CAPÍTULO 20

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En el interior de la habitación Clara intentaba controlar su respiración. ¿Qué había pasado? ¿Cómo podía haberse sentido tan atraída? ¿Cómo había podido desear tanto que la besase? Porque tan sólo quería que la besase ¿no? O tal vez quisiese algo más... ¡Dios!, ¿Qué le había pasado? Se sentó en el suelo, intentando hacer caso omiso a su acelerado y disparatado corazón que amenazaba con salírsele del pecho. Pensaba que si se juntaba con ellos debía de ser tan macarra como ellos. Intentó relajarse, pero al cabo de un minuto su corazón seguía latiendo a mil por hora. Cogió un vestido verdoso con flores amarillas, rosas y blancas del armario y unas sandalias blancas. Esperó unos segundos tras la puerta, pensando si habría pasado ya el tiempo suficiente para que el chico se hubiera ido. Mirando el reloj decidió que sí, por lo que abrió la puerta y se encaminó hacia el cuarto de baño. Se duchó en unos diez minutos y se recogió el pelo en otra trenza. Volvió a plancharse el flequillo y se miró en el espejo. El traje de vuelo caía algo más arriba de sus rodillas. Salió del cuarto de baño y bajó las escaleras, algo nerviosa, donde encontró a cuatro personas mirándola.

Ignoró a un joven de cabellos oscuros que ahora parecía malhumorado al tiempo que la miraba con recelo.

Su madre y Paco estaban sentados en el sofá de la derecha. En el de la izquierda estaban los dos jóvenes. Miguel la miró divertido. Probablemente su amigo le habría contado lo que había pasado. Por su parte, Diego ni tan siquiera la miró, y si lo hizo, Clara no se dio cuenta. Durante los instantes en que bajaba los últimos peldaños se preguntó si habría sido demasiado borde con el joven. Sin embargo, el recordar la prepotencia con la que él le había hablado hizo que alejara aquellos sentimientos de culpa lejos de ella. Clara no era de esa clase de chica que necesitase a nadie para protegerla, o al menos, eso pensaba.

–¿Listos todos?– preguntó Paco mientras se levantaba.

No hubo respuesta alguna salvo la de los otros tres presentes levantándose de los sofás anaranjados. Paco salió de la habitación seguido de los otros dos muchachos. Por su parte Clara se quedó parada a los pies de la escalera. Sofía la esperó en la puerta. Se había puesto un vestido rojo que caía al viento sobre sus caderas.

–¿A qué esperas?– la apremió.

Clara alcanzó a su madre y la siguió. Salieron a la calle mientras el sol comenzaba a esconderse por el horizonte. Clara no se percató de aquellos dos pares de ojos que la miraban con interés mientras veía como Paco cerraba la cancela verde con llave y comenzaba a andar.

Caminaron en el sentido contrario al que había andado esa mañana con Carolina. El parque de los ángeles se extendía también en aquella dirección, pero acababa en la mitad del camino dando lugar a otra fila de inmensas casas.

Clara seguía sin estar acostumbrada a todo ese lujo, no lo creía necesario, se decía a sí misma. Su madre caminaba junto a ella durante todo el tiempo, al igual que los dos jóvenes caminaban con su padrastro unos metros más hacia delante y no paraban de reírse. Al menos Miguel y Paco no paraban. Clara miró a Diego y se percató que sus hombros estaban más relajados que los de los otros dos transeúntes.

Sofía se adelantó y se colocó junto a su novio mientras que los chicos se retrasaban educadamente y se colocaban al lado de Clara. Ella se sintió incómoda mientras oía sus pisadas justo a su lado, cada uno en un extremo de ella.

–Hace bastante calor ¿verdad rubia?

Clara se volvió hacia Miguel, quien la miraba fijamente con ojos alegres y caramelizados. No supo cómo le sentó el hecho de que la llamase rubia.

Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora