Baby 5

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Intocable.
Baby 5 x OC.
AU mafia.


Mujer intocable: hija del mayor socio de la mafia, proveedora de armas y prima de un gran capo. A pesar de todo ello, los murmullos no dejaban de correr a sus espaldas.

—¿Ves a esa enana? Es la protegida de la familia. Menuda niñata creída. Como si fuese para tanto... Ni siquiera es una belleza.

—¿Qué esperas? Todavía es una niña.

—Es mayor de edad, palurdo. Lo que pasa es que se ha quedado congelada en los catorce.

Que hablasen mal de sus aspectos y justo a su lado no le importaba. Que hablasen de ella, así en general, no le importaba. Ni siquiera intentaba escuchar qué era lo que decían. ¿Acaso la opinión de un par de novatos significaba algo? Absolutamente no. De hecho, solo con hacer aquello se estaban condenando a muerte, pero Aya prefería ignorarlos, cansada del correr de tanta sangre innecesaria. Por mucho que arrancase una cabeza, siempre aparecería otra para sustituirla. Y respecto a si era una niñata creída... De inmadura y caprichosa no tenía nada; de arrogante y egocéntrica, bastante. Al fin y al cabo había sido enseñada a ser así. Poseía todo el derecho del mundo a creerse importante si realmente lo era. No era un hecho infundado sino una realidad.

Pero, a diferencia de ella, había personas incapaces de soportar un susurro sin creer que estaban intentando traicionarlas y que todos las odiaban. Entre ellas estaba Baby 5, una joven promesa de la mafia con un temperamento peligroso y unas inseguridades aterradoras. Aya recordaba haber tenido que acudir a su cuarto en la noche tras una llamada repentina, con las lágrimas recorriendo su rostro y la constante pregunta que ya conocía bien: "¿Me necesitas?". Nunca sabía qué responder sin herir sus sentimientos, pero el rotundo "no" era lo único capaz de expresar. Baby 5 solo asentía y prometía esforzarse más para ser una pieza indispensable en su vida.

Responderle aquello a una mujer cuyo principal objetivo del día era malgastar la menor cantidad de energía posible era aberrante e incomprensible. Los ojos rojizos y brillantes de Aya contemplaban con escepticismo a la mujer que tenía enfrente. Baby 5 sonreía lo mejor que podía a pesar de temblarle los labios pintados de rojo y estar llorando en silencio.

Ni siquiera comprendía cómo era posible que alguien como ella estuviese metida en un lugar tan lúgubre como la mafia. Luego descubrió que era hija del jefe y todas las piezas conectaron entre sí.

A pesar de su amabilidad y generosidad, no dejaba de tener los arrebatos de furia de un Donquixote y esa apariencia poderosa y distinguida que los caracterizaba. Incluso vestida de camarera y atendiendo la barra del club donde hacían algunos de sus tratos, seguía poseyendo ese toque rebelde y peligroso, capaz de volarle la cabeza a cualquier hombre que osase molestarla. Aunque, como bien sabía, aquello no era más que una careta que se deshacía en el mismo instante en el que le pedían cualquier cosa. Ella existía por y para complacer a los demás.

Aya no comprendía el hecho de que alguien pudiese ser amable sin buscar el beneficio propio, por lo que no dejaba de observar cómo caminaba contoneándose, con su cabello negro flotando en su trote y sus ojillos oscuros y profundos analizando a cada uno de los clientes.

—¿Ves a esa nena? Es la hija del jefe. Ojalá fuese una de las putas del club. Con ese cuerpo yo me desfogaría toda la noche, joder.

—Y que lo digas. Tampoco es que la chica sirva para mucho más que servir copas. Así por lo menos se gana algo de dinero haciéndonos felices...

Desde su mesa en el club, Aya prefirió ignorar y olvidar, manteniendo su atención en la revista de ciencia que estaba leyendo. No es que fuese la primera vez que escuchaba comentarios del estilo, pero no pensaba gastar energías protestando porque tampoco sería la última. Al fin y al cabo, era una mujer que apareció de la nada y ganó protagonismo con rapidez. Todos se lo atribuían a ser la hija del jefe, pero la morena sabía que no era así. Se esforzaba como pocos hacían y aún buscaba tiempo de donde no lo había para ayudar a los demás. Era lo que ellos jamás conseguirían. Y en un ambiente tan misógino como aquel, eso solo significaba que eras el objeto de odio que todos deseaban degradar y humillar.

Aquellos dos hombres tuvieron que callarse cuando Baby 5 se acercó a ella y le preguntó con su sonrisa más dulce si quería que le trajese algo para picar después de pasar tanto tiempo esperando a que acabase su turno. Aya solo negó con su cabeza, tan paciente e indiferente como recordaba. Sus cabellos fueron revueltos por aquellas manos menudas y callosas antes de regresar a la barra y dejar varias copas y vasos en el lavavajillas.

—Esa niñata acaba de jugar con nosotros. Yo me la cargo.

—Eh.

Y de repente todo se precipitó.

—¿Qué te crees que estás diciendo de Aya, cacho de mierda?

Una botella estalló en pedazos y los ojos negros de la chica encañonaron a los dos comentaristas. Por su parte, ellos se sorprendieron y enfadaron con su reacción, sacando sus pistolas sin ningún pudor.

—Por favor, Baby 5, no montes ningún número. A mí no me molestó eso así que no dejes que a ti sí.

—Hazle caso a la niñata si no quieres salir mal parada, perra.

En ocasiones Aya dudaba de la inteligencia humana. Ellos eran unas simples ratas que acababan de empezar en el mundo de la mafia y ya se atrevían a amenazar a la hija de su mayor líder. Cada vez que uno de esos hombres notaba su orgullo herido estallaba en una furia ilógica e incontrolable que solo servía para cavar su propia tumba. Baby 5 nunca tuvo interés en contarle a su padre qué ocurría y dejaba de ocurrir en su vida salvo que fuese necesario, pero el resultado no cambiaría para ellos.

—Vuelve a abrir esa sucia boca y no lo cuentas, basura —La chica había sacado de debajo de la barra una recortada. Y había disparado al compañero del parlanchín, que yacía sin cabeza en medio del club. La música seguía sonando y los que se encontraban allí se marcharon horrorizados al ver el cadáver, pero nadie más se dio cuenta.

Por la peste que las rodeó, el que quedaba con vida se había orinado encima—. Por favor, para. No mates a este también. Solo es un novato; aún tiene que aprender cómo funciona la jerarquía.

—Bueno, aquí no somos tutores de nadie —A él se le encasquilló la pistola con los nervios. Lo siguiente en escuchar fue el disparo de Baby 5. En esta ocasión se había quedado sin pecho y brazo izquierdo.

—Qué desagradable. ¿No podías hacer que alguien los echase de aquí?

—Nadie puede reírse de la familia del jefe sin pagarlo; es así de simple.

La chica le dedicó una mirada larga y firme ante la que Aya solo podía suspirar y negar con la cabeza. Cerró la revista que había estado leyendo antes de todo aquello y la empleó para abanicarse, en un vano intento por disimular el sonrojo de sus mejillas—. Ya te he dicho que no hables de mí como si fuese de tu familia en sitios públicos. ¿Y si alguien descubriese que...?

Baby 5 tumbó su pecho sobre la mesa y aproximó su rostro a centímetros del de Aya, que se calló por la impresión. Sus ojos rojizos tintineaban, descendiendo hasta esos labios a juego con ellos y luego desviándose en busca de una salvación—. Créeme, Aya. Mientras yo esté aquí, tú eres intocable. Ni papá ni yo dejaremos que te pongan la mano encima. Aunque no podamos ponerlo sobre el papel eres su hija tanto como yo.

En ocasiones Aya dudaba de su propia inteligencia. Ella era una mujer cínica, escéptica y lógica, pero llegaba Baby 5 y todo lo que creía verdadero se diluía en las fronteras del deseo. ¿Cómo podía alguien resistirse a esa mirada profunda?

Retazos; One Piece x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora