CAPÍTULO 33

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Hasta las tres y cuarto Clara había pensado que Diego iba a estar enfadado con ella y que la culparía por sacar el tema que llevó a la pelea. No obstante al escuchar a alguien llamar a su puerta y encontrarse con Diego pudo comprobar que no había ninguna muestra de acusación en el rostro ni en el comportamiento del chico. Sus ojos brillaban con la misma intensidad de siempre.

–¿Estás lista?–preguntó educado.

Ya no quedaba nada de ese chico feroz del almuerzo.

–Sí, sólo me falta coger una botellita de agua del frigorífico.–le dijo ella saliendo de su habitación y pasando al lado de él–.

–Yo sé de otra cosa que te falta.

Ella se paró, preguntándole con la mirada que era esa cosa. No tuvo que esperar mucho tiempo antes de que el chico le entregase algo. Ella tardó una pequeña fracción de segundo en comprender qué era lo que le faltaba. Miró el objeto que tenía en su mano y un escalofrió la recorrió. Rogó para que él chico no se hubiera dado cuenta.

–Yo...

–A no ser que te hayas rajado, y quieras admitir algo.

Hablaron al unísono. Él arqueó una ceja, en un atractivo gesto. Ella le dirigió una mirada decidida, agarrando con fuerza el pequeño objeto entre sus manos y dándole la espalda al chico por el pasillo.

Mientras bajaba las escaleras no se miró en el gran espejo como era la costumbre, sino que miró su puño cerrado. Diego le había entregado las llaves de su moto. A ella. A una chica que en su vida se había montado en una.

Tal vez sí que tenga razón y pertenezca a otro siglo, pensó ella temerosa.

Un pensamiento la detuvo en el último peldaño. Se volvió hacia atrás, sabiendo que el chico se encontraría ahí. En un ligero movimiento tomó su mano y depositó en ella la llave. Él la miró con gesto confuso, pero cuando abrió la boca para preguntar Clara ya tenía un dedo puesto sobre sus labios. Y vaya, que suaves eran.

–Mi madre, no tengo carnet.–susurró a toda prisa.– Tú la sacas de aquí, y me la das en la calle.

Él asintió, ahora complacido de nuevo.

–Está hecho.–habló con los dedos de Clara aún en su boca, lo cual hizo que se pusiera nerviosa al sentir su aliento.

Bajaron al jardín tras despedirse de sus respectivos padres. Encontraron la moto negra aparcada justo al lado del volvo rojo. Clara ni tan siquiera habría sido capaz de decir su marca, o de decir si era buena o no, pero nada podía parecer malo en las manos de aquel chico.

Diego le indicó que esperase hasta que la arrancase. Clara contempló cómo le daba a una especie de pata de metal en la parte inferior y que después de tres intentos había arrancado. El rugido de la moto cortó el aire tal y como el relámpago corta el cielo. Tras ello Diego se montó e instó a Clara para que le imitase.

–¡Eh!, por ahí no.

Clara levantó la mirada con una pierna levantada sobre la moto.

–¿Cómo?

–Si te montas por ahí puedes quemarte. ¿Es que no ves el tubo de escape?

Ella comprendió en seguida a lo que se refería. El la observó curioso.

–¿Seguro que sabes cogerla?

Diego elevó una ceja, divertido. Clara frunció el ceño.

–Claro.–mintió mientras evitaba su penetrante mirada y se montaba por el lado opuesto al del tubo de escape.– ¿Y los cascos?

Lo que el miedo no pudo silenciar© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora