Ace II

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Incendio.
Ace x OC.
AU.

El verano era una mala época para ser bombero. La sequedad del aire y la falta de lluvia incendiaban muchas hectáreas cada semana. Sobre todo teniendo en cuenta la gran plantación de especies foráneas con fines económicos. Eses ardían como cerillas.

Pero en aquella ocasión había llovido dos o tres días seguidos, por lo que ya debía estabilizarse la situación durante al menos el resto de la semana. Ni una noche le duró la tranquilidad; fue llamado de madrugada para atender un fuego descontrolado en una casa. El chico, cepillándose los dientes lo más rápido que pudo, se incomodó al encontrar más pecas de lo normal en su rostro. Ya no era un niño; no quería parecerlo eternamente. Tras ducharse y lavar sus cabellos negros, que cayeron como algas marinas sobre su frente, emprendió su marcha hacia el cuerpo de bomberos para recoger el camión, ya que era el más cercano al edificio y no tenían más conductores hábiles.

En cuestión de 7 minutos estuvo enfrente de aquel edificio en llamas. El fuego parecía provenir del tercer piso y, enfundado en el pesado y llamativo traje de bombero ignífugo, subió las escaleras para comprobar que no quedaba nadie y dirigir la manguera desde dentro al origen del problema.

El humo era pesado y el olor atravesaba su piel. Tuvo que toser un par de veces y entrecerrar los ojos para tener alguna posibilidad contra aquella luz y combustión. En las dos primeras plantas no quedaba ninguna persona rezagada, pero en la tercera, justo en el apartamento donde se había originado el fuego, sintió la tos descontrolada de una mujer.

Se lanzó con su hombro por delante y la puerta cedió con un ruido seco. El fuego ya estaba consumiendo todo y le costaba vislumbrar algo.

—¿Hay alguien aquí? —gritó entre el chisporroteo de las llamas meciéndose con el viento y los muebles consumidos que expandían su zona de influencia. Siguió sin escuchar nada, así que se acercó un poco más a aquel salón que se deshacía ante sus pies—. ¡Soy bombero! Ayudaré a salir todos los presentes.

Esta vez pudo notar un quejido y, al otro lado del fuego, una mano bailó en el aire para llamar su atención. Una mujer se encontraba en las últimas; no podía ni respirar de lo tóxico del aire.

—Ponte esto; yo te sacaré de aquí.

—¡No! —Pudo responder. Aquellos ojos rosados brillaban como naranjas sobre los suyos. Entre lágrimas y jadeos, apuntó hacia una pared. Había un hombre tumbado con una expresión horrible.

El bombero gateó hasta su posición y comprobó su pulso. Tras un suspiro, agarró por la cintura a aquella chica y la llevó en brazos hasta la salida, mientras ella agarraba con todas sus fuerzas la máscara de oxígeno que le había dado.

—¿Y mi hermano? ¿Por qué lo dejas ahí?

—Escucha, él está...

—¡No lo digas! ¡No es posible! Él nunca se permitiría la muerte. ¡Tú no lo conoces! —Como no paraba de revolverse en sus brazos, el bombero era incapaz de avanzar y hubo un par de veces que casi alimenta el fuego lanzando un trozo de madrea hacia su centro.

—¿Puedes quedarte quieta? Mi trabajo es salvar personas, no hacer de psicólogo, terapeuta y malabarista de circo —bramó con el ceño fruncido, haciendo que aquella chica callase al instante, con un ligero temblor en las manos. En parte se sintió culpable y, mientras avanzaba hasta la puerta, preguntó—: ¿Cómo te llamas, niña? ¿No viven aquí tus padres?

—Lo siento, pero... Soy Gwen... Mi madre murió hace mucho y mi padre está ocupado trabajando en este momento.

—Oh, siento la pérdida, Gwen...

—No, lo siento yo. No soy más que una carga.

—Como no dejes de moverte, pues un poco sí, que el traje de bombero no es que te quite el calor precisamente.

—¡Lo siento!

Y con una risa despreocupada, la sacó por fin del apartamento y bajó las escaleras hasta la entrada del edificio. Dio la señal de que no quedaba nadie más y comenzaron a cargar los camiones con agua a presión.

Después de ello, llevó a Gwen hasta una ambulancia para que tratase si tenía algún problema. Parecía no tener nada grave.

Angustiado en aquel traje, se quitó la parte de arriba rápidamente con un suspiro de satisfacción. El aire fresco de la noche se sentía bien contra su pecho desnudo. Tras tomar aire, se giró hacia Gwen, encontrándola observándolo.

—¡Lo siento! Yo no quería que...

—Deja de disculparte por todo, anda —respondió mientras le revolvía el pelo—. Acabas de salir de un incendio; tienes cosas más importantes en las que pensar.

Aquella chica asintió, dejando revolotear su largo cabello rosa en el proceso. Los médicos habían acabado de examinarla y no tenía nada más que algún que otro roce o corte.

—¡Espera! —Oyó gritar detrás suyo, cuando iba a marcharse a casa y dormir un rato más en su día casi libre. Gwen se había acercado corriendo a él, con una prisa que no comprendía—. Aún no me has dicho tu nombre. Me gustaría saber quién me ha salvado la vida.

—¿Solo eso? ¡Me llamo Ace! Pero tú puedes llamarme esta noche.

Ante aquel truco tan cliché, la joven rio, olvidando por un momento aquella tragedia que había torcido su gesto en una vorágine de disculpas encadenadas. Debía admitir que tenía una risa encantadora. Una que no le importaría escuchar de nuevo.

Retazos; One Piece x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora