Hawkins

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Instintos.
Basil Hawkins x OC.

Los pasillos eran plateados, metálicos, sin ventanas. Solo la luz blanca y fría de los tubos fluorescentes del techo reflejaba los cuerpos de los recién llegados. Esa misma aura brillante e incolora los enmarca al llegar a la gran sala. Ese día iban a arrasar.

Ulrich se encaminó por aquellas escaleras que tan bien conocía desde que se hospedaba en la isla de Montana. Ya no era todo tan impersonal como recordaba al haber pasado por allí años antes. Unas alfombras verdes y azules protegían los pies de los ricos y nobles que decidían malgastar su dinero en aquel lugar.

Pero él podría con todo, como hacía siempre.

Sin tener muy claro por qué le apetecía comenzar, dirigió la vista a los otros recién llegados. Como era de espera, la mayoría se dirigía a las partidas de póker. Era lo menos azaroso, ¿no?

Ulrich bufó y ató con mayor firme su bandana a la frente, mientras pensaba. Iría a la ruleta. Siempre era una buena forma de comenzar la noche en el casino.

Su bandana era negra, sus ojos también. Así que apostó al negro. Y acertó.

—Su premio, señor —Y las primeras miradas recelosas llegaron.

Su racha de buena suerte había durado todo el mes, desde que se había instalado allí, compensando el gran desastre que había provocado en su banda. Estaría solo, pero podía pagarse todo lo que quisiese. Unos meses sabáticos no le hacían mal a nadie. De todas formas, nadie iría a buscarlo.

Otros murmullos hacia los guardias de seguridad. ¿Realmente seguían pensando que estaba aliado con ese tal Tesoro y quería hundir aquella empresa? Ni siquiera sabía quién era ese hombre, y no le interesaba descubrirlo. Solo quería tener la cabeza ocupada con algo que se le diese bien. Y llevar tres rondas con premio en la ruleta ya dejaba intuir algo.

—Perdone, ¿puede dejarme ver el tablero?

Ulrich se giró para cruzarse de frente con un rubio muy esbelto y pequeños tatuajes triangulares sobre sus cejas. Le sonaba de algo, pero no sabía identificarlo con claridad. Se apartó en cuanto le hizo un gesto, pensando que no lo había escuchado. Un nuevo contrincante no le afectaba en nada más que tener nuevas ganancias.

—Debería comer más sano. Ese color de pelo siendo tan joven no tiene buena pinta.

Llevó las manos a su cabello blanco de punta de forma instintiva—. ¡Está teñido, idiota!

—Oh, ¿tan rápido te enfadas? Ya veo...—El desconocido rápidamente perdió el interés en él y sacó una serie de cartas de su bolsillo y comenzó a posar algunas de ellas sobre el borde de madera del mueble. Todos contuvieron una risa al ver a un chiquillo siendo poseído por una pseudociencia como la astrología y ponerse a hacer una tirada del tarot incluso para un juego de azar—. El 27 negro.

Y la ruleta giró. Ulrich era el primero que se mostraba cínico, pero aquella seguridad que tenía al hablar le daba un mal presentimiento.

Cayó en el 27 negro. Todas las sonrisas se borraron de golpe. Sería suerte, se decían, pero la siguiente vez apostaron menos—. El 19, también negro —Ulrich también iba a apostar por ese, pero si él lo hacía no tenía tantas ganas. Se limitó a elegir el negro con una mueca frustrada. No quería que pensasen que lo seguía, pero su instinto apuntaba también en aquella dirección. Y fue el 19 negro.

—Rubiales, ¿tus cartas te dicen eso?

—Mis cartas me cuentan qué es más probable que pase.

—Pues dime. ¿Acertaré la siguiente o no?

—Yo no soy una bruja de feria. No me dedico a satisfacer deseos.

—¡Te lo decía de buenas, rarito!

—No tengo por qué hacer caso a quien no me tiene un mínimo de respeto —replicó rápidamente, sin dejar de solapar una carta sobre otra—. El 1 rojo.

Ulrich tuvo que contenerse para poder continuar la partida. También tenía la corazonada del 1, pero se decantó por el negro. Y por primera vez en aquel mes, perdió un juego. Los propios espectadores y trabajadores esbozaron una sonrisa de circunstancias. Les estaba dando pena.

—¿Quién demonios eres, tarotista?

—Basil Hawkins —respondió parcamente. Ulrich se enfadó todavía más, llegando a agarrarlo por el cuello de la camisa entreabierta que llevaba.

—¡Deja de hacerte el listillo y explícame de una vez cómo lo haces! ¡Yo era invencible!

—Yo solo interpreto lo que me dicen las cartas. Y ahora suélteme —Bajó un tono su voz y una de sus manos agarró con fuerza la muñeca de Ulrich. No entendía cómo, pero supo al mirarlo a los ojos que podría aplastarlo como a un niño si quisiese. Y aquella presión en su pecho y muñeca atacaron todavía más su orgullo.

Se zafó de él y retrocedió, con una expresión turbada en el rostro—. Ya sé por qué me sonabas. Eres "el Mago", uno de los piratas que ha pasado de los 100 millones en tan poco tiempo —El otro asintió, sin darle mayor importancia—. ¿Qué hace uno de los grandes novatos perdiendo el tiempo en un casino? —se atrevió a preguntar, con la frustración acumulándose en su cuello.

—Pasar el tiempo hasta que la Log Pose calibre la próxima isla. Dicen que Sabaody ya es la siguiente...

—No te he preguntado qué haces en esta isla sino en este casino —enfatizó los demostrativos con sus dedos índice señalando el suelo—. Deberíais estar destruyendo ciudades o derrumbando un edificio oficial de la Marina, no sé...

—Algunos somos más discretos.

El silencio a su alrededor se había hecho más espeso, y los propios trabajadores habían suspendido la partida por todos los jugadores que se habían alejado. Ser uno de los grandes novatos inspiraba miedo en los civiles comunes.

—Y dime, Ulrich. ¿Piensas unirte a mi tripulación?

—¿Qué mierda acabas de decir? —Ni siquiera entendía cómo lo había reconocido o encontrado, si es que aquel interés ya era anterior a su cruce.

—Ulrich, 32 años. Timonel de los Piratas de la Inquisidora, además de poseer un gran dominio de la lanza, con una recompensa de 50 millones. Y si mal no recuerdo, no se le ha vuelto a ver con su tripulación desde hace dos meses. Me imagino que estará desocupado para unirse a mí —Aquella mirada fija e inexpresiva no era demandante, ni siquiera había un atisbo de expectativas en lo que decía. Lo estaba dejando a su elección.

—¿Por qué tendría que aceptar esa oferta? No tienes nada que ofrecerme.

—Una tripulación y un barco, que es lo que le falta. Un pirata no es nada sin ellos —Iba a volver a protestar pero lo interrumpió. Por primera vez lo vio sonreír, aunque fuese con aquella actitud de estar hablándole a un niño pequeño—. Llevo tiempo necesitando un buen timonel para poder enfrentar el Nuevo Mundo. Y cuando intuí que Ulrich ya no pertenecía a la Inquisidora, me interesé. Al fin y al cabo, su reino es el más experimentado en el mundo de la conducción, sea marítima o terrestre. Las cartas me confirmaron en qué sitios buscarle.

Uno de los muchos problemas de los piratas del Grand Line era el miedo al Nuevo Mundo y a tropezar con un yonkou. Ulrich no poseía miedo a aquello, y él lo sabía bien cuando clavó aquellas pupilas confiadas en las suyas. Y anhelaba el mar. Lo anhelaba con toda su alma de marinero en juego. En juego... Al fin y al cabo, su especialidad era dejarse llevar por sus corazonadas y vivir el día a día solo siendo fiel a sí mismo y lo que le gusta.

—El 1 rojo.

Y Hawkins sonrió agradecido.

Retazos; One Piece x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora