CAPÍTULO 112

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Diego se encontraba en el salón, pero se levantó rápidamente ajeno a la conversación de Sofía con su tía.

–No estaba.–murmuró mientras se levantaba veloz.

Jaime y Miguel intercambiaron una mirada sin entender a su amigo.

–¿El qué no estaba?

Diego miró a Miguel con los ojos salidos de sus órbitas.

–Esa piedra, estaba ayer pero hace un rato no estaba.–casi gritó alterado.

–¿Qué piedra?

Diego lo ignoró y se levantó corriendo dejándolos totalmente desconcertados en el sofá. Ninguno de los dos dudó en seguirlo cuando irrumpió en la habitación en la que se celebraba una reunión con el grupo de su padre y en la que le habían prohibido terminantemente entrar.

–¿Qué haces aquí?–le preguntó su padre furioso al verlo.– ¡Te dije que no entrases!

El chico ni lo miró y se dirigió a un Rafael que miraba fijamente un mapa de la ciudad.

–¿Esto es una entrada?–instó señalando a la piedra.

El hombre lo miró expectante.

–Hay una cámara oculta justo debajo de esa fuente. Da a un sinfín de pasillos debajo de la ciudad. Allí se han celebrado varias reuniones, pero hace años que no hacen nada en esa zona –dijo mirándolo.– ¿Cómo puedes saberlo? No te hemos dicho ningún posible lugar donde se realicen los rituales. – Chasqueó los dedos– Además, no creo que sea ahí ya que son pocos los que se realizan bajo tierra. No creo que lo realicen allí esta noche...

Rafael iba a volver a lo suyo justo cuando Sofía entró en la habitación, llorando con los ojos rojos.

–El ritual de esta noche es cerca del parque de los Ángeles.–dijo con convicción tirándose a los brazos de Paco y zarandeándolo muy nerviosa pero sin hacerle el menor daño.

Por su parte Diego tan sólo la miró, sintiendo como la determinación lo inundaba de golpe.

–Esa gran piedra, esta tarde no estaba.–volvió a decir señalándola en la foto.

El chico lo recordaba perfectamente. ¡Y también recordaba cómo hacía unas horas en esa misma zona en la que había buscado a la chica raptada no había ninguna piedra, pero el día anterior por la tarde sí que la había! ¡Clara se había sentado sobre una piedra enorme mientras hablaba con Ismael! ¡Y esa piedra no estaba en la foto!

Los allí presentes tardaron unos segundos en reaccionar. Si esa piedra no estaba, significaba que... ¡Alguien la había movido! Pero, ¿por qué? Diego lo tenía claro. Había muchas posibilidades de que el ritual fuese allí indiferentemente de lo que dijese Rafael.

–Si alguien la ha movido sólo puede significar una cosa.–dijo una voz a las espaldas de Diego.

–Alguien ha entrado por ahí. ¡Han usado el pasadizo secreto que hay debajo de ella!–se alteró Paco.

–Y eso sólo puede ser porque el ritual se celebra por esa zona.–corroboró Rafael nervioso y retirando todo lo que había dicho de que hacía años que no se hacían rituales en aquel lugar.

Diego alargó la mano cogiendo algo antes de salir de la habitación sin que nadie lo viese. Todos estaban mirándose unos a otros preguntándose si era posible que el ritual de esa noche fuese allí. ¿Era allí realmente? Diego no lo sabía al cien por cien, pero si alguien había movido esa piedra debía de ser por algo, y según Rafael esa piedra daba a una especie de pasadizo que llevaba a los túneles de la ciudad...

–¡Vamos, vamos!–se escuchó detrás a Paco apremiando a aquellos hombres a marcharse.

Diego se había detenido al escuchar hablar a los demás, pero al cabo de dos segundos volvió a dirigirse hacia la puerta a toda prisa. Mientras lo hacía alguien le tiró algo que no supo que era hasta que no lo estiró y se centró unas milésimas de segundo en ello. Era una capa.

Todos los que estaban allí presentes corrieron tras él y los otros dos jóvenes, Miguel y Jaime. Algunos iban incluso armados. Diego montó en su moto y Jaime se apresuró a montarse detrás. El chico no hizo ningún comentario, pero se sintió agradecido de no estar solo. Miguel se subió en su propia moto y los siguió. Las tres se movían veloces por la carretera, ignorando a los coches que les pitaban por pasar demasiado cerca de ellos o por incluso arañarles las carrocerías.

Llegaron al parque y apagaron las luces de ambas motos para acercarse en la oscuridad. Al llegar a aquel lugar comprobaron como la piedra volvía a estar en su sitio y como había una pareja que se encontraba en la fuente. Se acercaron por detrás, intentando no hacer ruido y comprobaron que eran un hombre y una mujer.

–Disculpad.–dijo un Diego totalmente educado pero que no podía más.– ¿Os vais u os echo yo mismo?

La pareja le miró como si estuviese loco. Diego estaba totalmente seguro de que estaban allí para vigilar que nadie entrase por aquella entrada.

–No.–se le escapó al hombre mientras ella le miraba con desaprobación.– Y menos aún por culpa de unos mocosos como vosotros.

–¿Mocosos verdad?–dijo Diego antes de pegarle tal puñetazo que el hombre cayó en el suelo en cuestión de segundos.

La mujer lo miró como si estuviese loca e intentó devolverle el golpe al chico, pero él fue más rápido y agarró a la mujer por los dos brazos.

–Vete inmediatamente.–le dijo.

Ella intentó pegarle una patada en la plenitud de la noche, pero no logró dar en su objetivo. Miguel se acercó a ella y le quitó su teléfono móvil, al igual que hizo con el hombre tras dejarlo inconsciente en el suelo pegándole de nuevo.

–Perdóname por esto, pero tiempo es precisamente lo que nos falta.–le dijo Jaime mientras le propinaba un golpe a la mujer y la dejaba sin sentido.

Entre los tres movieron la roca que cubría de nuevo la entrada y cruzaron una mirada.

–Espera.–le detuvo Jaime.

El chico de ojos claros se volvió hacia él, inquisitivo a la vez que radiante por poder hacer algo y no quedarse sentado en el sofá.

–Las capas.–continuó Miguel acabando lo que Jaime pensaba decir.

Diego miró aquellas capas marrones, y sin dudarlo un momento se colocó la suya y se subió la capucha ocultando su rostro. La roca era la entrada a una especie de alcantarilla en la que había una escalera descendiente cubierta de antorchas. Un amplio pasillo se abría ante él. El olor a moho y humedad más las gotas de sangre seca que había en el suelo hicieron que los tres jóvenes se estremeciesen. Aquella vista era horrible se mirase por donde se mirase. A los tres les recordaba a aquellas películas de miedo donde se veían túneles que desembocaban en otros pero que daban todos a la boca del lobo. Guardando para sí esa sensación de horror que nació en su pecho, los tres comenzaron a avanzar totalmente desarmados. Las antorchas daban calor al lugar, pero eso no quitaba la humedad que les hacía sudar.

Pasaron por diversos pasillos en los que no había ni un alma. El lugar parecía totalmente desierto. Se miraron entre sí tras darse cuenta de que no era normal que no hubiese absolutamente nadie en los malolientes pasillos. Una espina estaba creciendo cada vez más en el corazón de los chicos.

–Esto sólo puede indicar una cosa.–susurró Diego.

–El ritual ya ha empezado.–contestaron los otros dos al unísono.

GRACIAS POR LEER. SOIS GENIALES!!!!

IG: ITSSARAHMEY

FB: SARAH MEY LIBROS 

Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora