CAPÍTULO 4

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–A rayarle el coche a ese.–contestó Miguel, como si tal cosa porque sabía que Jaime los estaba mirando.

Diego alzó la mano con las llaves, apoyando a su amigo pero sintiéndose como un tonto al hacerlo. De hecho, nunca habían hecho nada parecido. Se habían metido en muchos líos, pero siempre controlando la situación y no dejándose llevar como en aquel momento.

–Yo no me lo pierdo.–siguió buscándolos Jaime.

Jaime era un chico de ojos verdes y pelo rubio. Un piercing sobresalía de la parte inferior de su carnoso labio. Estaba bastante fornido y llevaba un cigarro encima de la oreja y una especie de rosario negro pequeño colgándole en el pecho. El chico decía que era su amuleto. Colocó su moto al lado de Miguel junto con otra dirigida por Luis. Ese último siempre seguía a Jaime en lo que quiera que hiciese.

Diego miró a Luis y volvió a ver el tatuaje con forma de calavera rodeado por aquella serpiente con su bípeda lengua amenazante en su cuello.

–Vosotros id cogiendo el campo, pero ni se os ocurra empezar a jugar sin nosotros.–vociferó Jaime al resto.

Todos sabían que nadie se iba a atrever a desobedecer a Jaime.

–¡Saca las llaves Lucas!– ordenó Luis al que llevaba de paquete, con una sonrisa jactanciosa.

Jaime agarró a Miguel por la camiseta, acercando su moto demasiado a la suya. Tanto que estas se rozaron.

–¿Qué coche era?

–Aquel Mercedes–Benz blanco de allí.–contestó, señalando al coche parado en el semáforo de la calle de enfrente.

Jaime levantó la rueda delantera al tiempo que gritaba como un loco y aceleraba. Pablo, detrás de él, lejos de asustarse se rio con una navaja en la mano.

–Tal vez debamos de replantearnos nuestras amistades.–le susurró Miguel a Diego.

Ninguno les había dicho que aquello que iban a hacer no estaba bien, y al menos ellos dos en menos de un año ya serían mayores de edad. Cualquier otra persona podría ir a la cárcel por algo así. El chico de cabello castaño con destellos dorados sonrió ante las palabras de su amigo.

–Esta vez las malas influencias hemos sido nosotros.–le echó en cara Diego.– Más en concreto yo...

–Touché amigo, no sé cuándo me he vuelto así de imbécil como para hacerte caso.

–¿No naciste así?

Miguel rio y Diego lo acompañó. Ambos estaban tan unidos que era fácil ver ese vínculo.

–Tienes suerte de que vaya conduciendo, pero te voy a devolver esto cuando menos te lo esperes...

Ambos siguieron bromeando después de esa frase. Las tres motos se acercaron al Mercedes–Benz salteando los demás coches parados en fila detrás de él. Una cuarta moto con dos jóvenes se deslizó veloz hasta alcanzar a sus compañeros. El conductor escuchó las motos y el griterío, pero no les dio importancia hasta que no tuvo a sus propietarios encima riendo a carcajadas y pasando a toda velocidad arrastrando un sonido metálico con ellos. No reconoció a Miguel como el chico que le había hecho un corte de manga hasta que no se detuvo en su ventanilla. A diferencia de los demás, Diego no rayó su coche con las llaves que tenía en la mano.

–Esto te pasa por ir echando mierdas encima de la gente.–comentó, guiñándole un ojo mientras se levantaba las gafas con una mano.

Miguel hizo eso porque Jaime estaba cerca y quería quedar por encima. Diego fue capaz de ver como el rostro de Jaime se contraía en una mueca de ira. A él también le caía fatal Miguel.

Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora