Enel (2/2)

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El poder de la fama.
Enel x Tingue (continuación).
AU.

A pesar de su apariencia desganada y mediocre, aquella mujer no era ni más ni mejor que la hermana del alcalde de la ciudad. Comparada con él, seguía siendo insignificante, pero era un dato curioso e inesperado que la hizo ver más apetecible a la hora de someterla.

¿Cómo alguien que vivía en una esfera donde la presencia pública es importante podía ser tan inepta y descarada? Seguramente le perdonarían todo solo por ser su hermano mayor el que controlaba las contribuciones y su repartición. Ohm, uno de sus fieles seguidores y ayudantes, le explicó todo lo que sabía a partir de aquel descubrimiento. Pero a Enel aquello ya no le importaba. Ya sabía todo lo que necesitaba para hacerse una idea de la personalidad de Tingue y cómo encararla sin tener que volver a entrar en ese cuchitril que los nativos llamaban restaurante.

Así fue que se presentó en el despacho del alcalde con su mejor sonrisa confiada. Tampoco es que tuviese mucho más que hacer hasta que su manager le mandase un guion que valiese la pena por una vez.

—Es un placer conocerlo en persona, señor Enel.

—Sí; lo mismo digo... —Ni siquiera escondió el hastío en sus ojos y acabó tan rápido como pudo con aquel apretón de manos que le resultaba tan innecesario.

—¿Qué le ha parecido la ciudad? ¿Lo han tratado bien?

—Estuvo bien en general. Excepto algunos impresentables, no puedo quejarme. Tampoco había visto el mar nunca, así que pasé por aquí —Enel se encogió de hombros sin darle mayor importancia. El alcalde a pesar de tener una edad como la suya, quizá menos, se sentía intimado por su presencia y la solicitud de una reunión privada. Ni siquiera intentó recordar su nombre; a nadie le importaba.

—Deje que nos traigan algo para tomar. ¿Qué quiere usted?

—Un té verde.

La puerta se abrió tras pulsar un botón, haciendo que entrase alguien a recibir el pedido. Lo que no se esperaba es que fuese la propia Tingue con su expresión indiferente de siempre y las manos en los bolsillos de una chaqueta deportiva que no encajaba en aquel ambiente de etiqueta y moderación. El rubio alzó una ceja inquisitivo.

—Tráenos un té verde y un zumo de manzana, por favor.

—Tú mandas, alcalde.

Que ni siquiera le hubiese dirigido la mirada lo alteró todavía más. ¿Había sido a propósito? Por supuesto que lo fue. Nadie olvidaría su cara ni haber estado cerca de él, aunque fuese para recibir una reclamación. ¿Entonces ni siquiera fingía cortesía delante de su hermano?

—Oh, no se alarme por su forma de ser, señor Enel. Hoy le había dado el día libre a los trabajadores de la casa y le pedí a mi hermana que estuviese pendiente si necesitaba algo. Al fin y al cabo, tiene experiencia como camarera y el ámbito de la repostería. Lo único malo es que no sabe fingir interés y disciplina en su trabajo.

—Sí; ya me la he cruzado en un restaurante. ¿Cómo consigue que no la despidan, alcalde?

—¿Perdón? No entiendo la pregunta.

—Si la mujer trabaja cara al público, esa actitud con los clientes no es la correcta. Ya me imagino que su influencia tendrá que ver...

Aquel hombre con el mismo pelo verde que su hermana dejó de esbozar su sonrisa amable. Serio y sombrío, alzó una mano para que detuviese su explicación—. No me gusta tener que decirle esto, pero está siendo muy descortés con mi familia, señor Enel. Aquí cada uno se gana el pan por su cuenta y arduo trabajo.

—¿Está diciendo que consigue mantenerse en su puesto a pesar de ser como es? ¿Cómo lo hace?

—Pregúntele a ella, no a mí, señor. De todas formas, preferiría que no metiese a mi familia en la conversación.

El ambiente se puso tenso y Enel tuvo que retomar la conversación con otro rumbo. No es que le interesase conversar con él, pero incluso el gran dios que era debía acercarse a la plebe de vez en cuando.

Tras unos largos minutos manteniendo esa charla banal, Enel le pidió al alcalde respirar aire puro. Así fue llevado a los jardines del edificio del ayuntamiento, donde se había producido el encuentro.

Debía admitir que el aire en la costa era mucho más puro que el ya conocido. Más salado, más húmedo, pero también más vivo. El anfitrión aprovechó para dar por finalizada la reunión, comentando que tenía otros asuntos pendientes. No era necesario ser demasiado inteligente para comprender que era una excusa como otra cualquiera, pero al ser un funcionario siempre era aceptada como posible.

Cansado de aquel encuentro, se sentó en uno de los bancos de piedra del jardín. Al ser de uso público se extendía hacia adelante, siendo solo cortado por la carretera ante de tener un inmenso parque enfrente.

Y, como la última vez que se cruzaron, salió de la puerta principal y se puso unos audífonos sin percatarse de su existencia. Arropó sus manos en los bolsillos de su chaqueta y recolocó la punta de sus zapatillas antes de avanzar. En esta ocasión debía pasar por su lado y Enel aprovechó el pequeño roce de miradas para saludarla con la mano.

—Espera, Tingue. Mantén una conversación como una persona normal, ¿quieres?

La mujer, que por lo menos se había dignado a agitar su cabeza como respuesta, se detuvo a pesar de no haber querido en un principio parar—. ¿De qué conoces mi nombre? ¿Quién eres?

El rubio mantuvo la calma tanto como pudo—. Acabamos de cruzarnos hace menos de una hora en el despacho de tu hermano. Y hace dos días en el restaurante donde trabajas.

—Ya veo. Tampoco estaba prestando atención. ¿Qué quieres?

Ante aquella simpleza y frialdad absolutas, Enel ni siquiera recordaba qué había planeado decirle. Con rabia, apretó la mandíbula—. ¿Nadie te enseñó a guardar respeto a los demás?

—Oh, ya recuerdo quién eres. El que se puso a decidir el menú de la mujer con la que vino para hacerse el galán con el mundo a sus pies.

—¿Qué clase de respuesta malintencionada es esa? Ahora que me fijo, pareces más una cría que una mujer adulta.

—Nadie te ha ordenado que me dirijas la palabra si no te gusta lo que ves. Y tengo 24 años.

—¿Quién ha dicho que no me guste lo que veo? —Una ceja verde se alzó burlesca ante su contestación incoherente—. Que seas una maleducada irrespetuosa no quita que atraigas mi atención. Deberías sentirte honrada por ello.

Ante la mirada arrogante y decidida de Enel, la risa incontenible de Tingue se hizo paso entre sus labios. Tapó su boca con la mano, pero el sonido seguía llegando, claro e inaudito, a las orejas de lóbulo alargado del actor—. ¿Quién te crees que eres ahora? ¿Kizaru y sus fuegos artificiales? Has conseguido que me ría; deberías sentirte honrado por ello.

El rubio ni siquiera respondió, asimilando que acababa de compararlo con un idiota que solo sabía hacer efectos especiales y lucecitas en el cielo y que el único papel que había interpretado en una película era el de mafioso inútil que mataban en la primera guerra entre familias.

—Oh, ¿tú ego inflado está llorando, grandullón? Pues deja de creerte capaz de darme lecciones —escupió con asco antes de seguir emprendiendo su camino. Si no fuese por aquella mano que se aferró a su antebrazo sin compasión.

—Vas a controlar tu lengua ahora mismo si no quieres que...

—¿Si no quiero el qué? ¿Ser una de las decenas de mujeres de las que os aprovecháis para abusar los famosos solo por vuestra posición ya que nadie nos creería nunca? Suéltame de una vez y no vuelvas a dirigirme la palabra.

Ante la expresión deformada y furiosa de Enel, Tingue se marchó a paso rápido y con las llaves de casa encerradas en su puño. Él ya no quiso continuar persiguiendo aquello con lo que se había obsesionado. Al fin y al cabo, lo único que le llamaba la atención de aquella niña a la que sobrepasaba en más de diez años era aquella falta de adulación que le ponía las cosas difíciles. Solo la quería porque no podía tenerla. Y de poder conseguirla, solo le provocaría asco y cansancio. En ocasiones como aquella, era mejor dejarlo todo pasar. Era Enel, y eso nadie podría quitárselo.

Retazos; One Piece x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora