CAPÍTULO 23

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Hablaron al unísono. Ambos chicos intercambiaron una mirada. Clara se quedó pasmada.

–¿Qué es un asesino? –articuló– Creo que me he perdido.

Le costó trabajo hablar y su voz se quebró en la segunda frase. Ambos jóvenes ignoraron a la chica.

–Aún no hay pruebas de eso.–contradijo Diego mirando fijamente a Miguel.

Miguel intercambió con él una cruda mirada.

–No seas más iluso. Si él no fue, ¿Quién lo hizo entonces? Creí que ya tenías los ojos más abiertos.

Parecía que ambos iban a sumirse en una discusión y la chica de ojos negros los observaba con la boca abierta.

–Esperad. Explicadme eso de que es un asesino. ¿Qué ha matado pajaritos o conejos? – bromeó, aunque en el fondo no le gustaban lo más mínimo las personas que cazaban por placer.

Ambos la miraron serios.

–No es ninguna broma, rubia.– le dijo Miguel aventurando que no se lo creía.

Diego se acercó, y la miró dudando si lo que iba a decirle sería demasiado fuerte para ella. Se encontró con unos ojos oscuros, curiosos cuya dueña había dejado de caminar y lo observaba con la inquietud dibujada en ellos. ¿Merecía la pena contarle todo aquello que había pasado? ¿Cambiaría de actitud si lo sabía? Puede que no, pero Diego tan sólo quería que tuviese cuidado y que entendiese cómo funcionaban las cosas en ese lugar.

–Clara, no sabemos si tiene o no algo que ver, ni mucho menos si fue él o no...

–Fue él.–aseguró Miguel ignorando la mirada de reproche que Diego le dirigió por interrumpirlo con tanta rotundidad.

Diego cogió aire y eso fue suficiente para que se calmase.

–Antes éramos amigos pero ha cambiado muchísimo desde que sale con otra gente...te repito que no hay pruebas así que no te asustes pero tampoco te pongas en peligro tú sola...

A Clara le gustaban las personas que hablaban de frente y sin rodeos, por eso estaba más impaciente de la cuenta.

–Para el carro Diego, ¿a dónde quieres llegar?

Él la miró muy serio. Se detuvo unos instantes a pensar si realmente quería meterla de lleno en todo lo que había pasado en aquella ciudad, pero en cierto modo, ella solita ya se había metido hasta el fondo sin ni siquiera saberlo al plantarle cara a Jaime.

–A que a la última persona a la que le dijo que se anduviese con ojo está muerta.

Clara abrió los ojos de par en par, pensando que no había oído bien.

–¿Cómo?– artículo.

–Lo que oyes.–comentó Miguel, observando al igual que Diego su reacción.

La chica bufó. Era muy difícil asustarla cuando se trataba de personas de carne y hueso.

–No os quedéis conmigo.–advirtió.– Sois sus amigos, si esto es una broma porque os ha dicho que intentéis asustarme la lleváis claras...

Ambos jóvenes estaban sumamente serios.

–No lo hacemos.

El viento agitó las ramas de los árboles en la oscuridad. Lo que en un primer momento le pareció un paraíso verde ahora le parecía un lúgubre y tenebroso lugar. Era como si las sombras que proyectaban las ramas de los árboles fuesen a salir en su busca para arrastrarla a algún profundo lugar del corazón del bosque. Por unos instantes le pareció ver algo blanco entre las ramas y sintió una sensación conocida que trató de ignorar. Si había algo en el bosque no quería verlo. Ni tan siquiera se había colocado cerca de donde comenzaban los árboles. Le aterraban y tenía motivos más que suficiente para mantenerse lejos de ellos.

–¿La...mató?– preguntó con un hilo de voz aterrado que nada tenía que ver con la conversación que mantenía con aquellos chicos.

Trató de hacer como si lo que acababa de ver en el bosque, ese destello de luz no fuese nada, sólo producto de su imaginación, aunque por supuesto que le preocupaba, nada le preocupaba más que eso que sólo ella podía ver.

–No estamos del todo seguros, pero muchos creen que sí. Es por eso que le tienen tanto miedo.–respondió Diego, totalmente ajeno al verdadero motivo del miedo de la chica.

La chica se quedó petrificada. Si eso era una broma, la estaban llevando demasiado lejos.

–Eso no puede ser posible.

No le entraba en la cabeza que en ese tiempo alguien fuese capaz de matar a otra persona por motivos banales. Diego la observó, pensando que necesitaba tiempo para asimilar aquello. Se sentó en la mesa de piedra y se percató de que Clara lo observaba. Parecía la viva imagen de un ángel sentado sobre una piedra, pensó ella. Sus ojos azules destellaban bajo la oscuridad. Se llevó una mano bajo la barbilla y pasó los dedos por una boca demasiado atractiva como para no quedarse ensimismada mirándola.

–No puedo creérmelo.–contestó serena al cabo de unos segundos.

–No tendríamos ningún motivo para mentirte.–le contestó él. Parecía sincero.– Y créeme que si lo hubiese no estaríamos aquí perdiendo el tiempo.

Yo creo que sí, pensó ella, pienso que sólo sois sus amigos y que intentáis asustarme. Pero de todas formas, si fuesen realmente sus amigos no irían por ahí diciendo que es un asesino.

Clara lo miró directamente a los ojos, atravesándolo con la mirada. Un resquicio de incertidumbre surcó sus ojos durante las mismas milésimas de segundo en las que Diego se volvió a sorprender ante aquel sentimiento protector que la chica despertaba en él, como había hecho esa misma mañana cuando Jaime se encontraba delante de ella y él había resistido las ganas de colocarse entre ambos para no empeorar las cosas.

La cabeza de la joven iba a mil por hora y tenía demasiadas preguntas en ella como para ser capaz de callarse. Quiso preguntar la primera de todas sin ni tan siquiera pensarla cuando sintió algo extraño detrás de ella. De nuevo esa maldita sensación. Otra vez no, por favor.

Gracias por leer. ¿Os gustó? Un abrazo.

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Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora