CAPÍTULO 5

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Clara seguía contemplando el paisaje, intentando no pensar que a cada segundo que pasaba se alejaba más de todo aquello que conocía. Colocó las piernas arriba del sillón trasero y las rodeó con los brazos. Dejó caer la barbilla en ellas, sintiendo el tacto de los vaqueros bajo su rostro.

El sol resplandecía en el cielo, ajeno a sus problemas. Un sol enorme que se encontraba muy lejos, y aun así podía ver todo lo que pasaba en el mundo. Ese planeta en el que mientras que ella se sentía perdida, había otras personas riendo y otras llorando por motivos mayores o menores a los de la joven. Todas las personas tenían sentimientos, miedos e inquietudes, y por lo tanto, todas tenían sus problemas. En ese momento el suyo era mudarse, pero probablemente no era nada que no superase a la larga. Una leve y triste sonrisa inundó su rostro mientras pensaba una frase que su madre le decía de pequeña.

"Somos muchísimas personas en el mundo y sin embargo reducimos nuestro círculo de amistades y conocidos a tan sólo unas cuantas. Todas las personas tienen algo bueno y algo malo que aportarte. Nunca sabrás todo lo que puede aportarte una nueva persona si te quedas siempre con la misma y no te mueves para conocer a otras. Cada persona es un mundo, y cada mundo es maravilloso".

Por un instante, Clara pensó que desde pequeña su madre la estaba preparando para la mudanza, pero aquello era algo absurdo, así que desechó la idea y siguió con su hilo de pensamientos sin saber que hay veces en las que la idea más absurda era la correcta. Probablemente en la ciudad encontraría personas maravillosas que estaban destinadas a encontrarse con ella. Con esa chica introvertida a ratos pero que tenía demasiado carácter y no se solía callar las cosas que le molestaban. Muy probablemente acabaría echándole cosas en cara a alguien.

Miró al suelo del coche y reprimió un leve gruñido. Un solo ser humano podía cambiar totalmente el destino de otro, ya sea consciente o inconscientemente. Como ejemplo solo tenía que poner a Paco, pensó. ¿Cómo demonios una persona que su madre había conocido hacía diez meses podía haber influido tantísimo en su vida? ¿Qué le había dicho para convencerla para que se mudase? Se tocó el cabello lentamente pensando en la importancia de las palabras. Una sola frase puede causar estragos en una persona, a la par que puede alegrar y cambiar la vida de otra.

A pesar de que el sol estaba fuera, se sentía helada. No era esa clase de frío que pudiese irse al abrigarse, no, era un frío interno que estremecía todos los recovecos de su cuerpo.

Los verdosos árboles de la carretera se sucedían monótonamente uno detrás de otro a gran velocidad. Paco iba a más velocidad de la permitida por las señales de tráfico. Llevaban ya ocho horas de carretera, y eran las dos de la tarde.

La chica se recostó en los plateados sillones traseros del Volvo y cerró los ojos durante unos instantes. Era extraño, la primera vez que conoció a Paco estaba cerrando la puerta de un Maserati MC Stradale. ¿Cuántos coches podía tener ese hombre? ¿Era realmente por el dinero por lo que su madre se mudaba? No lo entendía.

Respiró profundamente. En sus cascos sonaban la canción de Te echo de menos, de Beret. Las palabras sonaban indiferentes en sus oídos mientras iba sumida en sus pensamientos. Intentaba convencerse de que no iba a ser tan malo como ella pensaba, de que todo iba a irle bien y de que iba a conocer a buenas personas en la ciudad. No obstante, no lo lograba. Clara era esa clase de chica que solía darle demasiadas vueltas a las cosas, por lo que no conseguía ni relajarse ni darle un respiró a su inquieta mente.

Tampoco podía dejar de pensar en Ismael, un buen amigo con el que había estado desde pequeña. Eran uña y carne. Aún recordaba el disgusto en el rostro de su amigo al decirle que se iba a mudar. Ojalá su madre y Paco discutiesen y volviesen a su ciudad. Su tranquila y bonita ciudad.

Recordó la habitación de Ismael y su silencio después de darle la noticia. Se habían abrazado y entonces él se había quitado su pulsera de cuero y se la había dado.

–Así algún día me la devolverás.–le sonrió.– Aunque por el tiempo que pase se convierta en una pulsera rota y hecha pedazos, a pesar de eso, ya tendré un motivo para volver a verte.

Sin poder evitarlo se llevó involuntariamente una mano a la muñeca. La pulsera de cuero y plata estaba fría al tacto. Suspiró y miró hacia delante, buscando apoyo emocional en su madre. Intentó averiguar si estaba dormida, pero debido a sus gafas de sol y a su cabeza firme y fija mirando a la carretera no pudo saberlo.

Las sonoras palabras seguían fluyendo en su cabeza sin prestarle atención mientras ella rebatía consigo misma los pros y los contras de la mudanza.

Paco paró el coche y la chica se sorprendió. Miró a su alrededor saliendo del ensimismamiento que le producía siempre la música. La sucesión de árboles de la carretera había cesado hacía unos minutos, pero ella no se había dado cuenta.

Se encontraban en un área de servicio y tanto Paco como Sofía ya estaban fuera del coche. Clara se tomó su tiempo para guardar los cascos en el bolsillo del sillón y salir. Hacía un viento frío y fuerte que le zarandeaba los cabellos a pesar de encontrarse a finales de verano. Su madre se acercó por detrás y la agarró por la cintura para luego abrazarla.

–Ya queda menos–la besó en la mejilla.

–Vaya suerte.–dijo ella, dejándose abrazar mientras veía la gasolinera y el pequeño restaurante justo al lado.

Ironía.

Sofía no le contestó, sino que se limitó a abrazarla más fuerte y a colocarse justo a su lado con una cálida sonrisa. A Clara, por su parte no le gusto ese silencio, pero prefirió callarse antes de iniciar una nueva pelea. Odiaba pelearse con su madre. Desde pequeña siempre había sido su mejor amiga. Esa mujer que pasase lo que pasase sabía que siempre podría confiar en ella y que haría todo lo posible para hacerla feliz. No obstante, la chica sabía que el mudarse, a pesar de que la hiciese sentir mal y al borde de un ataque de nervios, había sido una decisión difícil para su madre, por lo que decidió intentar no echarle nada más en cara.

–Va a ser una buena experiencia conocer a gente nueva.

Clara la contempló. Observó detenidamente esa sonrisa en su rostro el tiempo suficiente para darse cuenta de que no era una sonrisa forzada, de que era sincera, de esas que logran reconfortar por dentro dejando que el frío interno se vaya poco a poco.

–¿Tú crees?– su voz sonó más triste que preocupada.

–Estoy segura.

La chica elevó la vista. La sonrisa seguía en el mismo lugar de antes.

–Ismael...

–Seguirá siendo tu amigo, por muy lejos que estés de él.–la interrumpió, finalizando ella misma la conversación.

Fueron a tomar algo a la cafetería y luego volvieron a reemprender el viaje.

Poco a poco, el sueño acumulado se fue abriendo camino a través de un estado de vigilia. La joven rubia se quedó dormida bajo los rayos del sol que atravesaban el cristal y entre las relajadas voces de los dos adultos, pero justo antes de dormirse, de nuevo la invadió esa sensación que tan sólo ella era capaz de sentir. Había una presencia en el coche, pero cuando fue capaz de reparar en ella, fue en el mismo segundo en el que el sueño ya la había absorbido por completo.


Gracias por leer. ¿Os gustó? ¿Os ha dado algo de miedo? Contadme por favor!!! Besos y abrazos!

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Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora