Prologo

856 61 16
                                    


El tiempo pasa sorpresivamente lento cuando no tienes forma de moverte, hablar, sentir... perdí la cuenta de los años, cuanto tiempo esa prisión de piedra me mantuvo captiva, ¿por cuánto tiempo estuve ahí?

Encerrada de esa forma, es como si el tiempo dejara de avanzar para ti, como si tu cuerpo pasara a un plano donde no envejece, no se deteriora, no muere ni necesita cuidado. Pero la conciencia prevalece; la visión y el oído de alguna forma lo hacen también... Y esa era la peor tortura.

Cada día veía pasar ponis, observarnos, los primeros años hablaban de nosotros, todos parecían conocernos, aunque no estuvieran presentes en nuestra caída, aunque no conocieran nuestro aspecto vivido. Conocían lo que había pasado y sabían que éramos nosotros.

Al principio solo nos daban miradas de odio, de desprecio mientras pasaban cerca de nosotros, luego esas miradas se convirtieron en burlas, las burlas en insultos los insultos en debates y discusiones ofensivas hacia nosotros. Sin embargo, el tiempo fue apagando el fuego, a los tres años ya éramos un mero recuerdo, algunos aun hablaban de nosotros, pero ya se volvían escasos.

A los seis años ya nos habíamos convertido solo en un capítulo más en los libros de historia, dos de cada cincuenta ponis hablaban algo sobre nosotros para entonces y las criaturas de los reinos aliados que pasaban de turistas ya nos habían olvidado.

De ahí en adelante el tiempo solo se hizo más y más lento, el sol y la luna circulaban controlados por Twilight Sparkle, los ponis iban y venían ya sin siquiera voltear la mirada a nosotros. Las estaciones pasaban y nosotros seguíamos ahí, inmóviles, la lluvia caía sobre nosotros, el frio y el maldito calor, uno pensaría que como estatua ya no los sentirías, pero a veces parecía que se habían vuelto más notorios.

O tal vez solo eran sensaciones creadas por un subconsciente que poco a poco perdía la cordura en un umbral de dolor, soledad... y rencor, todas estas emociones que invadían mi ser como un mortífero veneno que destruía toda señal que quedara en mí de bondad... Como si el abandono paterno y las humillaciones no hubieran bastado.

Además, había algo más que no podía olvidar, como si se hubiera incrustado en mi alma parte de ello en el momento que lo probé: el poder. El poder que me confirió aquella campana, a pesar del paso de los años, podía sentirlo transitar mis venas, como si aún estuviera ahí.

Esa vieja sensación me llenaba de un loco deseo por recuperarlo. Lo quería de vuelta, lo quería todo para mí, soñaba el día que volviera a mí, soñaba el día que mi prisión se acabara y mi poder volviera, el día que no hubiera fuerza capaz de detener a Cozy Glow.

Cozy Glow la diosa a quien todos deberán alabar, a quien todos deberán adorar, a quien todos deberán obedecer, el día que mi reinado comenzará, que una corona descansará en mi cabeza coronándome como absoluta gobernante de Equestria, Yakyakistan, Griffinstone, los Changeling y el Imperio de cristal, coronándome como única y absoluta gobernante de mi propio imperio.

Sin embargo, los años pasaron... nada parecía cambiar, nada parecía ir a mejor ¿Cuánto tendría que esperar?

Después de una larga espera, finalmente vino el día... Pero, no como lo hubiera esperado. Twilight se acercó a la estatua por primera vez en todos estos años, volvía a ver su rostro. ¡Cómo ardía por dentro al verla! era la sensación más espantosa, tan cerca y sin embargo, incapaz de hacerle nada.

Fue entonces cuando la escuché hablando con sus guardias:

-Estén preparados. Sí los tres son liberados por el hechizo quiero que eviten completamente un posible escape. No debería suceder, pero manténganse listos.

ImperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora