridad lo inundaba todo, al igual que el sepulcral silencio hacía pensar que no había ni un alma en toda la estancia. Ni la más breve brisa recorría el lugar. Ni el más leve sonido parecía existir.

Sin poder ver nada y aún en ese estado transitorio a causa de las drogas, la chica se removió intentando librarse de las cuerdas que la mantenían presa. En vano. Sólo logró que un dolor atroz le viniese al encuentro del débil movimiento de su cuerpo. Si hubiese más claridad y no tuviese una cuerda rodeándole el cuello para mantenerla inmóvil, podría haber visto los pequeños elementos punzantes que la rodeaban.

Rosas. Sí, había rosas rojas cuyas espinas se clavaban en su joven piel como si se tratasen de trozos de cristales afilados expandidos por doquier en la superficie sobre la que se encontraba. Poco a poco el efecto de los narcóticos comenzaba a disminuir, pero a pesar de ello era incapaz de reprimir los espasmos involuntarios que sacudían su cuerpo. Tardó un poco en darse cuenta de que era el miedo el que los producía y no ninguna otra sustancia. Cuando se recuperó levemente, y fue consciente por primera vez de la situación chilló con todas sus fuerzas, pero la venda colocada en su boca convirtió aquel grito en apenas un susurro.

–Ayuda...–su voz se desvaneció en la oscuridad.

Inspiró fuertemente por la nariz, tratando de sofocar aquellas sacudidas involuntarias de su cuerpo por la ansiedad que sentía, y entonces olió ese olor frío y polvoriento del abandono. No sabía dónde se encontraba, pero algo le dijo que aquel lugar estaba a muy buen recaudo de su ciudad, de su madre, y de toda aquella persona que conocía, pero sobre todo de él, de ese chico de ojos azules que tantas emociones le había hecho sentir en tan poco tiempo.

Nadie iba a encontrarla allí, en medio de ninguna parte entre el cielo y la tierra.

"Al menos he vivido una historia de amor" pensó, intentando consolarse sin resultado alguno. Notó como las lágrimas comenzaron a deslizarse a través de sus pálidas mejillas, al mismo tiempo que se percataba de como a pesar de estar tumbada comenzaba a desfallecer. Estaba desesperadamente perdida, en todos y cada uno de los sentidos. No tenía fuerzas para luchar contra aquella oscuridad, ni mucho menos un corazón tan fuerte para poder soportar aquella mirada que iba a cernirse ante ella.

Fuera, en la superficie, comenzaron a escucharse pasos, silenciosos y camuflados entre los sonidos de la naturaleza en mitad de una noche totalmente cerrada.

Una puerta se abrió con un estrepitoso crujido, al tiempo que un hombre comenzaba a bajar las escaleras y que una chica se encogía por puro instinto. Sabía que quien se acercaba no era su salvador, sino la persona que iba a condenarla a morir con a penas dieciséis años.

La madera se quejaba bajo aquellas pisadas que se acercaban lentamente, llegando por fin al último peldaño. A continuación todo pasó muy rápido. Se escucharon unos tres golpes en alguna clase de tambor y espeluznantemente al unísono, se encendieron cientos de velas rojas extendidas por doquier. Velas bañadas en sangre que iluminaron toda la estancia.

Tras acostumbrarse a la tenue luz, miró horrorizada y con ojos húmedos hacia arriba. Tenía tan mal aspecto que si no fuese por el maquiavélico cristal que había colgado en el techo y en el que se estaba viendo reflejada habría pensado que aquella chica tan sucia y tan malherida no era ella.

La joven tenía la boca tapada, y sus ojos negros estaban abiertos de par en par, con el miedo reflejado en aquella marea negra de mortalidad. Tenía cortes por todo el cuerpo y estaba ataviada con un sencillo vestido blanco que parecía sacado del siglo XIII. ¿Cuándo demonios la habían vestido así?

Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora