Ciudad Dividida.

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Antes de regresar a la ciudad imperial terminamos el recorrido pasando por unos pueblos y pequeñas ciudades más, llegué algo agotada y llena de regalos de los que me habían dado mis ponis. La caravana se dividió entrando a la ciudad la cuadriga se la llevaron a los cuarteles y mi carruaje fue directo al palacio acompañada aun por Amatista y un par de sus húsares escoltando el mismo. La ciudad se veía tranquila, pero se lo adjudicaba más a lo tarde que habíamos regresado, casi era pasada la medianoche.

Mi carruaje paro en el palacio, bajé, Amatista se acercó a mi ofreciéndome su casco y observándome portando el vestido tradicional de su pueblo aun, me dijo:

-Muchas gracias majestad

-¿Por qué? – pregunté de regreso.

-Por haber aceptado viajar a los pueblos y ciudades del norte, por aceptar los regalos de los míos, de los ponis de cristal de toda la zona, después de tantos años difíciles, solo quería que supieran que de verdad hay esperanza, que no nos olvidan.

-Amatista...

-No sabes lo mucho que significa para mí, después del sufrimiento que eh visto, que me des la oportunidad de traerles lo que necesitan, los alimentos y hacerte presente, a pesar de que alguien te pueda llegar a ligar con los recursos desaparecidos de rutas comerciales.

-No es necesario me agradezcas... tal vez debería agradecerte yo a ti, lo que vi ahí, lo que sentí, perdona, necesito pensar Amatista, ve a casa, descansa. – terminé, sonriéndole.

-Majestad – respondió haciendo una reverencia.

Acto seguido, entre al palacio, no había nadie aparte de los guardias del turno nocturno, era comprensible, ya todos estarían durmiendo, me retire a mi alcoba uno de los guardias que me acompañaba, ayudándome a cargar todos los regalos entró detrás de mí, le señale donde ponerlos y se retiró.

-¿Llamo a sus cortesanas? -preguntó antes de salir.

-No, no, quiero estar sola, no requiero su servició – respondí, el asintió y partió.

Quedé sola en el cuarto, fui a las maletas, comencé a sacar los regalos, collares, pulseras, diademas, incluso una malla adiamantada para decorar mis alas, también había velos hechos de la misma forma. Todo hecho a casco, todo hecho por los ponis que confían en mí, que me profesan un amor casi incondicional. Veía los regalos y no podía evitar sentir las lágrimas que dejé salir en Kromapolis salir de nuevo.

-¿Qué te pasa Cozy?

Me pregunté a mí misma, tantos años siendo fuerte, casi nadie había logrado cautivar mí corazón y ahora, toda una cultura lograba hacerlo, pero más allá de eso, sentía un peso enorme sobre mi lomo, no debía fallar, simplemente no podía, sabía lo que debía de hacer, no importaba lo que me costara.

Terminé de desempacar los regalos y fui a mi espejo, me veía como la emperatriz que decían era, la crin arreglada en sus peinados típicos, listones decorados con pequeños cristales, el vestido cuidadosamente tejido y detallado cubriendo toda mi figura con delicadeza, el gran listón purpura con el emblema de la casa imperial.

Cuidadosamente comencé a desvestirme, quitándome todo lo que traía, una vez hubiera terminado me volví a ver al espejo, no traía ni un listón, al verme así solo pude pensar y decir para mí misma con lágrimas en los ojos:

-Casi me hacen olvidar que por mucho tiempo solo fui una pegaso huérfana con sueños de grandeza

Me sentía tan confundida, desde que escapé del orfanato solo había buscado el poder, la admiración, ahora lo tenía y, sin embargo, me sentía terrible, confiaban en mí, me amaban y pensar que por tantos años no pensé más que en mí. Trate de no darle más vueltas, me acosté e intente dormir, a la mañana siguiente un guardia tocó a mí puerta temprano, apenas me había despertado, pregunté qué pasaba, el guardia me informo que Ópalo quería verme y ordené le dejaran pasar.

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