Deseo o necesidad (II)

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Desperté sobresaltado

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Desperté sobresaltado.

Siempre ocurría.

Cada vez que comenzaba un nuevo día, despertaba de ese modo.

La misma pesadilla se repetía cada noche. Mi subconsciente me ametrallaba con todo detalle de aquel fatídico día: las luces de la ambulancia, el murmullo de los viandantes, el merodeo de la policía, los paramédicos yendo a toda prisa de un lado hacia otro, su cuerpo tumbado en el suelo, la sangre roja y oscura que se deslizaba por el agrietado asfalto... Cada noche era lo mismo y cada despertar suponía una vuelta agónica a mi realidad.

Con el dorso de mis manos, limpié  mi rostro húmedo a causa de las lágrimas traicioneras. Me dirigí al baño arrastrando mis pies como si cualquier fuerza que creía tener se hubiese esfumado a la nada. Apoyé mis manos en el lavabo de manos y me fijé en el rostro aun descompuesto.

La última vez que me miré en un espejo, fue en aquel hospital antes de decidir cortame las venas. Ahora el reflejo era diferente. Estaba aseado y cuidado, nada que ver con el Benjamín de hace ocho meses atrás. Pero eso... Eso solo era pura fachada. Una careta para no levantar sospechas.

Seguía destruido y siempre lo estaría. Vivir con el dolor no es nada fácil y de eso me estaba dando cuenta en tan solo un día que llevaba en casa. Todo me recordaba a ella y era complicado mantener el tipo delante de todos, pero no quería volver a aquel lugar. No podía. Fue una tortura sentir como ahondaban en lo más profundo de mi alma y como, sin yo quererlo, conocían mi dolor y mis más oscuros sentimientos. No culpaba a Esther, solo hacía su trabajo como psicóloga, pero revivir todos los momentos de aquel día de la manera que ella lo hizo fue extremadamente doloroso y por eso creo que, a partir de ese día, cada noche sueño con aquel momento que ahora es un martirio diario.

Abrí el grifo y ubiqué mis manos bajo el chorro de agua que caía del grifo. Ahuequé mis manos con la intención de recoger todo el agua posible y lo eché sobre mi cara adormilada.

El timbre de casa retumbó por todo el espacio y ahí me acordé de mi promesa ya olvidada. Octavio se tomó al pie de la letra mi invitación y al parecer ya había llegado.

- ¡Mierda! – maldije. No lo esperaba tan temprano y emocionalmente no me había preparado para ello.

Me sequé el rostro con una toalla que tenía a mano y peiné con mis dedos mis alborotados rizos rubios. Tomé del placar un pantalón de algodón fino y salí a prisa de la habitación. La puerta de la habitación de invitados seguía abierta y se podía observar desde lejos el desorden dentro de ella. Anoche me encargué de poner patas arriba toda la habitación en un momento de histeria y desesperación.

- Esto no lo puede ver – me dije y cerré la puerta con el objetivo que en el día de hoy Octavio no subiría hasta acá, manteniéndolo lo suficientemente alejado de esto.

Bajé las escaleras a toda prisa y busqué las llaves de casa del recibidor.

- Ya va, ya va... - repetí.

⫷Resurrección⫸ {Saga Vivir o Morir}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora