Smoker II

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En medio de la bruma.
Smoker x Ikari.

No supo en qué punto perdió la cordura. Ni siquiera sabía si realmente perdió la cordura o solo se había olvidado de todo en cuanto cayó en sus brazos, pero tenía claro que aquella calidez no era la suya y que los escalofríos que recorrían su cuerpo no eran por ninguna causa ajena a ella. A la mujer que llevaba tanto tiempo sin sentir entre sus brazos a pesar de ser pareja.

El mar siempre los separaba, pero también estaban conectados por él. Al igual que en aquel momento por las manos pálidas y callosas de ambos. Se acariciaban con los pulgares y se deslizaban por la palma contraria. Necesitaban rodear al otro con su propio cuerpo y volver a ser uno, volver a sentirse y besarse sin tener que preocuparse por ser interrumpidos.

Recordó haberla visto entrar a hurtadillas en su camarote con la sonrisa más pícara y el rubor más dulce. Aquella mujer era un gran cúmulo de contradicciones, pero él sería incapaz de burlarse de nada cuando la mayor contradicción de todas era que él, el Cazador Blanco, se hubiese enamorado perdidamente del Desastre, una de las piratas con mayor fama de sanguinaria y cruel —aunque estos fuesen rumores falsos y sensacionalistas, como descubrió demasiado tarde para su gusto—.

Después del primer cruce de miradas y un par de pasos por parte de ambos, ya no recordaba nada. Después solo existía él encima de ella; los dos completamente desnudos y agitados por el cansancio. Los ojos azules y los castaños estaban tan entrelazados como sus caderas. Los labios deseaban besarse pero no podían con todo el aire que habían perdido en aquella batalla. Solo se quedaban estáticos, observándose a pocos centímetros y deseando tener unos pulmones extra con tal de poder sentir aquel suave contacto unos segundos más…, pero no había nada que pudiesen hacer.

Smoker por fin salió de ella, lanzó el condón usado a la basura y se irguió hasta ponerse de rodillas sobre la cama apoyándose en las de su amante. El sudor perlaba su piel y la hacía aún más suave al tacto. Casi parecía derretirse bajo sus dedos, con la temperatura de su cuerpo alterándose cada pocos segundos a medida que ella recuperaba el control de sí misma y regulaba que no quemase tanto como para poder hacerle daño por su akuma no mi. Nunca se lo había hecho en aquellas situaciones, pero no podía evitar preocuparse por él en todo momento, aunque estuviese hecho de humo y tuviese buena resistencia a las altas temperaturas. Al fin y al cabo, vivían juntos cuando la ocasión era propicia.

Dejó de perder la vista en sus rodillas y gateó con ella hasta su rostro, en la otra punta de la cama. Su pecho se seguía contrayendo y expandiendo y el pelo granate se pegaba a su rostro hasta llegar a ocultar sus propios ojos. Tenía la boca abierta y jadeaba en silencio. Sus mejillas estaban ardiendo y los brazos caían a cada lado de su cabeza sin dar la más mínima señal de vida.

La veía tan indefensa, tan vulnerable y frágil que Smoker tuvo que dudar por un momento que aquella fuese la mujer que había atemorizado Grand Line desde hacía años. La había visto combatir, había visto su furia asesina y también había visto su capacidad de liderazgo y la autoridad que ejercía con una simple mala mirada. Y aun así no se creía que aquello existiese una vez los dos se juntaban.

Su piel ya no estaba tan blanca como cuando era una niña, pero sin duda seguía siendo pálida. Lo único que contrastaba con aquella visión impoluta era su pelo púbico y las cicatrices de su cuerpo. Aquellas tan antiguas pero que seguían tan intactas como las enormes quemaduras de sus gemelos. Aquellas intermitentes y picudas a la altura de su muslo derecho. Aquella alargada y cosida tantas veces en diagonal sobre su cadera izquierda. Aquella circular por debajo de sus costillas que podía ser tanto de una bala como de un arpón pero que reconocía que había sido de un haz de luz aunque no hubiese tenido tiempo para explicárselo. Y todas las demás que recorrían por completo su cuerpo de tantas veces que había sido destruida parte por parte cuando ya se creía invencible.  Sus enemigos la llamaban Bushuugi porque la consideraban una calamidad que asolaría sus tripulaciones, pero aquel mote no había sido más que una broma por parte de sus propios camaradas. Porque por mucho que la Muerte intentase alcanzarla, ella siempre conseguía abrir negociaciones y posponer el contrato. Y Smoker esperaba que aquella broma de mal gusto fuese real y nunca ocurriese lo que más temía.

—¿Pasa algo, amor? ¿Por qué me miras así…?

Su tono de voz era suave, aterciopelado y ligeramente tímido. Podían haber pasado años y años siendo pareja, pero ella no parecía ser capaz de hablar cada vez que lo tenía delante y la miraba fijamente. Se le cortaba la respiración y agachaba la cabeza, como si en vez de superar los treinta años tuviese dieciséis. Como si siguiesen siendo aquellos niños que se conocieron en medio del caos del día de la muerte de Gold Roger. El tiempo siempre retrocedía cuando estaban juntos. Siempre eran primerizos al lado del otro y siempre debían pasar por las mismas conversaciones.

—Deja de taparte la cara, Ikari. Ya te he visto de todas las formas posibles como para que vayas a parecerme fea por estar cubierta de sudor, idiota.

Y ella accedió y quitó el antebrazo de encima de su nariz, pero se apresuró a echarse el pelo hacia atrás, tallar sus ojos y limpiar los rastros de saliva que caían de sus labios.

Ikari, la mujer con una recompensa de doscientos setenta millones, exponía todos sus puntos débiles ante él sin el menor temor. Y de aquello se trataba el amor, de poder ser uno mismo sin pensar en que la otra parte pudiese hacerte daño al conocer todos tus secretos. Y Smoker, por una vez, era capaz de dejar pasar los crímenes de un pirata.

Él se permitió suspirar y dejarse caer hacia delante hasta enterrar sus palmas bajo los omóplatos de su pareja y la cabeza sobre su hombro izquierdo. Aspiró el olor a sal y sexo que rodeaba el cuerpo de la pelirroja y se apretó más contra ella. Verla tan vulnerable ante él solo le provocaba un deseo irrefrenable de rodearla e intentar cubrir su pudor.

Habían pasado unos cuantos meses desde la última vez que habían coincidido en el mar y, aunque las circunstancias no eran las más favorables, no podía hacer más que agradecer su presencia y la tibieza de su pecho.

Poco después notó una de las fuertes manos de Ikari sobre su cabello blanco, peinándolo hacia atrás en pequeñas ondas y acariciando con sus dedos la zona de su nuca. La otra descendía por su espalda y bordeaba por su columna vertebral, provocándole pequeños suspiros y que todo su cuerpo se contrajese y relajase en menos de un segundo. Ella no le comentó nada sobre lo que pensaba de sus recientes acciones y él hizo lo mismo. Tampoco sentían ninguna necesidad de hablar sobre asuntos tan serios como lo ocurrido en Marineford, lo de Impel Down o, simplemente, adónde marcharían esta vez y cuánto tiempo se imaginaban que estarían separados en esas circunstancias.

Ya habría tiempo para aquello después. En ese instante solo necesitaban sentir al otro y compensar la espera interminable que habían tenido que soportar sin sentir los labios ajenos.

Retazos; One Piece x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora