CAPÍTULO 22

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–No va a ser la próxima Claudia.–sentenció Diego.–Además, aún no hay pruebas de que fuesen ellos... Sinceramente, los conocemos demasiado bien, no creo que...

–Las personas cambian.– interrumpió Miguel.

–Lo sé, pero no pasas de ser una persona normal a un asesino de la noche a la mañana.

–Estas demasiado confiado últimamente ¿no crees?

Diego se encogió de hombros, dándole la razón con su silencio.

Nadie sabía que era exactamente lo que le había ocurrido a Claudia, pero había aparecido muerta y degollada a las afueras de la ciudad. Tenía marcas por todos los rincones de su cuerpo y no había ni rastro de su corazón. Su cabellera rubia había sido rapada y sus ojos azules habían desaparecido de las cuencas de sus ojos.

–Eso es demasiado cruel incluso para la gente con la que ellos se relacionan.

La cena transcurrió tranquila. Clara había estado mirando el móvil cada pocos minutos. Sofía y Paco no habían parado de hablar durante toda la cena. Miguel se había sentado al lado de la chica y le había preguntado algo que le había dado de que pensar a la joven.

–¿Qué edad tiene tu madre?– le susurró.

–Ella siempre dice que tiene treinta y cinco, pero en su DNI pone que tiene treinta y uno hasta noviembre.

Miguel silbó.

–Te tuvo con quince años...

Clara se quedó pensando.

–Casi dieciséis en realidad.

Clara nunca se había planteado el hecho de que Sofía a su edad ya había sido madre. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al pensarlo.

–Tiene tres años menos que mi padre. –Diego se quedó pensativo.– Y yo me preguntaba en qué estaría pensando para tener un hijo con diecinueve años y medio...

Clara notó que Diego se preguntaba qué había pasado por la mente de su madre para quedarse embarazada de su padre a los quince. Y también que había pasado por la mente de su padre. Andrés le llevaba casi cuatro años de diferencia a Sofía.

A excepción de eso, la cena había sido bastante animada con una ronda de chistes y recuerdos familiares que habían compartido las dos familias que ahora eran una sola. Diego y Miguel se levantaron para ir al servicio al tiempo que Clara notaba que su móvil comenzaba a vibrar.

–¡Ismael!–casi gritó.

Su madre sonrió al tiempo que puso los ojos en blanco.

–¿Quién sino?– repitió la misma frase de esa misma mañana.

Diego y Miguel la miraron, sorprendidos de la alegría que había dibujada en el rostro de la joven mientras se levantaba y casi corría a la salida para hablar en la intimidad con su amigo. Ambos la contemplaron salir, preocupados porque decidiese cruzar la carretera y sentarse en algún banco de los que Jaime y Lobo frecuentaban. Apartando sus necesidades biológicas la siguieron a una prudente distancia para que ella no se sintiera observada.

La escucharon hablar con un tono de voz alegre, que ninguno de los dos había escuchado hasta el momento. Su voz sonaba aún más bonita cubierta por un baño de ilusión. Cruzó la carretera para sentarse en una mesa rodeada de sillas de mármol y muchos árboles de fondo. Se mantuvo alejada de los árboles, pero no pudo evitar contemplar aquel lugar que parecía un paraíso verde.

Los jóvenes la observaron mientras ella contaba cómo había llegado a la ciudad, cómo era su casa, cómo eran los alrededores, cómo era el parque por fuera. Le habló sobre Jaime, sobre Miguel y sobre Diego. De estos dos últimos no dijo nada salvo que eran guapos con la intención de picar a Ismael. Justo después de decir eso Clara los vio y los echó con la mano, preguntándose sí habrían oído que los había llamado guapos.

Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora