Smoker

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Cerca de Berlín.
Smoker x OC.
AU 2GM.

Al ritmo al que avanzaban, llegarían rápidamente a Berlín y tomarían la ciudad y su repugnante líder antes de que pudiese responder. Quizá siguiese sin gustarle el hecho de compartir bando con estadounidenses e ingleses, pero en cuanto destruyesen por completo el ejército nazi, aquella alianza tan peligrosa y fácilmente corrupta llegaría a su fin. Aunque también deberían encargarse después de Hirohito en la costa oriental.

Pero en aquel momento debía preparar algo mínimamente nutritivo para sus camaradas mientras seguían en las trincheras. En tierra de nadie y con todo el camino devastado no se podía salir a cazar. Por lo menos nada que no fuese una mina terrestre. Así que en aquellas situaciones sus habilidades culinarias y obsesivas con la alimentación sirvieron de mucho para las tropas.

—Oh, venga..., ¿no hay más, Febo? Yo sé que tienes escondida una reserva privada de comida por ahí... Si no, no podría comprender esa piel tan sana que mantienes, ¿eh? —En medio de la guerra y con las crisis nerviosas al borde de la esquina, las bromas pesadas y repetitivas por su color de piel eran aceptadas y agradecidas. Evitaban que decayese el ánimo, por lo menos.

—Ya sabes que los soviéticos no privatizamos nada, camarada —comenzó bromeando—. Si hubiese más sería el primero en repartirlo, pero no sabemos cuántos kilómetros podremos avanzar esta vez hasta que nos envíen más provisiones.

A nadie le gustaba escuchar eso, pero nadie podía ignorarlo.

—Ojalá tener vodka a mano...

—¿Qué te has atrevido a decir, soldado?

El joven saltó de su lugar y se puso firme, pegando los brazos a su tronco—. ¡Nada, capitán! Solo que ojalá tener la suerte de nuestra mano.

—La suerte no existe, solo la estrategia —replicó aquel general alto y condecorado. A pesar de ser el primero en intentar evitar el problema de alcoholismo que se daba entre sus compatriotas, tampoco conseguía dar buena imagen los dos puros que siempre se veía fumando. La adicción ya le había afectado mucho y no podía vivir sin ellos. Febo recordó aquella vez en la que se quedó sin provisiones por dos días y decidió acelerar un plan de asedio solo para tomar alguna ciudad en la que vendiesen tabaco—. Y me he dado cuenta de lo que decías realmente, novato, así que deja de suspirar aliviado.

El soldado volvió a cuadrarse y a una señal agarró su plato de comida y se alejó. Aquel era el último hombre al que le faltaba por alimentar en aquel turno y debía volver a ponerse en marcha. Pero al tenerlo enfrente, recordó que no había tomado nada y rellenó un cuenco con rapidez para extendérselo.

—Cada día puedo ser menos original, pero intento que no tengáis problemas de anemia al menos —se disculpó brevemente.

—Gracias, Febo —El general se puso a comer a su lado, sin marcharse a almorzar en su posición en la trinchera como hacían todos. Él decidió que ya era hora de seguirlo y también llenar su estómago.

El ruido que hacía ese hombre al sorber del plato era insoportable y asqueroso. Eso pensaría Febo si estuviese en Moscú, en un comedor cualquiera. Ahora, en aquel contexto donde cada nutriente podía significar la diferencia, notarlo tan ávido y hambriento lo tranquilizaba. Al fin y al cabo, era quien organizaba la estrategia—. ¿Cómo ves la situación, Smoker?

A pesar de su pregunta, continuó devorando, casi como no hubiese escuchado nada. Pero ambos tenían práctica ya en aquellas conversaciones. Los silencios —si podían llamarse así ante el pitido sordo en los oídos que los acompañaría por sus vidas a causa del ruido de las armas estallando entre sus manos— no eran pesados sino plásticos y esclarecedores. Sus ojos plateados se clavaron en los negros de Febo, demostrando que sí había prestado atención y estaba pensando una respuesta.

—Digamos que las órdenes están claras. Tomaremos Berlín cueste lo que cueste. Hemos limpiado los flancos tanto como es posible y seguiremos adelante.

Febo asintió. Seguramente era la mejor opción: acabar con aquello cuanto antes. Aunque no tuviese noticias de lo que ocurría en otras partes, conocía de la proximidad del ejército estadounidense. Y solo podía ponerlo todavía más nervioso.

—Lo estás haciendo bien, jefe.

Al vaciar por fin el plato y poder hablar, replicó—: No es lo que dice tu cara.

—El hombre más serio de la Unión Soviética no tiene derecho a decirme eso.

—Te estoy pidiendo una respuesta sincera, no que empieces con tus bromas, Febo.

Los dos quedaron mudos de nuevo, esperando una contestación que no parecía tener cabida. El ceño fruncido de Febo se fue deshaciendo y pasó ambas manos de su frente a su cabello para apartarse el pelo afro que el sudor le pegaba a la frente—. Sigue sin entusiasmarme compartir trinchera con potencias burguesas, nada más.

—A nadie con dos dedos de frente le hace ilusión, Febo. ¿Quién querría tener al lado a un soldado de parte de un genocida como Churchill? A saber qué pueden meterle en la cabeza a los más débiles de corazón...

—Los chicos tienen educación y formación científica. Esperemos que sea suficiente —Volvieron a dedicarse otra mirada de reojo. Esos pequeños reflejos no los podían abandonar, después de haber vivido en casa cómo Lenin despenalizaba la homosexualidad. Aunque en esos tiempos ya tuviesen que regresar a las mismas y debiesen disimular todo lo posible. Sobre todo con extranjeros y reaccionarios campando a sus anchas.

Técnicamente estaban a solas; ya habían ganado la costumbre de fijarse en si eran seguidos por simple cuestión de paranoia. Y en aquellas circunstancias les era favorable. Antes de que Febo pudiese esperarlo, la mano de Smoker se posó sobre la suya, cálida y cariñosa como no lo había sido en meses—. Vas a salir vivo de aquí. Es una orden.

—Siempre tan exigente, jefe... —Con una delicadeza que tampoco pegaba con él, alzó sus manos en el aire y besó sus nudillos, uno a uno, sin quitarle el ojo de encima—. Te prometo intentar volver lo más entero posible, Smoker, pero nadie se libra de perder un par de dedos y el constante estado de alerta. Acabamos de salir de una guerra civil y conocemos demasiado las viejas cicatrices. La guerra llega a un punto que siempre nos va a cambiar.

—Pues que nos cambie, Febo —aceptó con rabia, molesto por el simple recuerdo de un futuro que por lo visto ya había anticipado—, pero que no nos aleje cuando por fin tengamos un momento de paz.

Los arrebatos de dulzura de Smoker eran pocos pero memorables; nunca se cansaba de demostrarlo. Febo solo pudo sonreírle, con la garganta seca por la simpleza firmeza en la voz de su novio. ¿Cómo podría alejarse en tiempo de paz si en tiempos de guerra y como el general de su división podía soportar todas sus paranoias? La guerra, al final, también lo hacía más paciente.

Retazos; One Piece x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora