Capitulo 52

222 57 2
                                    

Clara trató de centrarse en el momento y se dio cuenta de que se estaba asfixiando. No aguantaba más estar en un bosque.

–Diego viene en un rato, así que supongo que puedes enseñarme esas ruinas rápidamente. –dijo cuando sintió que el corazón ya no iba a salírsele del pecho, pensando que no quería herir los sentimientos de la chica.

–¿Cómo?– preguntó Carolina como si no la hubiese escuchado bien.–¿Tienes miedo?

A Clara estaba empezando a ponerla de mal humor esa pregunta. Quizás por eso fue un poco borde al decir la siguiente frase.

–No, pero sácame de este bosque y llévame a esas ruinas. Odio los árboles.

Carolina asintió sin preguntar por qué y emprendió de nuevo el camino. A Clara le daba la impresión de que estaba molesta, y lo deducía sobre todo por su mentón elevado y sus labios fruncidos.

Tras unos cinco minutos andando salieron del bosque, aunque a Clara le pareció toda una eternidad. Se dejó caer en el suelo a la par que veía lo que eran las ruinas de un castillo. Algo seguía yendo mal, aquel mal presentimiento no se iba de su cuerpo. Nada más levantarse miró a Carolina, que la contemplaba con cierta tristeza.

–¿Por qué no me has dicho que no querías venir?

Clara desvió la mirada. Carolina sonrió, conocedora de que la respuesta era el orgullo.

–No es que no quisiera venir...bueno puede que eso fuese en parte...pero no sabía que había un bosque...Me perdí en uno de pequeña y tengo malos recuerdos. Me pongo enferma cada vez que veo uno.

–Está bien, no pasa nada.–dijo ella quitándole hierro al asunto.– Vamos a dentro, hay algunas habitaciones que siguen intactas.

Clara la contempló durante unos segundos antes de desviar la vista al suelo.

–¿Cómo puede gustarte este lugar?

Carolina sonrió.

–Déjame enseñártelo.

Y dicho esto, la agarró de la mano mientras rodeaban lo que hacía cientos de años habría sido una gran muralla. El paisaje en el que se encontraban era demasiado sobrecogedor. Faltaba poco para que anocheciese y la luna llena ya estaba en el cielo a pesar de que aún brillaba el sol. No había ni un solo matojo de hierbas una vez traspasaron la gran muralla derruida. Ni un solo atisbo verdoso asomaba por el desierto suelo. Traspasaron la entrada principal, y nada más hacerlo Clara sintió unas tremendas ganas de correr. Había cientos de candelabros con velas blancas por todas partes, muebles de madera en su mayoría rotos, cuadros de personas a las que jamás había visto y que parecía que la observaban e iban a su encuentro desde las despintadas paredes. Aquel lugar lleno de polvo y telarañas le recordaba a una de esas películas de terror en las que alguien las perseguía con una sierra o en las que aparecía algún espíritu maligno. Temblando casi imperceptiblemente y con el estómago revuelto, siguió a Carolina a través de las enormes escaleras de caracol que se veían nada más entrar en el antiguo y tenebroso castillo.

Para ser honestos, aquel lugar sería el sueño de cualquier persona a la que le gustase la historia. Era como si todo siguiese igual siglos después de que los dueños de aquel lugar lo abandonaran.

–Nadie ha tocado nada de este sitio en cientos de años.–escuchó decir a Carolina.– Todos los jóvenes que vienen lo dejan todo tal y como está. Todos le tienen respeto a este sitio.

Clara sintió un hormigueo en las manos.

–¿Quién vivía aquí?

La respuesta no tardó en llegar, erizando su piel aún más.

–Se dice que la Diosa de la que hablan las leyendas.

Clara cerró los ojos y se apresuró a seguir a su amiga, que se había metido en una habitación mientras ella contemplaba a la mujer de un cuadro dañado por el paso del tiempo y que le devolvía una mirada de ojos verdes. Había muy poca claridad y el silencio, tan sólo interrumpido por sus respiraciones, no ayudaba a que la joven rubia se sintiese más segura. Pero ella no iba a admitir que tenía miedo. Le juró a su padre antes de verlo morir en el coche que jamás diría que tenía miedo, y si ahora lo decía, incumpliría su juramento. Ni tan siquiera el hecho de que creyese plenamente en lo sobrenatural ni el de sentirse observada harían que esa chica comentara absolutamente nada a Carolina.

–Vamos, sígueme...–le dijo la otra chica, apremiándola.

Clara intentaba controlar su acelerada respiración y los sudores fríos que le recorrían la espalda cuando escuchó algo. Por unos instantes se relajó al pensar que era Lauren, pero aquella no era su voz.

Gracias por leer de nuevo. 

Ig: itssarahmey

Fb: sarah mey libros

¿Os está gustando?

Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora