Hawkins II

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Musas.
Hawkins x Adda.
AU contemporáneo.

Lo malo de alcanzar la suficiente notoriedad como artista para poder vivir de ello era tener que convertir la creación en algo rutinario. Basil Hawkins, gran escultor en Estados Unidos, se veía atado a pedidos y más pedidos, a plazos de entrega y al interés de galerías de arte por exhibir cualquier cosa que saliese de sus manos. Pero a él las prisas no lo afectaban; sus obras estaban atadas al destino y a las visiones oníricas que apuntaba nada más despertar. Si su mente y la suerte no estaban de su parte, él no haría nada por forzarlo.

Aunque aquellos fuesen sus pensamientos, la inquietud comenzó a encadenar sus manos al estudio de arte. Los meses se sucedían y ninguna imagen parecía plasmarse con aquella nitidez que lo había atado irremediablemente a la escultura. Debía crear algo nuevo, superar esa racha. Si era necesario, la entrada en cualquier otro tipo de arte no le desagradaría; no soportaba comprobar el vacío en el centro de la sala...

Así fue que un día se rindió, abandonó su estudio, sus ingresos regulares y su acogedora casa en New Jersey. Antepuso la esencia de su arte a cualquier status social que pudiese haber alcanzado y emprendió un viaje al otro lado del mar Atlántico, queriendo alimentarse de las culturas europeas hasta que su cuerpo desbordase energía que pudiese plasmar en un lienzo, en un plano, en una cámara o en sus acostumbradas figuras de paja y madera. Gastaría hasta la última moneda que le quedase recorriendo país tras país si era necesario. Solo deseaba un viaje espiritual. Y su primera parada fue Sevilla, al sur de España.

Lo primero que le sorprendió fue que nadie tenía miedo de ser asaltado -o asesinado- en medio de la calle. Los locales caminaban mirando al móvil, jugando con las llaves, poniendo música en los auriculares o contando dinero antes de entrar en algún autobús sin mayor preocupación que su propia prisa.

Tras dejar sus pocas posesiones en un hotel y descubrir que su español era mucho peor de lo que esperaba, preguntó en recepción por algunos lugares de interés para visitar aquel mismo día. Su horóscopo del día le había aconsejado vivir nuevas experiencias, por lo que se encaminó hacia el lugar con el nombre más extraño de los que había apuntado: el tablao flamenco Los Gallos.

Le habían recomendado reservar la entrada, y una vez estuvo allí entendió por qué. Era un local bastante pequeño para la fama que tenía. Los asientos estaban ocupados por completo y eso que al pase de las diez y media le quedaban diez minutos para empezar. También aprendió Hawkins en aquel momento que los españoles eran seres nocturnos porque aquello iba a durar hora y media y, por lo visto, la medianoche aún era demasiado temprano como para comenzar a salir de fiesta y los pubs y discotecas seguían cerrados. Intentaba asimilar toda la información posible de las conversaciones a gritos que se desarrollaban a su alrededor, pero los acentos locales lo confundían demasiado como para comprender si realmente aquello era el mismo idioma o no; ya había confundido en el aeropuerto a un taxista catalán con un hablante de francés...

Los artistas comenzaron a subir a la tarima y dirigirse al público. Hawkins lo observó todo en silencio con sus ojos rojizos leyendo la situación lo mejor que podía. Era un espectáculo musical en acústico, sin altavoces ni micrófonos y con un público entusiasmado y dedicado. No comprendía del todo las palabras que escuchaba, pero el murmullo general parecía estar centrado en una sola cosa: Adda. No tardó en darse cuenta de que era el nombre de la bailarina que se encontraba en el centro de la tarima charlando con uno de los guitarristas.

La pared blanca estaba pintada en negro por el nombre del local y una mujer bailando, además de la propia ropa de los guitarristas y cantaores. En medio de aquella monocromía se alzaba una pareja: un hombre tan alto como él pero de pelo oscuro como la noche y su traje, y Adda. Ella también tenía el cabello negro atado en un moño con un clavel rojo, a juego con el vestido de flamenca que vestía sobre su piel café con dignidad y orgullo. Ambos eran de rostro serio y porte majestuoso, pero ella indudablemente atraía todas las miradas.

A Hawkins todos aquellos detalles siempre le habían dado igual, pero en cuanto comenzaron a sonar palmas, no pudo despegar la vista de ella. La fuerza de su taconeo, las pulsaciones de sus dedos, el juego de los flecos, el poder de su quijada... Así fue desmenuzando cada parte de ella a medida que la música la desvestía. Descubrió el lunar que se escondía bajo su ojo izquierdo. Estos eran de color azul oscuro y de largas pestañas, penetraban en los presentes y se clavaban tan profundo como para no soltarte en todo el espectáculo. Sus labios, pintados de un rojo intenso, eran gruesos y pequeños, y se apretaban entre ellos cada vez que taconeaba. Su nariz era pequeña y redonda, casi imperceptible entre la angulosidad de sus facciones y aquella mandíbula marcada que ella ni siquiera pretendía esconder.

Y él tampoco lo pretendió, pues ella lo captó mirándola sin el menor reparo. Hawkins no era ningún cobarde; se mantuvo firme y asimiló toda su potencia sin contener su embelesamiento en ningún instante. Ni siquiera pareció reaccionar a ello, embebida por el espectáculo y esforzándose en cada movimiento para captar a una nueva víctima del flamenco y su arte.

A él ya lo había encandilado. Cuando se marchó de Estados Unidos creyó que su viaje sería arduo y existencial, pero no necesitó más de una noche en Los Gallos para sentirse cautivado con la magia de una bailarina.

¿Cuál sería una buena forma de plasmar esos giros? ¿Cómo podría enfocar esa torsión del cuerpo? ¿Cuántas posibilidades habría de volver a presenciar ese espectáculo desde el principio para comenzar a tomar apuntes para su siguiente obra?

¿Podría acercarse a Adda y conocerla? Le gustaría compartir pensamientos artísticos con ella, pedirle permiso para plasmar su baile en el papel, la paja, la madera y cualquier material del que se pudiese valer.

Los labios de Hawkins se mantuvieron un poco más apretados de lo normal. Su calma inalterable se retorcía, un tanto confusa por las extrañas sensaciones de su pecho, y su determinación era más irrevocable de lo habitual.

Debía desentrañar a su nuevo objeto de estudio. Todo lo que saliese de sus labios sería suficiente para atraparlo en un nuevo arrebato de inspiración.

Retazos; One Piece x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora