CAPÍTULO 111

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Lucía descolgó el teléfono en el pasillo de su casa. Jenifer jugaba a lo lejos con una muñeca mientras la tele sonaba de fondo.

–¿Dígame?–dijo la mujer de cabellera negra.

La voz al otro lado de la línea le hizo llevarse una mano al pecho.

–¿Lucía?

A Sofía le había costado trabajo hablar.

–¿Otra vez tú? ¿No te quedó claro que no quiero saber nada de ti ni de Paco?

–Por favor...escúchame...–le rogó intentando contener las lágrimas sin éxito.

Lucia dudó al percatarse del tono de su voz.

–Han...han...secuestrado a Clara...Necesito ayuda...

Y dicho eso Sofía comenzó a llorar y a respirar entrecortadamente. A Lucía casi le da un infarto al escucharla. La mujer pensaba que había pasado algo, pero ni por asomo lo que acababa de escuchar. ¿Acaso Paco no estaba protegiendo a los suyos? Un nombre se le vino a la cabeza y le fallaron las piernas.

–¿Diego?–preguntó en seguida agarrándose al primer mueble que encontró.

–Él está aquí sano y salvo.

Silencio entre ambas salvo por los sollozos de Sofía.

–Necesito que me ayudes...–pudo decir la mujer.

Lucía clavó las uñas en la madera del mueble.

–Lo siento...pero no puedo hacer nada.

La mujer de cabello negro se disponía a colgar sintiendo una extraña aprehensión en el pecho. Era cierto, realmente ella no podía hacer nada. ¿Qué iba a poder hacer contra una secta a la que no se le podía poner cara?

–¡Espera! Por favor, espera...–le rogó Sofía sollozando.– Por favor, tu perdiste a una hermana, yo perdí a una amiga, a un marido, y créeme que no soportaría perder a mi niña...por favor...¡Lucía por favor!

Eso era más de lo que podía soportar. Lucía se mantenía seria al otro lado del teléfono. Sabía que a su hija le había pasado algo raro en el parque cuando Diego no la había traído de vuelta, sino su para ella odioso cuñado. Antes de que le hubiese dado tiempo a preguntar nada, Paco la había dejado en la puerta y había avanzado con el coche en cuanto que había visto que Lucía abría la puerta. Aquello había irritado tanto a la mujer que no le había preguntado nada a su hija y no sabía lo que había ocurrido en el parque. Tan sólo se había asegurado de que estaba bien, y lo corroboró cuando la vio pintándose los labios y sonriendo con uno de sus pintalabios. Ese era su pasatiempo preferido. Quitarle el maquillaje a su madre y divertirse con él pintándose tanto a ella misma como los espejos que había por la casa.

–Sabes que si digo lo más mínimo irán a por mi pequeña. No podría perder a Jenifer.

–Lo sé, pero...¿podrías perder a tu sobrino?

–No metas a Diego en esto.–su voz sonó más gutural.

Era palpable el enfado de Lucía, al igual que lo era la desesperación de Sofía.

–Él quiere a Clara. Tú también te has dado cuenta. Por favor, dime tan sólo el lugar, o como llegar allí. Por favor...por favor...–rogó.

Lucía suspiró al otro lado de la línea.

–¿Sabes lo que me estás pidiendo? Si se dan cuenta de que te he ayudado matarán a mi pequeña...

Sofía se armó de valor.

–No dejes que el miedo siga callándote. Todos en esta maldita ciudad están callados. Nadie habla por miedo...Por favor...Dime lo que sabes de esa secta...Ahora es el momento de pararlos, ¿y si cometes un error y van a por tu hija? ¿Lo soportarías? ¿Soportarías no haber hablado ahora que tienes la oportunidad?

Lucía cerró los ojos. Diego había heredado ese gesto de ella, de verla desde que era pequeño apretar los ojos cada vez que algo lo superaba.

–No se nada Serena.

La forma en la que la llamó hizo que la madre de Clara gritase de dolor. Era cierto que no sabía nada.

–Al menos dime si sabes algún lugar, aunque sea uno donde se celebran los rituales. Quizás puedas hablar con Joel.

Lucía apretó aún mas los ojos al escuchar el nombre de su exmarido, el padre de Jenifer. Él estaba dentro de esa secta, pero jamás hablaba de nada. Tan sólo sabía que protegía a su hija, y sólo por eso la mujer se sentía en deuda con él. No podía preguntarle nada. Si lo hacía se delataría. No obstante, recordaba un extracto de una conversación que había escuchado hacía un día cuando Joel fue a ver a Jenifer. Alguien lo llamó por teléfono y comentaron algo sobre un lugar. ¿Y si ese lugar era donde retenían a la chica? ¿De verdad no podía hacer nada? ¿De verdad no iba a hacer nada?

–Si hablo, ahora será cuando irán a por Jenifer.

A Sofía se le cayó el alma a los pies, y lo hizo más al darse cuenta de que Lucía había empezado a contener las lágrimas. Sofía se agarró al último clavo ardiendo que le quedaba.

–Por favor...dime solo si sabes algo...algo...lo que sea...jamás diré que me lo has dicho tú...hazlo por lo amigas que éramos tu hermana y yo, siempre te he querido como una hermana Lucia...por favor...

Lucía cogió aire y tardó su tiempo en contestar mientras oía los lamentos de Sofía. ¿Y si estaba condenando a Jenifer por hablar? Pero, ¿y si realmente Sofía podía hacer algo para que esos hombres disolviesen la secta? No, aquello era imposible. ¿Cómo se iba a disolver una cosa así? Lucia tragó saliva. Ella sabía algo. ¿Podía permitir realmente que Clara acabase como su hermana Samanta?

Cerró los ojos y dos lágrimas cayeron al mismo tiempo hacia sus mejillas. Se aclaró la garganta y cogió aire.

–El parque de los ángeles–logró decir segundos antes de colgar.

Y ojalá que la conversación que hubiese escuchado de su exmarido se refiriese a un ritual.

GRACIAS POR LEER!!!!!

IG: ITSSARAHMEY

FB: SARAH MEY LIBROS

Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora