Capítulo 54

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Carolina se encogió de hombros.

–Es una antigua leyenda urbana. Verás, cuenta la leyenda que hace cientos de años existió una reina que se alimentaba de sangre de jóvenes menores de dieciséis años. Para ello, ordenaba a un grupo de hombres que la seguían fielmente que matasen a las jóvenes, pero según ella su sangre no era pura. Era por eso que las castigaba...las torturaba antes de matarlas, para purificarlas. Les hacían verdaderas monstruosidades, desde amputaciones a latigazos y luego le sacaban los ojos. Muchos decían que la reina se alimentaba del miedo. Era como si al aterrar a su víctima rejuveneciese. Muchas personas creían y aún creen en ella. Antes de matar a las jóvenes, los fieles seguidores del camino de la verdad entonaban canciones, era como una especie de ritual, en el que debían de entonar un cántico con el que la Diosa purificaría la sangre de la joven y la llevaría hasta el perdón eterno. Tras eso, la reina se bebía su sangre y se comía una parte de su corazón. Dicen que esa reina vivió doscientos cuarenta y nueve años.–suspiró.– Es algo horrible y cruel, y hay diferentes versiones sobre ello, pero todas ellas coinciden en que fue en este castillo donde se llevaban a cabo los rituales y donde la reina bebía la sangre de las jóvenes.

Clara se estremeció y tuvo que recordarse que debía de respirar. Todo el bosque le daba ahora muchísimo más miedo. Por favor, que no viese ni a un solo espíritu más aquella tarde, pensó.

–Es...

–Horripilante, lo sé. –sonrió ella.

Clara se le quedó mirando.

–¿No te da miedo?

–En absoluto.–dijo decidida.

Carolina era una joven extraña, pero eso de que no le diesen miedo esas cosas junto con ese cambio de actitud hicieron que Clara comenzara a desconfiar realmente de esa chica.

–¿Hay alguna leyenda más? Me refiero, alguna más sobre esta ciudad.

Carolina miró al horizonte, el sol empezaba a ponerse y aquello ponía demasiado nerviosa a Clara.

–Hay una que dice que toda la ciudad está llena de túneles subterráneos. Es decir, es como si hubiese otra ciudad debajo de la nuestra.

Clara no podía más, se levantó nerviosa. Su estómago se quejaba demasiado a causa de los nervios. Aunque pareciese una chica dura y decidida en realidad era demasiado aprensiva.

–¿Una ciudad debajo de la nuestra?

–Son solo supersticiones. Nadie ha encontrado nunca una entrada secreta, y si lo han hecho, nadie lo ha mencionado.

Había un brillo extraño en la mirada de Carolina, un brillo que empezaba a poner el vello de punta a la joven.

–¿Asustada eh?

–Para nada.–comentó Clara poniendo los brazos en jarras y deseando que Diego llegase de una vez.

Entonces calló en algo, que le hizo empezar a temblar.

–Espera un momento...

Carolina posó sus enormes ojos en ella y Clara no pudo evitar tener la sensación de estar a punto de echarse a llorar de nuevo.

–Dime.

–Dices que ese ritual deja a las personas sin ojos, y...le sacan el corazón...

–Así es.–asintió la joven

Un extraño pájaro pio en la plenitud inquietante y tenebrosa del bosque.

–Claudia.–dijo tan sólo.

Carolina la entendió, pero a pesar de eso permaneció callada.

–Sí, Claudia apareció en esas mismas condiciones hace un tiempo.–dijo al fin, como si fuese la cosa más normal del mundo.

La chica de cabello castaño estaba logrando atemorizarla de verdad, como nunca antes había estado con esa frialdad que comenzaba a mostrar. Incluso más que el espíritu al que acababa de ver. Esa misma joven a la que había visto en las fotos en la casa de Paco, en su casa, en ese corcho que recogió de su cuarto el primer día.

–Tal vez deba de contarte algo sobre este lugar.–continuó Carolina, elevando el mentón y las cejas, con aire de superioridad.– Es mejor que no te involucres en nada, para no llegar a convertirte en nada.

Clara no sabía cómo actuar. No pudo evitar pegar un salto y proferir una exclamación ahogada al sentir vibrar su teléfono. La rama de un árbol crujió ante su pequeño salto cuando cayó al suelo de nuevo. Con la mano temblorosa sonrió levemente al ver que era Diego quien la llamaba.

–Di...di...dime.

Se avergonzó de tartamudear, pero por más que lo intentó no fue capaz de decir la palabra correctamente a la primera. Escuchó a Diego reír suavemente al otro lado del teléfono. En unos segundos se dio cuenta de que el chico había tenido que correr muchísimo con la moto para llegar tan pronto.

–¿Dónde estás? Sal del bosque, te esperamos en el camino.

–¿Con...con quien estás?

–Con Miguel. Curiosamente me lo he encontrado por aquí.

Clara se percató del tono dudoso de Diego, pero no hizo ninguna pregunta a porqué estaba el chico de ojos risueños y alegres rondando por allí. Colgó el teléfono y dirigió una mirada de soslayo a Carolina.

–Vámonos ya...–pidió.– Nos están esperando.

Ella se dio la vuelta, como queriendo otear con la mirada algo más allá de las frondosas ramas de los árboles. Se encogió los hombros y se giró hacia Clara.

–Está bien.–asintió ella encaminándose de nuevo hacia el bosque de tal forma que la joven rubia no pudo ver la mirada siniestra de la otra chica.– Otro día...será.

En ese momento había más oscuridad, tanta que le costaba trabajo ver bien debido a la sombra que daban las frondosas ramas de los árboles. Caminaba agarrada a Carolina, pero no se percató de que ésta levantó una pierna para esquivar un obstáculo y cayó de bruces contra el suelo. Clara se levantó rápidamente tras arañarse las manos.

–Ah...mierda.–se quejó dolorida e incorporándose.

Le ardían las manos, se las había raspado, pero había algo que no encajaba. Era demasiada sangre la que manaba de ellas para unas heridas tan superficiales. Miró hacia el suelo preocupada por saber con qué se había raspado, pero en lugar de encontrar una multitud de ramas o tal vez una trampa, encontró aún más sangre. Se le paró el corazón al encontrar un bulto del tamaño de una persona unos metros más hacia delante. Contuvo el aliento y achicó los ojos, con la intención de ver un poco mejor en la entonces penumbra. No podía creer lo que veía. Era un cuerpo ensangrentado, y había tropezado con el.

–Por favor, que sea un animal.–pidió Clara.

A su lado, Carolina se había quedado petrificada.

Armándose de valor se acercó aún más, con mucho cuidado. ¡No, no, no, no! ¡Un cuerpo humano! Aquello no podía ser posible. Clara se acercó aún más conteniendo el aliento, pensando que quizás fuese un fantasma que le jugaba una mala pasada, pero no, con los ojos abiertos de par en par, se encontró a una joven muerta con las cuencas de los ojos vacías y con el pelo rapado. La faltaba un brazo y podía ver perfectamente la forma de un hueso. Le faltaba absolutamente toda la capa superior de la piel.

Clara chilló como si estuviese en las peores de sus pesadillas. Aquello no podía estar pasando. No a ella, no en ese momento. Debía de ser un sueño, una pesadilla, no podía ser real. Miró hacia todas partes buscando ver el fantasma de la chica. No vio nada, pero de pronto todo se volvió borroso.

¿Que créeis que pasará? Un abrazo grande y gracias por leer.

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Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora