CAPÍTULO 6

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Miguel agarró las pizzas con cuidado al tiempo que Diego pagaba. Estaban en una pizzería los dos solos. Los demás hacía rato que se habían ido. Tan sólo a ellos se les ocurriría ir a comer pizza a las seis de la tarde. El partido de fútbol lo había ganado el equipo de Diego y de Miguel. Habían quedado dos a uno.

Ambos salieron del establecimiento y comenzaron a andar calle abajo, hacia el lujoso piso de Miguel en primera línea de la playa Toviriac. La moto del joven castaño estaba aparcada en el garaje del sótano. Subieron al cuarto piso y Miguel sacó las llaves. Diego sonrió, sumido en sus pensamientos.

–¿Qué?–preguntó Miguel.

–Nada, me estaba acordando del tipo del coche.

Miguel le dirigió una mirada aviesa mientras entraba. Diego le siguió. El piso estaba muy iluminado y los muebles de madera del pasillo desprendían un intenso olor a productos de limpieza. Se notaba que la asistenta había pasado esa mañana por allí. El corredor era enorme. Las paredes estaban pintadas en un blanco reluciente y una gran cantidad de fotos inundaban las paredes con un sutil y delicado gusto. Diego estaba ya acostumbrados a ver las fotos de los padres de Miguel de viaje por diferentes partes del mundo como Francia, Inglaterra, EEUU, Italia...

Llegaron al parqué que cubría todo el moderno salón y Diego se sentó en un enorme sofá de cuero negro colocado justo al lado del gran balcón. Parecía que todo en la casa de Miguel era tamaño XL, sobre todo la televisión que cubría la mayor parte de la pared que tenían en frente.

–¿Están tus padres?

El sonido de las olas se extendía por la habitación.

–No, creo que hoy iban a casa de mi abuela.

Diego se frotó las manos. Miguel apreció el gesto.

–Como si a ti te importase. Ya eres uno más de la familia.–añadió.

–Ya, ya lo sé, pero siempre es más cómodo el tener la casa para nosotros solos.

–Si no fuera porque probablemente vuelvan pronto llamaría a alguna amiga para que nos hiciera compañía.–comentó Miguel levantando una y otra vez las cejas.

Diego lo pilló al vuelo.

–Si llegan antes de tiempo...¡siempre podemos meterlas en el armario!

Ambos rieron y Miguel le pegó un suave puñetazo en el hombro a su amigo.

–Sí, como la última vez. No sé cómo no se dieron cuenta.

–Con la cara de acongojado que tenías, yo tampoco.–confesó Diego poniendo los ojos en blanco, divertido.

Miguel frunció el ceño, fingiendo estar dolido.

–El momento requería mi cara así.

–No, concretamente el momento requería tu cara de tonto de siempre –se burló.

La última vez que sus padres se fueron Miguel llamó a dos chicas algo mayores que ellos con las que estuvieron toda la tarde, y precisamente para el momento en que sus padres llegaron no es que estuviesen muy tapadas.

Miguel tuvo el suficiente oído para oír a su madre bajar del ascensor y la suficiente rapidez para meter a las jóvenes en su armario. Diego, por su parte, tuvo los suficientes reflejos para esconder con el pie un sujetador que había en el suelo debajo del sofá negro una vez que los adultos ya estaban en el salón.

–Tonto ¿verdad?

El chico se abalanzó sobre su amigo en posición de defensa, preparado para un combate de boxeo. No obstante, la falta de respuesta junto con la mirada perdida de Diego lo hicieron detenerse.

Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora