Capítulo 82

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Nueva York, Febrero del 2039.

— Casi siete centímetros — La enfermera verificó la dilatación.

María sentía que habían pasado horas desde que sus contracciones iniciaron, lo cierto es que apenas iban a ser las once de la noche y hace tres horas atrás fue cuando sintió la primera punzada de dolor en su vientre.

— Estás llegando al límite para acceder a una anestesia epidural. La quieres o no? — Preguntó el médico.

Mamá y papá guardaron silencio dándole una mirada interrogante, María lo meditó por un momento. Si no era capaz de aguantar los dolores lo más probable es que se desmayara y no estuviera despierta para ver a su bebé.

— La anestesia podría retrasar la dilatación — Acotó la enfermera.

— La quiero — Aceptó sin pensarlo más.

El médico de inmediato asintió y le pidió a la enfermera preparar todo para la anestesia. Mientras tanto María maldecía a su enésima contracción y a Peter por no estar presente en la clínica.

— Podrían haberme dicho antes que la anestesia retrasaba el parto — Murmuró una vez que estuvo sola con sus padres.

— Pensé que querías un parto sin drogas — Comentó papá dando un apretón en su mano para ayudar a distraerla de otra contracción.

— También quería un parto con Peter presente y el muy maldito no está — Cerró los ojos y suprimió un gemido.

— Buen punto — Su padre suspiró aliviado al ver su mano liberada.

— Además es mi decisión, soy yo la que va a dar luz, no tú, ni Peter, ni mamá — Murmuró cansada.

— Tienes razón. No te preocupes, yo te tuve a ti con anestesia y todo salió bien — Apoyó mamá.

— Excepto que casi rompe mi mano apretándola en cada puje — Recordó papá.

— Tony — Mamá lo interrumpió — Por qué no vas a la sala de espera a ver si Henry ya llegó? — Cuestionó.

— Quieres que me vaya — Más que una pregunta fue una afirmación y papá estaba realmente ofendido.

— No, sólo ve a buscar información... Necesitamos saber cuánto le falta a Peter para llegar — Excusó mamá.

Su padre entrecerró los ojos con desconfianza mirando a su madre y se marchó no sin antes depositar un beso su mejilla. María sonrió por las caricias de su progenitor y volteó la vista a su mamá para fruncir el ceño.

— Por qué le dijiste que se fuera? — Quiso saber.

— Porque si la inyección llega dolerte es capaz de golpear al pobre anestesista — Respondió negando con la cabeza.

María no pudo evitar reír ante la respuesta de su madre, pues tenía razón. Podía ser una mujer adulta de veintiocho años de edad, pero para su padre siempre sería esa niña pequeña a la que debía proteger de todo mal y de cualquier insignificante dolor.

Sus risas se detuvieron cuando las enfermeras junto al anestesista hicieron acto de presencia. La castaña hizo un esfuerzo por sentarse en la camilla pero no pudo, por lo que sólo se recostó de costado para que inyectaran la anestesia.

Apesar de los avances medicinales, la manera más rápida para llegar a paralizar o anestesiar la zona baja de un cuerpo humano seguía siendo una inyección directa en la parte inferior de la espalda, alrededor de la médula espinal.

El equipo médico del anestesista se retiró de la habitación y quedó nuevamente sola con su madre. Esta le sonrió y acarició su cabello antes de que la preocupación se marcara en su rostro. La castaña menor estuvo apunto de preguntar cuando la mayor habló.

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