Hiyori

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La hija del líder.
Hiyori x Accra.
AU Crimen.

—Como no te des prisa, Accra, tardaremos más de la cuenta en el centro. Y tú no quieres que me quede hasta la noche aquí, ¿verdad? —comentó Hiyori con malicia. La sonrisa recorría sus párpados y dotaba de un brillo juguetón a sus ojos azules antes de seguir adelante por las calles de la zona comercial de la ciudad. Brincaba como un colibrí y admiraba como un lagarto, absorbiendo todos los estímulos de aquel barrio como si jamás hubiese salido de casa. Y tampoco sería un planteamiento muy desencaminado...


Accra resopló y se pasó una mano por el rostro adusto después de pasar las toneladas de bolsas de uno de sus brazos al otro—. Sí, princesa... Ahora mismo te sigo el ritmo.

Yaceleró hasta ponerse a su nivel. Tampoco podía hacer otra cosa; Accra no estaba allí por gusto, sino porque se lo habían encargado. Al fin y al cabo, Hiyori era la hija del líder de su pandilla, y los gángsters tenían quizá más enemigos que aliados ante la dura competencia por controlar la capital. Aunque no era un negocio familiar, todos estaban conscientes de la situación, pero se mantenían al margen lo suficiente como para no verse implicados en el fuego cruzado —la mayoría de las veces—.

Hiyori era un caso especial dentro de los Kozuki. Su madre y su hermano habían tenido reparos a la hora de relaciones con los miembros de la pandilla y el miedo los había vuelto unas personas precavidas y prudentes. En cambio, la hija menor de la familia conservaba aquella extraña inocencia combinada con una curiosidad innata por el mundo del crimen. Quizá era preocupación o simplemente morbo, pero a Accra era incapaz de leerla: aún no tenía claro si era una completa idiota o una chiquilla con potencial de liderazgo. No se dejaba intimidar por nadie, así que ni siquiera él, Accra, uno de los miembros más intimidantes y peligrosos en el combate cuerpo a cuerpo, provocaba ni el más leve temblor en su rostro —y eso que era negro y poseía un gusto cuestionable por los tatuajes de símbolos tribales—.

A diferencia de su familia, a Hiyori no le importaba tener una escolta y disfrutaba de las pequeñas conversaciones en las que descubría los detalles sobre cómo era cada uno de los hombres que seguían a su padre, como si fuese su responsabilidad preocuparse por ellos de la misma forma que todos se encargaban de ella. A Accra no le gustaba demasiado la moda ni hablar de su vida privada, pero no era capaz de decirle que no a una chica tan divertida y hermosa.

Para él, Hiyori era como un rayo de luz: multicolor y deslumbrante, efímera e infinita. Su risa le recordaba el sonido del mar rompiendo contra las rocas y sus ojos, todas las joyas preciosas por las que había luchado. Era el esfuerzo satisfactorio y el capricho delicioso, todo al mismo tiempo derriténdose en sus labios sin que jamás pudiese siquiera probar un bocado.

En realidad, no era demasiado trabajo seguirla; parecía algo natural, como si sus pies ya hubiesen decidido que aquella mujer de cabello de aguamarina y labios de clavel sería la siguiente líder. Jamás mencionaba de forma clara cuál sería su papel en el futuro, pero ya había captado la atención y admiración de todos los miembros de la pandilla.

—Accra.

El mencionado se detuvo ante el murmullo silencioso de Hiyori. Su tono, serio y alerta, le dio todas las pistas que necesitaba. Con aquello se sintió un completo idiota, embelesado por la magia casual de la mujer hasta el punto de no recordar cuál era su función y deber. Tras focalizar su atención de nuevo, lo notó. Había alguien siguiéndolos entre el gentío que deambulaba por las calles del distrito comercial. Las luces comenzaban a encenderse en aquel atardecer tardío y las sombras se hacían más alargadas y enérgicas.

—¿Puedes sujetar esta bolsa, princesa? Hay cosas delicadas que no quisiera estropearte.

—Tú no te preocupes. Hay más de donde viene esto.

Aquella fue su luz verde. En cuanto asintió, Accra se detuvo y se giró bruscamente en dirección al intruso. Lo atrapó antes de que pudiese echar a correr, pero el disparo de su arma resonó por la ciudad y la estampida de transeúntes despejó la zona. Era un hombre encapuchado, pero los tatuajes que subían por su cuello le otorgaban toda la información que necesitaba: pertenecía a la mafia local. Accra había desviado el tiro con un manotazo, pero no quitaba que le hubiese rozado el hombro. Se lo hizo pagar sin palabras, con las rodillas clavadas en el pecho y brazo armado del mafioso, una mano aferrada a su mandíbula y su pulgar libre clavado en uno de sus ojos. Trató de gritar, pero ni siquiera fue capaz de separar los dientes. Terminó con él con la culata de su propia pistola.

—¿Estás bien, Accra?

—Tenemos que marcharnos.

—Pero tú...

—No hay tiempo para eso —replicó con mayor brusquedad de la que deseaba al girarse hacia ella. Se la había imaginado aterrada o espantada por la violencia de sus actos, ya que no era lo mismo tontear con las historias de un par de criminales que saborear el peligro de cerca, pero nada de aquello se alojaba en los ojos celestes que lo observaban con reproche.

—Sí que lo hay. Yo digo que lo hay. Estás herido y no quiero que vayas a desangrarte por ahí. Dime qué puedo hacer para detener la hemorragia y lo haré. —Terca, dominante y, de alguna forma, atenta. Accra no pudo evitar pensar en el padre de aquella "princesa" intocable que se había construido en su mente.

—No es tan profundo —balbuceó cuando recuperó la calma—. Con mantener la herida presionada estará bien.

Ella asintió y, con un movimiento veloz, sacó una de las prendas de ropa que había comprado y envolvió su brazo fuertemente con él, para después sellarlo con el peine de oro que usaba para atar su cabello—. ¿Esto servirá?

—Sí, fue... una buena idea.

Antes de que se le ocurriese qué comentar sobre que la persona que tenía que proteger se preocupase por él, un simple peón, recuperó la cordura y recordó la situación. La confusión se alejó de su rostro y apoyó una mano en la espalda de Hiyori para instarla a seguirlo.

—No podemos quedarnos aquí eternamente. Lo último que necesitamos es llamar más la atención. Volvamos a casa.

—¡Pero casi nunca me dejan salir!

—Y ya ves por qué, Hiyori.

Ella se mantuvo callada ante sus palabras y se dejó llevar hasta el coche, lejos del peligro y lejos de su diminuta libertad. Su vida debía de ser verdaderamente triste, pero la de todos ellos lo era y no podía hacer excepciones.

Ahora lo sabía con claridad, sin necesidad de que le preguntase después cuál era el bando de aquel mafioso sin renombre. Hiyori tenía talento, tenía futuro en aquel trabajo. Debajo de aquella fachada de niña buena e inocente, había una mujer capaz de ignorar un cadáver a un metro de distancia y poner en su lugar a su asesino. Quizá no poseía las habilidades físicas de su padre, pero aquello era lo menos importante —el entrenamiento podría hacer milagros incluso en casos tan deplorables como el de su hermano mayor—. Tenía el instinto, el carisma y el potencial necesarios para convertirse en una de ellos.

Y Accra jamás había sentido tantos deseos de mantenerse a su lado con tal de observar su evolución con sus propios ojos.

Retazos; One Piece x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora